La
muerte es el último eslabón
de la vida: mucha gente la entiende
como el salto de lo terrenal a lo eterno.
Sadam Hussein ya se pudre bajo tierra,
muerto, lo cual no quiere decir que
no estuviera podrido cuando vivía.
Lo que me preocupa es su espíritu
(soy ateo) y si puede tener más
poder ahora que en vida...
Apenas
ha pasado un mes desde que su sentencia
a la horca se conociera y en tan breve
espacio de tiempo se ha cumplido. Actitud
meritoria por su exquisita prontitud
ejecutora. Sin esperar a moratorias
ni resoluciones de la ONU. Por fin murió;
el demonio Sadam ha desaparecido de
la globalización. Seremos más
libres, la atmósfera estará
menos contaminada, no habrá guerras.
Los soldados se replegarán a
sus cuarteles, con aire de Maldelman,
en donde sus superiores les quitaran las
pilas alcalinas del uniforme. El concepto invasor va implícito en
la palabra soldado, de ahí
que no es necesaria su adjetivación
con militar. Así finaliza
el 2006.
La
Democracia, con esta muerte, ha perdido
una gran oportunidad para reforzar su
moralidad haciendo que Sadam pagara
legalmente por sus crímenes y
no se fuera a la tumba de rositas. Sadam
Hussein no ha sido castigado por su
pasado criminal, acusado sí,
ajusticiado también, pero no
pagó por las atrocidades cometidas.
La verdadera función de la Democracia
consiste en hacer que el culpable sea
castigado con los instrumentos que la
Justicia pone al alcance de nuestra
mano. La muerte
no es un elemento para resolver problemas,
es un arma. Usar la muerte para cumplir
con la legalidad no es una medida racional,
es sórdida y facilona; de chiste
trágico. Salvo para los extremistas,
claro; los fanáticos de Oriente
y Occidente. Sadam ha sido borrado del
mapa porque molestaba. Fue un tirano,
un ejecutor y un estorbo para otro tirano:
George W. Bush. La diferencia es que
jugaban en el bando contrario.
¿Qué se ha ganado con
la ejecución de Sadam?... Que
el fervor popular se convierta en festejo
durante un par de horas, que las rivalidades
entre los pueblos sean mayores y que
algunos políticos aprovechen
la coyuntura para sacarle jugo electoral.
Las elecciones norteamericanas están
a a vuelta de la esquina. En Bagdad
seguirá muriendo gente, la nación
se encuentra estancada en su reconstrucción
ficticia, los soldados norteamericanos
pasean a Miss Daisy por sus calles.
De la misma forma que me hubiese sentido
orgulloso al conocer que a Sadam se
le hubiera aplicado una condena justa,
me siento culpable de cómo
ha llegado a la muerte: sin remordimientos
y arrogante. ¿Conoce alguien
a un muerto que no sea libre?... Me
asustan sus ejecutores.
La
Justicia no consiste en aplicar la muerte
al que mata ni de apoyar a quien no
se ensucia las manos con ella pero la
intelectualiza. Si fuera así,
¡cuántos vivos deberían
de estar enterrados y olvidados!. ¿Quién
se acuerda de todos los que han muerto
en nombre de una nación, una
bandera, una ideología, un político
o la decisión de un político?
La muerte es política. En el
siglo XXI creo que se la llama ingeniería
política. La Justicia supone
juzgar al culpable, o culpables, y hacer
que ésta se cumpla sin derramamiento
de sangre ni con falsas interpretaciones
de la ley.
La
muerte de Sadam no borrará sus
aberraciones, y peor aún, algunos
de quienes ordenaron su captura son
criminales legales, impunes, con licencia
para matar.También son asesinos
los gobiernos, gobernantes e instituciones
que impiden el uso del preservativo
en África y dejan que el SIDA
se expanda como un habitante más
entre la hambruna. Una hambruna provocada
por guerras que, a su vez, están
originadas por intereses que alimentan
las potencias de Occidente. El Nuevo
Orden Internacional infla el precio
de las vacunas, saquea los recursos
naturales de esas naciones tercermundistas,
y no lo sentamos en el banquillo del
acusado. Todos pasamos página
y callamos. Somos asesinos: ¿te
gustaría morir en la horca?
¿Quién
es el mezquino, el culpable?
Sadam ha sido enterrado en Al Awja,
cerca de Tikrit, lugar que se convertirá
en una nueva "zona cero" -odio
los modismos- dentro de otra mayor,
Irak. La zona cero es aquella superficie
cubierta por la neurona de los políticos
que directa o indirectamente ordenan
una guerra y de los militares que la
secundan.
El arma de Sadam se llamaba miedo, el
de Estados Unidos se seguirá
llamando prepotencia y el Occidente,
sumisión a la americana.