ENTREVISTA BEN KINGSLEY
Actor de la película "El médico".


Pregunta: Sobre por qué aceptó el papel...
Ben Kingsley: Bueno, en primer lugar tiene que ser posible. Tiene que caber en la agenda. Y hay tantas variables y tantos imponderables que influyen en el trabajo, que no puedo interesarme ni comprometerme en un papel hasta que pienso: «Bueno. Va a ser en este momento determinado ¡y va a caber en la agenda!». De hecho, por aquel entonces estaba haciendo cuatro películas a la vez. Ahora estoy haciendo dos, porque he terminado dos en Estados Unidos. Por suerte, gracias a los productores de esta película, pude irme y volver y luego pasar a mi siguiente película. Así que, en cuanto supe que era viable, me permití comprometerme con varios aspectos de la historia y del personaje. Hay una cosa que he leído sobre Ibn Sina que ilustra muy bien su apetito por la vida: su curiosidad, su inteligencia, su conocimiento de sí mismo y su necesidad de indagar sobre lo que hay más allá de él mismo se resumen en un par de cosas que dijo y que encontré en una biografía suya. Dijo: «Prefiero vivir una vida corta y amplia que una vida larga y estrecha». Cuando leí eso, pensé: «Sí señor, me gustaría contar su historia. Me gustaría transmitir eso... más de mil años después». En realidad, es un pensamiento bastante moderno. Bastante lúcido. Muchas veces pensamos: «Es extraño que hace tantos años ya pensaran como nosotros». Por supuesto que lo hacían. No hemos cambiado tanto, no hemos evolucionado tanto. Tras participar en 17 de las 27 obras de Shakespeare, he descubierto que tengo debilidad por las historias que son tan puras en su intención, en su energía, que pueden contarse una y otra vez de diferentes maneras. Tengo entendido que hay sólo siete mitos en los que se basan todos los relatos, todas las historias auténticas. Y cuando digo historias auténticas me refiero a que conllevan un análisis humano y reconocemos como algo verdadero. Como por ejemplo, todas las obras de Shakespeare. Hay un montón de películas que son basura, que no tienen autenticidad, ni mitología sensorial, que no tienen otro mensaje que el de vender palomitas y refrescos. Por eso me ha gustado descubrir otro guión así, porque son los únicos que quiero hacer, que tienen algo atemporal. Es una película sobre la curiosidad, «la curiosidad del alma humana», como dice siempre mi personaje y otros personajes de la película. Quiero saber cómo funciona eso. No importa lo pequeño que eso me haga parecer, necesito conocer la grandeza que hay más allá de mí. Y ese tipo de personajes te dan mucha fuerza. Él es justo lo contrario a una víctima. Tiene una inteligencia heroica. No digo que las víctimas no puedan tenerla. Pero desgraciadamente, cuando la historia va sobre una víctima, a veces interpretar a una víctima te quita fuerza como actor, es un sacrificio que el actor tiene que hacer. Pero en cambio, interpretar a alguien como Ibn Sina te da fuerza. Amplía tu imaginación. Te obliga a ser como actor tan hábil como el ser humano. Incluso aunque sea entre corte y corte, aunque sean 15 segundos, piensas: «¡Uf, lo he conseguido durante 15 segundos!». Y mi amor por Shakespeare me ha enseñado que, cuando estás en un escenario, haciendo de Hamlet por ejemplo, tienes que ser tan brillante, inteligente y carismático como Hamlet lo fue toda su vida. Y tienes dos horas para transmitir eso al público. En el cine, eso se produce entre corte y corte. Es una serie de fragmentos que luego se montan para formar, curiosamente, una cinta de la misma duración: dos horas. Por alguna razón, parece que nos gustan los dramas que duran dos de las 24 horas que tiene un día. Es interesante que encaje dentro de un marco temporal particular. Así que, en esta película, disponemos de dos horas para contar que en realidad nada ha cambiado. No es que sea deprimente, es que la curiosidad de aquella época nos ha traído hasta aquí. Y la curiosidad de ahora nos llevará hasta otra parte, no sabemos adónde. Del mismo modo que tampoco tenía Ibn Sina la menor idea de cómo serían nuestras vidas. Pero hay una conexión: y ésa es la curiosidad. Y ese chico es curioso. Es un joven curioso. Y viaja hasta mí y se introduce en un mundo que está basado en la curiosidad, que florece con ella. Y después, queda destruido por un mundo que dice: «No pienses. No seas curioso».

