Merchandising ideológico. La carrera hacia la poltrona presidencial de Moncloa comenzó el mismo día que unos ganaron y otros perdieron las últimas elecciones nacionales. Los vencedores iniciaron un maratón por mantener su liderazgo, obtenido gracias al respaldo popular; los segundos, se embarcaron en esa carrera con la intención de ser los primeros en el medallero. Todos son buenos chicos que dicen hacer sus deberes con rectitud académica. El bipartidismo está asegurado desde antes que el voto se introduce en la urnas, la bicefalia regidora se alterna en una tierra de nadie que todos ansían proteger. Convierten la llegada al poder en bastión de su protectorado electoralista.

El hecho de que los aspirantes a la presidencia española se sometan a la inspección de las cámaras televisivas se ha convertido, afortunadamente, en una costumbre que debería ser obligatoria. No un toma y daca sino una manera de rendir cuentas ante los votantes; de confesar qué he hecho bien y qué mal en vez de criticar la suciedad del patio ajeno. Un mea culpa difícil de escuchar porque todos tenemos razón ateniéndonos a nuestras convicciones.
En las elecciones norteamericanas de 1960, el vicepresidente Richard Nixon y el candidato demócrata J.F. Kennedy protagonizaron el primer debate televisado entre aspirantes a una presidencia nacional. En España hemos tenido que esperar hasta 2008 para que, bajo acuerdo con los dos partidos mayoritarios en nuestro Parlamento, se organizaran por primera vez este tipo de encuentros públicos. La fecha convenida por José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE) y Mariano Rajoy (PP) fue el 25 de febrero de 2008. ¿Nos acordamos más de quién ganó o sobre qué se debatió?

Las formas protocolarias invaden la comodidad de los contrincantes; el debate se convierte en un cruce de acusaciones, un baile de cifras, propuestas memorándum sin concreción. Nadie se moja en aguas ajenas. Los políticos carecen de la sinceridad del labrador. Para que las patatas crezcan, necesitan agua; si no soy capaz de reconocer que he descuidado su regadío, de nada sirve echarle la culpa al cambio climático. Un discurso político anclado en los futuribles a veinte años cohabitó con la demagogia en el debate de 2011; una idea escondida en la ambigüedad lingüística huele a decapitación cercana. El baile televisivo entre Rubalcaba y Rajoy, Rajoy y Rubalcaba: tanto monta, monta tanto, ha demostrado honestidad por ambas partes en su amor al poder y aburrimiento en el fondo de sus medidas. Acusaciones moderadas, en ocasiones llevadas de manera irónica; por aquí se maneja sin fuelle el futuro de un país. El pueblo sufridor está deseoso de gritar una nueva Revolución Francesa: la política se produce en las urnas, la social se lleva a cabo en las plazas. Alfredo y Mariano haciéndose espejo en la televisión pública deseosos de levantar al país mientras anulan al contrincante.

El cara a cara electoral del 7 de noviembre fue electoralista. Nada constructivo, abigarrado, confuso; unos dirán que el calvo estuvo sereno, otros, que el de la barba fue más comedido; para algunos, éste se comió al primero; para otros, el de la izquierda ganó en elocuencia socrática al contrincante. Una avanzadilla de lo que significarán cuatro años de bipartidismo entre los de siempre, cuya alternancia viene definida por los pactos y alianzas con el resto de las fuerzas políticas. Los dos canditatos a ocupar la Moncloa sellaron con un beso escondido el problema de la corrupción.
¿Ha aportado algo nuevo este debate de 2011? El voto de los indecisos no se capta durante una exposición alternada de cien minutos. El voto decidido no cambiará; el arrepentido de su última decisión, sabe qué hacer; el indeciso no se consigue con una aparición-flash, donde se habla mucho pero se concreta poco. El paro y la economía son nuestra principal preocupación, también la de Alfredo y Mariano. El trabajador tiene los brazos, ¿ofrecen estos políticos las herramientas para desplegar nuestra fuerza?
Las campañas electorales se han convertido en un show televisivo lanzado hacia Internet con encuestas nada fiables, estadísticas que convierten la confianza hacia los políticos en un factor matemático. Un debate entre los candidatos a presidir el Gobierno nacional no basta; todo es un juego de mercadería televidente. La R de, por orden alfabético, Rajoy y Rubalcaba, ha ganado el mundo digital, enfundado en el anonimato colectivo que este entorno permite. Comparado con un simil deportivo, el debate político se gana o se pierde por goleada. Ni uno ni otro han aprobado el examen de Selectividad previo a la entrega de diplomas políticos. Echamos en falta una evaluación más continua de sus conocimientos, sujetos a las preguntas de un tribunal popular.

Hemos de estarles agradecidos por haber cedido al reto de enfrentares en esta arena; donde son examinados por muchos y ellos no ven a nadie. ¿Por qué tanto miedo a degustar el sabor de la conversación a más de dos bandas? Contra más comensales haya, mejor; la consigna bi sigue en marcha. ¿Acaso este tipo de debates sea un plato indigesto por los eructos que se puedan escapar? No pasa nada, estamos en familia; el pueblo es sufridor por naturaleza. Además, ¡qué suponen cuatro días de sonrisas cínicas ante cuatro años de carcajadas panzudas!