ENTREVISTA A ANDRÉ DUSSOLLIER
Actor de la película "Diplomacia".


Pregunta: ¿Qué fue lo que le atrajo del proyecto?
André Dussollier: Lo que me interesó fue la posibilidad de abordar un capítulo relativamente desconocido de la historia. Nos damos cuenta de que París estuvo al borde del desastre. Cyril Gely y Volker Schlöndorff han logrado transmitir la importancia de las conciencias de estos hombres y su capacidad para enfrentarse cara a cara y para mirar más allá de sí mismos. Los dos protagonistas representan a sus naciones y a sus pueblos. Lo más llamativo -y arriesgado para ambos- es que los dos se extralimitaron deliberadamente en sus funciones. Hay que recordar que Suecia se mantuvo neutral durante la guerra, y que Hitler quería destruir París.

P.: ¿Con qué actitud se enfrentan Nordling y Choltitz?
A. D.: Con inteligencia y maña. Nordling, el diplomático hábil, se sirve de todos los medios a su alcance, porque en diplomacia el fin justifica los medios. Emplea una hábil mezcla de argumentos legítimos y mentiras. Pero al final lo importante es aprovechar las oportunidades, adoptar la actitud adecuada y jugar con lo que no se dice. La acción transcurre durante la noche del 24 al 25 de agosto de 1944, en la cual Nordling y Choltitz libran un auténtico combate de boxeo y descubren sus vulnerabilidades. Comprendemos cuán cerca estuvo París de conocer un destino aciago.

P.: Esa larga noche de negociaciones estuvo llena de tensión...
A. D.: Sí, y por eso me gustaba tanto a mí el personaje de Nordling. Me gusta cuando uno se puede servir de todas las armas a su alcance para superar un obstáculo, cuando juega al gato y el ratón y para ello mantiene ocultas sus cartas. Lo que me fascina es esa forma tan astuta y diabólica de jugar con el adversario para conseguir una meta. Todo se decide sobre la marcha, como en una partida de ajedrez en la que hay que encontrar una solución. Todo esto se va destilando sobre la marcha, según se va negociando, y sentimos un suspense que no es tal -todos sabemos que París no fue destruida-, pero que ahí está, porque nos preguntamos cómo consiguieron estos dos hombres llegar a un acuerdo.

P.: ¿Conocía la existencia de Raoul Nordling?
A. D.: Sí, por la película ¿Arde París?, en la que el personaje está interpretado por Orson Welles. Me documenté a fondo sobre lo que pasó realmente durante las dos semanas de negociaciones diplomáticas y descubrí muchas cosas sobre su relación y afinidades. Nordling, por ejemplo, negoció liberar prisioneros alemanes, y a cambio consiguió que la Jefatura de Policía de París no fuera bombardeada por la aviación alemana. La intervención de Nordling evitó la destrucción de París, que habría tenido unas consecuencias muy graves y causado miles de víctimas. Encontré un periódico del 25 de agosto de 1944 en el que se revelaba que varios edificios de París, como el Senado, el teatro Odeon, el Arco de Triunfo o el Trocadéro, así como varios lugares estratégicos, habían sido minados.

P.: ¿Quién era Raoul Nordling?
A. D.:
Su padre era sueco y su madre francesa. Vivió en Francia y fue cónsul sueco en París. En la realidad tenía un toque de hombre campechano, un poco patán, que despertaba una simpatía inmediata. Aunque su país permaneció neutral durante la guerra, él decidió aprovechar su condición de extranjero para implicarse personalmente en la liberación de Francia. E hizo todo lo que estuvo en su mano para salvar a miembros de la Resistencia y evitar que París fuera destruida. Francia, a diferencia de su propio país, le expresó su gratitud más profunda por su intervención como diplomático extranjero. Además, era un hombre muy culto que vio emerger la futura amistad franco-alemana.

P.: ¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Niels Arestrup?
A. D.:
Me encantó trabajar con Niels. Me gusta su afán de buscar la verdad a través de su trabajo. Para nosotros era importante hacer justicia a nuestros personajes. Nos gustaba trabajar cada escena al detalle y poner todo de nuestra parte para hacer la mejor película posible. Nos entendíamos muy bien en lo que respecta a cómo realzar una escena determinada, pero también respecto a los elementos implícitos. Para nosotros lo importante era el resultado, y ese encuentro entre ambos que nos ayudaba a alcanzarlo.


P.: ¿Cómo definiría la relación que se establece entre Choltitz y Nordling?
A. D.:
Son polos opuestos, pero aun así te das cuenta de que a nivel humano pueden encontrarse, porque son capaces de ponerse en el lugar del otro. Poco a poco te das cuenta de que su forma de enfrentarse y de entenderse les va a ayudar a resolver el problema que tienen entre manos. Además, parece que Nordling ha conseguido conmover lo que de humano hay en Choltitz. A la nieta de Nordling la conocí una noche, después de una función de teatro. Me enseñó una foto del álbum de su familia en el que se ve a su abuelo en Orgeval con Choltitz, ocho años después de la guerra. Eso demuestra que si no hubieran estado en bandos enemigos, podrían haber sido amigos.


P.: ¿Cómo preparó su personaje?
A. D.:
A diferencia de Stalin o De Gaulle, de los que existe una imagen pública y colectiva, Nordling es una figura relativamente poco conocida. Además, la película no gira en torno a Nordling como ser humano. Así que no se trataba de parecerse punto por punto al personaje. Lo que me interesaba era esa actitud aparentemente servil que adoptaba, cuando en el fondo se mantenía inflexible. Por lo tanto, lo que realmente me importaba era la figura del embajador y su actitud.


P.: ¿Qué importancia tienen los silencios y lo que no se dice en los intercambios entre los dos hombres?
A. D.:
Cuando hay mucho diálogo se saborean las palabras, pero los silencios son aún más importantes. En esos momentos, la cámara -y el espectador- sabe lo que está pasando. Por ejemplo, en un momento dado yo me veo obligado a salir de la habitación porque Choltitz me ha despachado. Entonces le digo: "Me he equivocado con usted", como si mi personaje hablara consigo mismo, y como si reconociera su fracaso. Con Niels prolongamos mucho los silencios, eran muy largos, sin artificios. Y en el momento en que le digo "me he equivocado con usted", disfruté haciendo creer al espectador que era yo, el actor, el que me había equivocado. Porque el silencio es el joyero de las palabras. Es en ese espacio en el que mejor puede realizarse y expresarse un actor. La cámara escruta lo que estás pensando y expresando en ese preciso instante.

P.: ¿Qué le pareció la elección de Volker Schlöndorff como director de la película?
A. D.:
Captó la esencia del texto desde el primer momento. El hecho de rodar en un espacio cerrado no fue un obstáculo para él. Notábamos que estábamos explotando el espacio en función de las situaciones, y así, "habitamos" el lugar con él, sin necesitar nunca desplazarnos artificialmente. Volker tuvo la inteligencia de palpar las situaciones. De un director cabe esperar que sea el primer espectador entusiasta de tu trabajo, y él lo fue. Nos prestaba oído a los dos, al tiempo que proponía cosas que se adecuaban a su visión.


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Texto: A Contracorriente ©
 

 
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