Pregunta: ¿Cómo fue el encuentro con François Ozon?
Swann Arlaud: Me llamó. BAJO LA ARENA me había dejado un recuerdo
indeleble, y me habían gustado mucho 8 MUJERES, POTI-
CHE, MUJERES AL PODER y EN LA CASA, por lo que
me sentí muy halagado de que se pusiera en contacto conmigo.
Cuando me dijo que preparaba una película sobre un asunto
de pederastia, reconozco que me quedé algo perplejo. Conocía
sus películas y temí que entrara en zonas demasiado turbias.
Aún no había terminado la parte del guion que corresponde a
mi personaje. Le dije que sí en principio, pero que le daría una
respuesta definitiva después de leer el guion. Me lo mandó a las
dos semanas y acepté inmediatamente.
P.: De los tres protagonistas de GRACIAS A DIOS, Emmanueles el más lastimado en su intimidad.
S. A.: Cuando François me contó la película, me dijo: "Bueno, el
primero es muy católico, asentado, padre de familia... El segun-
do es ateo, militante... Y el tercero no está bien". Entendí que
me ofrecía el tercero. Era de una lógica implacable. A menudo
me ofrecen ese tipo de personajes.
P.: ¿Cómo se enfrentó al papel?
S. A.: Abusaron de Emmanuel antes de que su sexualidad se desarro-
llara, por eso está herido. Pensé que vivía una virilidad contu-
sionada expresando signos obvios de masculinidad, como pue-
de ser un aro en la oreja, un bigote, una moto, una chaqueta de
cuero... Como si fueran capas detrás de las que esconderse. La
construcción de su silueta me ayudó a entender el personaje y
a hacerme cargo de su herida.
P.: Su personaje se niega de forma visceral a perdonar.
S. A.:¡Y le entiendo! En mi opinión, no hay perdón que valga. Nada
podrá hacer disminuir el dolor que Preynat infligió a esos ni-
ños. Para preparar la película, consulté a fondo la página de
la Asociación "La palabra liberada". François también me
aconsejó ver unos documentales. Al leer y escuchar esos testi-
monios, ver esas imágenes, meterme a fondo en el guion, acabé por tener pesadillas. No podía más, me afectó muchísimo,
sobre todo porque acababa de ser padre. En el plató todo fue
más sencillo, se trataba de interpretar. Pero desde que vi la pe-
lícula, vuelvo a sentirme fatal. El tema me enfurece. Este tipo
de abusos forman parte de la sociedad desde hace siglos, pero
seguimos cerrando los ojos. Violar a un niño es una de las peo-
res cosas. ¿Cómo puede nuestra sociedad y la Iglesia permitirse
excusar en lo más mínimo semejantes acciones?
P.: ¿La culpabilidad de Preynat está clara desde el principio de la película...
S. W.: Sí, y nos quedamos estupefactos ante la increíble solución que
ofrece la Iglesia. Preynat reconoce los hechos, la Iglesia reco-
noce que el sacerdote reconoce los hechos, se cogen de la mano
y se quedan un poco decepcionados porque él no pide per-
dón.... Y ya está. Se acabó. También se oye la bellísima carta que
Alexandre le escribió al Papa, que tampoco surte efecto a pesar
de los grandes discursos. La película no apuesta por el suspense
de la investigación en torno a la culpabilidad de Preynat y de
la Iglesia, sino por el combate de unos cuantos hombres para
sacarlo todo a la luz y convertirlo en un asunto naciona
P.: ¿Hacer esta película también representó una especie de com-
promiso?
N. M.: Es importante contar una historia de un modo no académico; que la narración no se limite a hacer los deberes. Se deben conocer las reglas de la narrativa, pero también es bueno saltárselas. La historia debe resonar dentro de uno mismo y en lo que se está contando. Nunca debe mantenerse una relación banal con el material que quiere representarse. Me gustaba la idea de que el espectador no se diera cuenta inmediatamente de si una escena es un recuerdo, un sueño o la realidad. Todo cohabita con la misma inmediatez en el personaje de Margherita, sus pensamientos, sus recuerdos, la aprensión que siente por la condición de su madre, la sensación de no dar la talla. El momento que narra la película corresponde al momento que vive Margherita, sus estados de ánimo, donde todo se mezcla con la misma premura. Quería que un personaje femenino plasmara la sensación de no dar la talla en el trabajo, con su madre y su hija.
