Hay infinidad de maneras de contar un mismo hecho, de narrar una idéntica historia; tantas y en tan diverso modo, que pudieran parecer argumentos dispares. La voz, la música, la escritura; unas sombras chinescas avivando la pared; el juego de abanicos, un movimiento de manos, un guiñol, el cine, unos dibujos... hasta un simple gesto, son capaces de hacernos comprender el mensáje de nuestro comunicador. Los procedimientos y las herramientas para transmitir se multiplican y se amplían en número y grado insospechados: el límite lo marca únicamente la imaginación.

El Prix Pictet se creó en 2008 para dar justo reconocimiento a una manera de contar historias: la fotografía, una hermosísima forma de transportarnos a lugares y situaciones insospechados; a percibir con un solo sentido lo que necesitaría de varios para calibrar toda su extensión. A sentirnos parte de un objeto o hermanados con un ser desconocido. A participar de sentimientos y puntos de vista nacidos en mentes ajenas. Un medio de abrir puertas y ventanas para mostrarnos lo no visto, lo no imaginado lo no intuído o aquello tan cotidiano, tan conocido que, por trillado, ha dejado de tener significado para el habitual espectador.

Su lente queda tocada por las graves consecuencias de un consumo exagerado de combustible fósil, por una depredación de los recursos. Ecosistema y vida humana sienten la agresión de su presente y contemplan su futuro con sombrías espectativas: especies animales extinguidas o en franca agonía, agua, aire y tierra contaminados, vegetación alterada, ciudadanos padeciendo enfermedades otrora impensables.
Epstein fotografía la consumista sociedad americana (emulada una y mil veces en cada punto de la tierra) y nos alerta de las consecuencias de ese ímpetu devorador cuyo lema parece ser "cuanto más, mejor".
La destrucción causada por unos desalmados, que sólo ven la forma de enriquecerse, sirve de base y apoyo para que, incautamente, toda la especie humana se deje arrastrar por los cantos de sirena de los sin escrúpulos y contribuya a su propia autodestrucción.

El galardón, que ve incrementado su prestigio de día en día, lleva aparejada la no despreciable recompensa de ochenta mil euros. A primera vista parecen dotaciones interesantes y noblemente altruistas, pero ya está bien que quienes nos explotan (o los sostienen), nos avasallan, nos extorsionan -con la ley de su lado- y aquellos que se llevan el producto de nuestro sudor para darnos las migajas de su acaparamiento, reviertan, aunque sea con pequeños gestos, lo que con tanto descaro nos usurpan. Y me permito añadir -aunque sea irónicamente- que no esta mal si, a cambio de unas monedas, espolean nuestra mente: ¡quien sabe hasta dónde podemos llegar! ¡Triste forma de aprender!

Cada año, el Premio Pictet apoya la actividad de una organización sin ánimo de lucro cuyo trabajo refleja el tema de la edición. En esta ocasión, el Pictet ha decidido elegir un proyecto de la organización inglesa Tusk Trust. Esta ONG es responsable de más de cuarenta programas de conservación y desarrollo comunitario sostenible en varios países africanos. Nakuprat es una región al norte de Kenia cuyas comunidades locales se encuentran enfrentadas por el ganado, los pastos y el agua. El estadounidense Chris Jordan, ganador de un segundo premio, dotado con treinta mil euros, con el apoyo logístico de Tusk Trust, visitará Kenia con la misión de llamar la atención sobre los problemas a que se enfrentan los habitantes de estos lugares. Las fotografías de su trabajo allí, se podran ver en algunas salas europeas.