P.: Sobre la historia de El médico...
B. K.: Me gusta el punto de partida, y lo digo con conocimiento de causa, porque en nuestra cultura moderna, si es que se la puede llamar así, prácticamente hemos desterrado la tragedia. Queremos películas que nos hagan sentir bien. Está bien... pero durará aquí [se señala el corazón] aproximadamente dos minutos. No tendrá ninguna resonancia en tu subconsciente, en el crecimiento de tu alma. Contar historias es tremendamente importante para el crecimiento del alma. En mi opinión, es vital: es mi vida, mi forma de vida. Tengo que decir que el punto de partida de la película es la muerte de la madre de un niño. Ahora, como cineasta no siento la necesidad de omitir esa parte. «Ay, no, no pongas eso... es muy deprimente». Ésa es una actitud muy, muy inmadura. Y no nos va a llevar a ninguna parte. Si cortas todas las partes deprimentes, entonces jamás se podría representar una obra de Shakespeare, ni ninguna gran obra de música, ni se podría contar ninguna gran historia. Yo creo que el público tiene la necesidad de emocionarse. Pagan para eso. No creo que tengan la necesidad de anestesiarse durante dos horas. Por eso nuestra película empieza con la muerte de la madre de un niño. Y ese niño... en realidad está bastante equilibrado. Cuando sufres una pérdida como ésa en tu infancia, dentro de ti se crea un agujero, un espacio hueco. Un vacío, en definitiva. Y en física hay una ley que dice que la naturaleza aborrece el vacío: tiene que llenarlo. Sin duda, la vida llenará ese pequeño vacío en el niño, si tiene la suerte de confiar en su intuición. A mí también me ha pasado: yo también he llenado ese pequeño vacío en mi vida. Y el personaje que interpreta Tom tiene un doloroso vacío dentro que se llama madre. Y él lo llena. Lo llena pensando «Voy a averiguar por qué murió mi madre. Voy a encontrar una cura. Voy a conseguir que este círculo se cierre». Y a menos que tengas la valentía de ser maduro y sensible en este mundo, tu trayectoria va a ser así [traza con la mano sólo parte de un círculo]. Nunca llegarás hasta aquí. Muchas veces, la gente sale del cine pensando: «¡Hala, qué bien me lo he pasado! Y ahora, ¿qué hacemos?», en vez de dejar la película reposar en su interior durante días, incluso meses. Yo he trabajado en películas, como Shutter Island, y afortunadamente en muchas otras, que se quedan dentro del espectador durante años. Lo sé porque he hablado con gente al cabo de varios años que me ha dicho: «Vi tal película». Eso es lo que hemos intentado lograr con ésta. No nos conformamos con eso de «Ah, sí, es una gran película con mensaje». No, hemos intentado contar una historia muy buena con un inicio, un nudo y un desenlace como deben ser.

P.: Sobre la vida de los médicos de la época...
B. K.: Creo que en Europa somos muy eurocéntricos, muy egocéntricos, porque calificamos como una época «oscura» a un periodo de la historia que a la vuelta de la esquina estaba siendo una época «dorada». En la actualidad todavía seguimos beneficiándonos de algunos avances de aquellos años dorados. Las matemáticas, la lengua, los jeroglíficos, la escritura, la música, los sistemas de orientación, de navegación, la astrología... por ejemplo, el astrolabio se sigue utilizando, si tienes un barco antiguo o no tienes ordenador de a bordo, para medir el horizonte y las estrellas y saber dónde estás. Según creo, durante el siglo X se desarrolló en el mundo islámico. Y estoy seguro de que se ha atacado por la envidia. Las cruzadas eran por cosas como: «Oye, ¿por qué no podemos tener nosotros eso? No voy a tolerar que tú lo tengas si yo no lo puedo tener». ¡Pum! [simula un golpe]. Y se quemaron y destruyeron muchas cosas. Pero fue una gran época. Lo sé porque, hace unos dos o tres años, me invitaron a presentar una exposición titulada «mil inventos», y eran todos del mundo islámico, de esa época que nos parecía oscura en Europa, donde no estaba pasando nada, mientras allí se vivía una época dorada. Así fue como descubrí lo del astrolabio y aprendí mucho sobre aquella época. Y fue estupendo llevar ese conocimiento, ese conocimiento interno a... [ruidos fuertes] ahí vienen... ¡Las masas han venido a quemar la biblioteca! ¿Qué vamos a hacer?

P.: Sobre la relación entre Rob y Ibn Sina...
B. K.: Bueno, yo creo que mi papel en la película ha estado libre de estereotipos, o eso espero. Creo que es posible que Rob Cole tuviera una imagen en su cabeza de un hombre al que quería conocer. Lo que yo quería expresar en la película era: «Ya me has conocido Rob, y no tengo nada que ver con lo que te esperabas». Eso fue lo que más disfruté de la película, ir casi en contra de la parte más obvia de la historia: ser un profesor duro, con bastante sentido del humor, extrañamente imaginativo, poético... Y lo que quería proporcionar al Rob Cole de la historia era la sorpresa. Una sorpresa tras otra, eso es lo que quería aportar, más que algo tipo: «Y entonces descubre esto, y pasa lo otro, y todo es fácil y cómodo». Creo que eso ya se ha visto, y no era lo que yo estaba buscando.

P.: Sobre Tom Payne...
B. K.:
Está muy centrado, es un intérprete muy empático y sabe acceder a las emociones del personaje de Rob Cole con mucha facilidad. Ha sido una relación de trabajo muy buena, y creo que en la pantalla se verá reflejado que Rob ha conocido a un hombre al que se da cuenta de que tiene que volver a conocer desde el principio. Creo que eso es lo más interesante de esta relación.
P.: Sobre Philipp Stölzl...
B. K.:
Philipp ofrece una versión de la realidad que no es naturalista. Él orquesta las cosas de una manera bastante operística. Las organiza de una manera bastante teatral... hace como fotografías. Y luego se mueven. Y es bastante interesante estar dentro de esa foto y luego moverte. Él tiene que tener su propio enfoque. Es interesante ver cómo ha trasladado toda esa atmósfera de aquellos años a la pantalla. Pero no es una historia antigua, es una historia muy moderna.

P.: Sobre qué pueden esperar de la película los espectadores y qué quiere ofrecerles...
B. K.:
Es muy difícil contestar a eso, y tampoco es mi trabajo. Mi trabajo es decir: «Aquí tenéis la historia». Es tan simple y extraordinario como eso. Tomad. Y en definitiva habrá unas 200 personas en la sala de cine. Así que habrá 200 historias diferentes. O eso espero. Si he sido fiel a mi personaje, cada persona lo verá de una manera diferente. Si hubiera elegido la vía más cómoda, entonces habría presentado un estereotipo, y todo el mundo lo vería igual. Pero si soy sorprendente y original, y mantengo al público alerta, cada uno de los espectadores tendrá su línea particular, con una perspectiva ligeramente diferente. Por eso digo que no hay ningún mensaje. Es una película hermosamente libre de mensajes. Es lo que se llama una historia.


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