En un mundo donde las interpretaciones vuelan más rápido que las noticias hasta el calendario ha perdido su autoridad. El sonsonete 25 de diciembre, fun, fun, fun ha muerto. Se trata de un espejismo perdido en la memoria de quienes aún la tienen. Ahora, en el imperio de las compras compulsivas y el almanaque convertido en momento para las rebajas, la Navidad comienza en noviembre si no antes. El encendido de sus luces transforma la ciudad en un bazar dirigido por el viernes negro. El periodo de los regalos ha comenzado y quienes nos incitan a gastar entre olor a reuniones solidarias y cenas empresariales así lo recomiendan. El gasto simpatiza con el turrón y los kilos de más esperando convertirse en artículo de consumo marcado por la tradición. Huele a colesterol invasivo y ahorros mermados que se perdonan por ser productos de temporada. Algunos ayuntamientos incitan al gasto extra con el encendido de luces, aprovechan para unirse al carro de los sueños falsos con el pistoletazo de repetición anual. El encendido de árboles, calles y avenidas empobrece una noche cargada de color artificial, demasiado discotequero. Los tubos de escape no despiden vaho congelado, las castañas pilongas no saben igual ni apetecen tanto. Los helados compiten con ellas por hacerse un hueco en la costumbre navideña. Las ganas de pasear por la Plaza Mayor en guayabera a ritmo de Manu Chao no es cosa de locos. La Puerta del Sol, más próxima a una plaza norcoreana de Kim Jong-un que al recuerdo de Tierno Galván, se ha quedado desangelada. No apetece dar de comer a palomas que han emigrado del comedero chulapo ni fumarse un porro en Tirso de Molina.
Las grandes marcas comerciales y algunas Administraciones dirigen unas fiestas que han reemplazado la sonrisa por el gasto obligado. El engalanado luminoso de ciertas Gerencias quiere apoyar al comercio minorista para hacer brillar su estela de oscuridad política. Repugna ver cómo el poco gramo de humanidad que nos quedaba se ha desvanecido con la calima del cambio climático. La factura de la luz ha subido un 18 % en noviembre y es la más cara desde febrero de 2023 pero, puesto que Madrid se alumbra con bombillas led, a todos sale más barato tener una nocturnidad machada por la contaminación lumínica que algunos colmarán de espíritu cristiano. El Ayuntamiento de Madrid alumbra sus calles con 12 millones de bombillas valoradas en 5,3 millones de euros, un 15% más que el año pasado. Las grandes superficies y las compras por internet avivaron su brillo casi el mismo día que la Puerta de Alcalá. Estamos a finales de noviembre y ya nos hacen actuar con mentalidad de mediados de diciembre. Algunos se habrán pulido una paga que vuelve a dejar la cuenta bancaria llena de telarañas pero hay que justificar gastos injustificables. En este viernes atropellado, nás y con mayor motivo. Quien no quiera escucharlo que deje de leer: el dispendio acelerado al que nos empuja una Navidad prematura da asco. Los bombardeos publicitarios se disfrazan de buenos sentimientos que repugnan.
Te obligan a tragar con fechas impuestas por tradición religiosa, te obligan a consumir porque lo imponen, te adiestran para protegerte contra las compras de última hora. La Pascua es, cada vez con más fuerza, una realidad consumista y una mentira solidaria: un mazapán reseco. Las ganas de que la lotería toque a todos comenzando por uno mismo es la cuña publicitaria más repetida y menos verosímil. Las quejas sobre lo prohibitiva que se pone la cesta de la compra (nunca faltas de razón) harán corrillos con la suerte de tener salud. Ambas son energía para vivir la ingratitud del currante, o el parado, porque al pudiente esta sarta de palabras le parecen tonterías y pérdida de tiempo.
No me lo trago, no puedo creer que por disfrutar de la noche más iluminada y sumergirse en la avalancha de ofertas con terminología anglosajona seamos más felices. Todo es un éxtasis artificial. ¿Esto no formará parte de una teoría de la conspiración que secundamos con placer ególatra? A los desventurados de Ucrania, Gaza, Siria o Ruanda que les den excepto como noticia pasajera y comentario tuitero. Con la DANA hemos tenido bastante, gracias a ella sentiremos la cercanía de poner en nuestra mesa de Nochebuena a un infeliz que, ante todo, es español. |
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