P.: ¿Por eso escribió el guión con tres mujeres, Chiara Valerio, Gaia Manzini y Valia Santella?
S. W.: Como actor me cuesta decir que mis convicciones políticas
están en el cine que hago. Es más bien el papel del realizador,
pero en este caso algo hay, desde luego. Sentí que el tema me
concernía personalmente y me gustó participar en una película
que cuenta la historia de forma diferente. En los medios hay
titulares, imágenes fuertes, y todo adquiere una cierta banali-
dad. Pero la película cuenta la vida privada y la intimidad de
unos hombres de los que se abusó hace treinta años, cómo esto
arruinó sus vidas, cómo la herida sigue abierta. Los hechos pe-
riodísticos adquieren otra amplitud gracias a la ficción.
P.: Al contrario del caso de Alexandre y de François, la rela-
ción de pareja de Emmanuel se tambalea cuando empieza
a hablar.
S. W.: Emmanuel vive con una chica cuya historia es muy similar a
la suya, también abusaron de ella. Pero su denuncia tuvo consecuencias graves, la separación de su familia. Me pareció inte-
resante que François mostrara en ella lo opuesto de la mujer
de Alexandre. Las personas que menos ayuda reciben siempre
son las que más pierden. Ya lo decía Victor Hugo: "La culpa la
tiene la miseria".
P.: La película también plantea el problema de la palabra de los
niños, cómo se entiende, cómo se oye...
S. W.: Escuchar a un hijo no es solo tener ganas de hacerlo, también
significa disponer del tiempo material y del espacio emocio-
nal para hacerlo. ¿Cómo iba a escuchar a su hijo la madre de
Emmanuel cuando tenía que enfrentarse a una mudanza al
divorciarse de un hombre un poco bruto que no se lo puso
fácil y que aún estaba menos capacitado que ella para escuchar
al niño? La palabra de un niño es muy compleja en casos así, y
no es nada fácil entender exactamente la importancia de lo que
dice. Emmanuel se lo reprocha a su madre: "Pero te dije que
me había besado". Y ella le contesta: "Pero si besaba a todos los
niños a la salida de misa". ¿Qué es la palabra de un niño?
¿Cuándo empezamos a pensar que hay un problema? Los niños
notan si hay algo anormal, pero no siempre saben formularlo
de claramente. Mientras preparaba la película, pensé que lo pri-
mero sería conseguir que esos hechos no prescribiesen porque
los niños pueden tardar mucho en hablar. Durante el rodaje, la
prescripción pasó de veinte a treinta años, lo que está muy bien.
P.: ¿Usted aparece hora y media después del comienzo de la pe-
lícula y aporta una tonalidad más visceral ¿No le asustaba?
S. W.: Tenía confianza en François y me lo tomé como si fuera la
guinda del pastel. Además, me gustaba hacerme cargo de esa
parte más sombría.
La película arranca a toda velocidad. Alexandre no para de
andar, de coger trenes, mientras se oyen los auténticos correos
electrónicos que mandó y recibió. Esa parte tiene una fuerza
documental y una dimensión didáctica de las que Melvil se
hace cargo de maravilla porque es conmovedor. Con la llega-
da de Denis, se entra en una parte más militante, más enfu-
recida. También es más agradecida porque la institución ya
no da largas, se empieza a golpear más certeramente. Espera-
mos el momento en que va a soltarlo todo a la prensa. Luego,
con Emmanuel, nos sumimos en la visceralidad y compren-
demos que todo puede bascular. Era importante enseñar el
recorrido diferente de las víctimas, ver que Emmanuel no
es un santo, que puede volverse violento, ver que los abusos
marcaron su cuerpo, su mente, su relación con la sexualidad.
