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EL AMOR COMO CANIBALISMO IMPERFECTO
Película "Caníbal"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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El comienzo interesante que propone Manuel Martín Cuenca se postula como el principio de una película cuidada, donde las palabras sobran por la fuerza de la imagen. Caníbal se presenta como algo más que una adaptación cinematográfica: es una poesía hacia la vida y la muerte; un placer para los ojos que disfrutan imaginando escenas y diálogos mientras estos construyen ambientes de veracidad impactante. El inicio de esta exquisitez carnívora es atracción para el silencio, transmisión del alma a través de la observancia y las miradas protagonistas, el cosido puntillista de una trama dulcemente macabra, la cámara a disposición del espectador: un lujo de detalles en los primeros quince minutos. El cuerpo del guión va creciendo solo entre brutalidad sin sangre, impoluto, delicado y hechicero. Fotograma tras fotograma, asistimos al alumbramiento de una cinta concebida para servir de alimento a la imaginación del espectador. No se puede más que caer rendido ante tanta contención, silencio y diagnóstico de metraje sublime con objeciones.
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A pesar de este inicio explosivo, el relajo de los acontecimientos posteriores desvirtúan el salvajismo medido presente hasta ahora. El comportamiento humano, de voracidad conocida, enternece su vena feroz inicial. Carlos (Antonio de la Torre) ya no es el personaje malvadamente cortés de los primeros minutos sino que se convierte en un sastre solitario, normal de cara a la galería, que exterioriza una fidelidad hacia la muerte metafísica, casi escultórica. El asesinato desgarbado recubre la belleza tétrica que acaba en carne de parrilla degustada frente a una copa de vino y retiro de matadero. Entonces, comienza lo artificioso: se hecha de menos la pasión enfermiza del acto vandálico. La presencia del satre protagónico exhala la sombra transparente de Hannibal Lecter. Se hecha de menos su savoir-faire; ese refinamiento insuperable en la concepción del canibalismo quirúrgico que disfruta el momento. La frialdad empapa al actor convertido en alfayate y asesino de cuello blanco mientras se consolida el pobre hombre que es redimido por el amor que traiciona su condición antropófaga. Lástima de encuentro al ganar el amor sobre la continuidad devoradora... |
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Hay frío, mucho frío en Carlos, personaje difícil con gesto henchido de incomunicación siniestra. Su interpretación cojea de eficacia atractiva hasta convertirse en el niño bueno que busca ser perdonado o confesar sus pecados a un amor hasta ahora inexistente. Es un asesino acechante no un depredador. En su silencio, esconde una gran debilidad, soledad y daño pasado. La confesión final ignora la tragedia y el sentimiento; ¿frialdad?: sí, pero laxa; llena de teatralidad pasiva y entrañas huecas. ¿Necesaria o sobrante?
El caníbal se desnudó; yo sigo desarropado buscando el interior de una historia desinflada. ¡Maldito amor que apagó su hambre carnal y desperdició la oportunidad de redimirse en el infierno terrenal bien iniciado! |
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El dominio de la fotografía aparece en su lentitud narrativa; la sencillez de los planos largos en la distancia y el tiempo atrapan. Los fundidos de imagen facilitan una transición elegante que intenta inquietar. La música de Johann Sebastian Bach funciona como buen acompañamiento para una velada de entremeses carnívoros. Caníbal no es una película de intriga aunque ésta se pasea con naturalidad por las imágenes que no quieren desprenderse del misterio.
El canibalismo es un gancho para conseguir, de manera irracional, el amor reprimido. Después de devorar a Alexandra, Carlos no puede con Nina: Olimpia Melinte impresiona en su doble papel. Aparece como tema a ante el aislamiento de quien se refugia bajo el escudo del respeto social proporcionado por su profesión. Conoce el amor de manera inesperada, fruto de la impotencia que doblega su corazón. Cae rendido ante a imposibilidad de mancharlo con la naturaleza de su sentimiento antropófago. |
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