ENTREVISTA A NIELS ARESTRUP
Actor de la película "Diplomacia".


Pregunta: ¿Qué fue lo que le atrajo del proyecto en un primer momento?
Niels Arestrup: Para mí, el aliciente fue el suspense tan intenso de la historia, que paradójicamente está basada en una situación de sobra conocida -todos sabemos que París no fue destruida-, y también la inquietud que provoca en el espectador. También me atraía la idea de trabajar con André Dussollier.

P.: ¿Conocía usted los hechos históricos en los que se basa el guión?
N. A.: No, la verdad es que no. Las conversaciones y negociaciones que se mencionan en la película sí tuvieron lugar, pero con otro propósito: liberar prisioneros políticos y a continuación negociar una tregua con la Resistencia para impedir que Choltitz volara la Jefatura de Policía de París. Ese es el hecho histórico. El resto es producto de la imaginación del guionista Cyril Gely. En la actualidad todo el mundo reconoce que la decisión de no destruir París partió única y exclusivamente de Choltitz.

P.: ¿Cómo describiría usted al Choltitz de la película?
N. A.: Ante todo era hijo y nieto de militares. Tuvo una educación muy estricta, basada en valores como el coraje, el sacrificio, la disciplina y el patriotismo. Era un nazi convencido, aunque no ingresó en el partido por motivos ideológicos. Por encima de todo era un soldado, y por lo tanto un hombre que nunca desobedecía una orden, por muy insensata que fuera. Para él lo importante era conservar la idea de la disciplina, para no sentar precedentes. La desobediencia de un oficial podía tener consecuencias muy graves para el resto del ejército. Así, marcado como estaba por este dogma, la idea de la insubordinación nunca se le pasó por la cabeza. Por eso le nombró Hitler para ese puesto. Así pues, la decisión que tomó de salvar París en los últimos días de su reinado fue muy sorprendente. No se movía por convicción ideológica, pero reconoció haber participado en la masacre de los judíos de Sebastopol. ¡Y no sólo eso! Fue el responsable de la destrucción de Rotterdam y de la deportación de muchos judíos de Rusia. No era un hombre particularmente agradable, con el que se pudiera simpatizar. Además, lo que más me sorprendió es que los americanos lo soltaron en 1947, dos años después del fin de la guerra. A lo mejor proporcionó información valiosa a los aliados, pero no creo que recibiera un tratamiento tan clemente sólo por haber dado la orden de salvar París. Durante los años posteriores a la guerra no contó nada de su inesperada salida de la cárcel.

P.: ¿Se documentó acerca del personaje?
N. A.: Repasé su biografía y en Internet encontré entrevistas que le hicieron en los años sesenta, en Baden-Baden. Hablaba un francés muy básico, no lo dominaba. Dice que decidió desobedecer la orden de Hitler porque le pareció absurdo destruir París, y que de todas maneras eso no habría cambiado el resultado de la guerra. No era un hombre muy divertido. ¡Por lo menos no era un tío con el que a uno le apetecería irse de vacaciones! (risas)

P.: La gente suele pensar que los actores tienen que simpatizar con los personajes que interpretan. ¿Es difícil identificarse con un hombre como Choltitz?
N. A.:
Yo no me planteo mucho la cuestión de la empatía con los personajes. Ni siquiera intenté que me cayera bien. Lo que pensé era que valdría la pena dotarle de una dimensión humana, para que el espectador no saliera de la sala pensando: "Era un monstruo". Era importante permitir que el espectador se reconociera en él, aunque sólo fuera en parte. Dicho esto, dotarle de una dimensión humana no significa simpatizar con él.

P.: ¿Cómo trabajó el tono y la dicción?
N. A.:
Lo que tuve claro era que de ninguna manera iba a caer en el tópico de las películas de los años sesenta y setenta, en las que los alemanes hablan de una forma caricaturesca. Choltitz hablaba un francés muy malo, y hubiera sido imposible imitar su pronunciación. Procuré que no se me fuera la mano y que el color local no cobrara más importancia que la psicología. Pero tampoco fue un papel de composición, estrictamente hablando.


P.: Volker Schlöndorff dice que interiorizó por completo el personaje. ¿Fue así?
N. A.:
Yo me formé en el método Stanislavski, que significa identificarse con el personaje, no mantener una distancia. Por lo tanto sólo puedo interiorizar mis personajes, y necesito creer en ellos como lo haría un niño. Sin embargo, al final de un día de rodaje, en mí no queda nada del personaje que llevo horas interpretando.


P.: ¿Cómo fue la experiencia de trabajar con André Dussollier?
N. A.:
Lo que nos unió es que los dos somos muy exigentes: los dos somos muy inquietos y los dos queríamos hacerlo lo mejor posible. Empujábamos en la misma dirección, y muchas veces coincidíamos en nuestras opiniones en el sentido de imponernos una exigencia suplementaria. André es un gran trabajador que siempre busca la precisión. Y yo, humildemente, creo que también trabajo. Nos reconocimos en este trabajo y en la búsqueda de una suerte de perfección, por respeto al público.


P.: ¿Cómo dirige a sus actores Volker Schlöndorff?
N. A.:
Creo que no le resultó fácil, porque se vio enfrentado a actores que habían dado muchas vueltas al texto, que lo habían cuestionado una y otra vez, que lo habían interpretado y reinterpretado, y que tenían un conocimiento instintivo de la reacción del público. Con André nos anticipábamos, sabíamos que tal escena o tal frase iba a suscitar una reacción determinada e intuíamos si el espectador se implicaba en la historia o "desconectaba". Éramos unos expertos en el tema, y Volker tuvo la cortesía de reconocer eso. No puso objeciones a lo que nosotros creíamos haber comprendido o deducido durante nuestras numerosas representaciones teatrales. Se esforzó por tener contentos a sus actores, que nos sintiéramos cómodos, y también se preocupó por las cuestiones rítmicas. Sobre todo es un hombre muy modesto, amable, atento y respetuoso con todo el mundo. Es tan elegante que arrastra a la gente. No puedo decir que nos dirigiera mucho. Nos dejaba a nuestro aire y así consiguió crear una atmósfera de confianza mutua.
También es un gran director que hizo un trabajo extraordinario de iluminación, montaje y dirección. Pero en lo que hace a interpretación, nos dio carta blanca. Creo sinceramente que lo que distingue a esta película es la compenetración, amistad y respeto que se estableció entre Volker y sus actores.


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Texto: A Contracorriente ©
 

 
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