Era importante llegar hasta ese punto. Casi se comprendería
que cogiera una escopeta para matar a Preynat.
P.: ¿Cómo fue encarnar a un epiléptico?
S. W.: A través de un amigo conocí a una mujer epiléptica que se inte-
resa mucho por la enfermedad, que investiga, e incluso realizó
un cortometraje donde se rodó a ella misma. Hay una escena
en la que sufre una crisis que me ayudó mucho. Me permitió
entender qué ocurre con el cuerpo durante una crisis de epi-
lepsia. Las sinapsis no se conectan y el cuerpo le pregunta al ce-
rebro dónde está. Estas escenas son muy complicadas porque
siempre se teme no ser creíble. La única forma de sacarla ade-
lante era ensayar, ejercitarme para las crisis. Además, había un
médico en el plató para asegurarse de que todo fuera correcto.
P.: ¿Cómo fue trabajar con François Ozon?
S. W.: Primero leímos el guion solos los dos y escuchó mis comenta-
rios. A François le encantan las propuestas, siempre lo anota
todo. Yo no me corté, ¡reescribí diálogos enteros! Acepta o no
acepta las proposiciones, no importa. Trabajamos juntos, no es
cuestión de autoridad. Cuando no quiere cambiar algo, explica
por qué. Todo este trabajo previo se hace sin darle mucha im-
portancia, pero así consigue que cuando llega al plató, el actor
esté totalmente metido en el papel y controle el personaje. Ya
no tiene que pensar, solo actuar.
P.: ¿Cómo fue el rodaje?
S. W.: Para un actor es muy agradable trabajar con François. Sientes
que te quiere, que te mira bien. Está detrás de la cámara, está
con nosotros, con la interpretación. Y va muy deprisa. Es uno
de los escasos rodajes donde no me he pasado una hora senta-
do sin hacer nada. François nunca intenta colocar a un actor
en un lugar que no le corresponde, va en la dirección del ac-
tor, confía en él. Me sentí libre de improvisar y él, a su vez,
dirigía durante las tomas. En medio de una escena dice cosas
como: "Enciende un cigarrillo, ve a por un vaso de agua". Por
ejemplo, la escena de la bofetada a mi compañera no estaba en
el guion. A veces, al final de la toma vuelve a decir: "¡Acción!"
Y se retoma todo desde el principio, pero algo desestabiliza-
dos. Todo esto aporta veracidad a la interpretación. Cuando
vi la película acabada, me di cuenta de que había utilizado cosas imprevistas, una lágrima, una emoción, una impaciencia.
P.: El enfrentamiento con Preynat en la comisaría es muy emotiva.
S. W.: La entrega de los César había tenido lugar tres días antes. Me
presenté el martes en el plató después de convertirme supues-
tamente en "el mejor actor del año". La presión era tremenda,
estaba aterrado, nervioso. Fui a hablar con François: "Oye, ¿no
te parece que lo hago fatal desde que me han dado el César?"
Me miró, se rió y dijo: "No, aún no".
P.: ¿Cuál fue su reacción al ver GRACIAS A DIOS?
S. W.: François es un gran director, su puesta en escena es muy fuer-
te, e incluso muy visibles como ocurre en EL AMANTE DO-
BLE. Aquí me parece que es más discreto, está a disposición
del tema. Todo es muy sobrio, sin exageraciones, lo que no me
impidió pasarme todo el tiempo llorando. Ha hecho una pelí-
cula que no va contra la Iglesia, y tiene razón. Es más exacta y
más fuerte.
P.: ¿Cuál es su relación con la fe?
S. W.: Mi educación fue totalmente anticlerical, lo que no me impide
tener una relación con lo invisible. Me parece que es algo que
existe en cualquier forma de arte. De niño fui muy creyente,
casi místico. Siempre me he hecho muchas preguntas acerca de
la muerte, la vida, lo desconocido, el cosmos. Digamos que soy
un creyente gnóstico. Para mí, la fe es algo que se lleva dentro,
que nos permite vivir el misterio de la vida y de la alteridad.