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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

REALIDAD INJUSTA, RECUERDO NECESARIO
JGS

(Madrid, 01-04-2009)
Parte original del fin de la Guerra Civil Española

Aquello fue la caraba”. Jamás olvidaré el significado de esa frase, ni a la persona que, casi en silencio, la pronunció sólo para mi: su expresividad. Fue una sentencia breve, con boina, respetuosa, afligida, estoica. Sus palabras terminaron con una sonrisa, cuyo significado aún no he desvelado; para reanudar la charla con un “a ver que dice el parte”.

El parte, el cimbalillo, por entonces; las noticias, los informativos de hoy. El 1 de abril de 1939, a las diez y media de la noche, un parte militar anunciaba el final de la Guerra Civil Española en un tono omnipresente, después de acabar con la última resistencia republicana en los muelles de Alicante.

La caraba: una guerra fratricida, impuesta por el golpismo de un militar que, tras su bautismo en la Guerra del Rif, llegó a General y, en sus años mozos, allá por el otoño de 1934, se le encomendó la dirección de las operaciones militares para sofocar y reprimir el movimiento obrero armado que declaró la revolución social en Asturias en 1934: responde al nombre de Francisco Franco, para ser breve. Su siguiente destino estuvo en las Islas Canarias, orden que acató como buen militar disciplinado que era.

El fin de este destierro le trajo a la Península en el 36, cuando se une al golpe de estado que el General Mola asestó contra el gobierno de la Segunda República. Las muertes de éste y Sanjurjo le dejaron el camino libre para sus aspiraciones dictatoriales. Un país en caos, un país que salvar, una guerra ganada por sus huestes. Aún no comprendo cómo Franco tuvo la osadía de llamar a su tropa Ejército Nacional, cuando lo que hizo fue un acto de sublevación contra una soberanía nacional instaurada.
Se codeó con el mismísimo Hitler, otro saltamontes mesiánico que rigió los designios de medio mundo: años más tarde le daría calabazas en Hendaya. Su victoria en la Guerra Civil Española recibió las bendiciones apostólicas de Pío XII, la felicitación del Ministro de Negocios Extranjeros de Alemania, Joachim von Ribbentrop y el gobierno norteamericano se apresura a reconocer al Gobierno del General Franco de manera incondicional de la mano de su Secretario de Estado, Cordell Hull. El 7 de abril, cuando la desolación compartía mesa con el fervor patriótico, Franco hace pública su adhesión al Pacto Antikomintern: comienza su lucha contra el comunismo.

Han pasado treinta años de aquella errata histórica y las posiciones siguen enfrentadas. Una parte, cada vez creciente, de esta sociedad hemos vivido nuestra Guerra Civil de oídas. Recordamos la inocencia de un tiempo en el que no se preguntaba nada porque todo era incuestionable, donde religión y política formaban una unidad sacrosanta. Crecimos en la agonía de una nación regida por el brazo incorrupto de Santa Teresa que habitaba en El Pardo, yo así lo conocí. Otro brazo de hierro gobernó España con dureza y austeridad bajo principios férreos, donde ser opositor político estaba penado con la muerte y ser maricón era una tortura en los calabozos de la DGS. La posguerra de este crimen fue dura, lo veo en las caras de quienes hoy están cansados de luchar por unas ideas entonces clandestinas y también lo noto en el pelo y los dedos de quienes tuvieron que levantar este país a base de su hambruna y sudor. Nadie puede negarles la heroicidad de haberlo conseguido en un espacio histórico gobernado por un inaugura pantanos amante de los testimonios faraónicos.

Madrid, Jarama, Barcelona, Brunete, Belchite recuerdan la hazaña de quienes vendieron cara su vida, con orgullo; pero fue una muerte barata, trapera, para luego honrarlos con su nombre grabado en un santuario presidido por una cruz majestuosa o un puño al aire.

Treinta años después, con el culpable de todo esto muerto, rodeado de nombres que dieron su sangre por él, aún siguen perdidos muchos cadáveres de esta guerra civil. Algunas fuentes estiman en 220.000 sus víctimas, si bien el número exacto se desconoce debido, entre otras cosas, a la cantidad de fosas aún sin descubrir que existen diseminadas por la geografía española. Para organizar este caos de cifras, y bajo el derecho de reconocer a los familiares muertos, en 2007 el Congreso de los Diputados aprobó la Ley de Memoria Histórica, durante el primer mandato del socialista José Luis Rodríguez Zapatero. En ella se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la Dictadura. Es un reconocimiento que no hace distinción de bandos.

Perdimos muchas cosas, ganamos odios y aún no hemos sabido asimilarlo. La Transición nos trajo incondicionales del Régimen reconvertidos en demócratas liberales. La cultura española se vio amputada durante la Guerra. La sociedad de entonces aportó inquietudes, motivaciones, perderle el miedo a los grises, Jarcha, "Libertad sin Ira".

Libertad sin ira, que receta tan sencilla para respetar a los demás. España tuvo una guerra interna, dejar abandonados a los muertos de ambos bandos en cunetas tapadas y alambradas ahora invisibles sería traicionar a la Historia.

Admiro a quienes, jugándose la vida, durante y después de la Guerra Civil, se escondían la saca de garbanzos entre el refajo para dar de comer a su familia; o almacenaban los huevos robados en sus calzoncillos largos a riesgo de llevar a casa la tortilla ya hecha, aquellos que para sobrevivir tuvieron que emigrar al monte, los que se jugaron el pellejo por un amigo y dieron un paso al frente en el pelotón de la Plaza Mayor. Todos son protagonistas: los que consiguieron sobrevivir y los muertos; todos están en el recuerdo, pero no pertenecen al pasado: la tía Juani, el Choto, Lucas...

Esta guerra nacional engendró, a parte de los muertos, muchas vidas rotas, muchos huérfanos y un odio rencoroso que se camufla en patriotismo y venganza.

 
Mapas explicativos de la Guerra Civil Española
 

Sí, aquello fue la caraba. No podré dejar en el olvido a ese hombre que se rascaba su calva al hablarme de la Guerra Civil, ni a la mirada tierna de sus ojillos que han visto el horror del asesinato patriótico. Su narración supo despertar mi curiosidad; yo estaba confuso porque no sabía si abrazarle o decirle que entendía lo incomprensible. Era mi abuelo, al finalizar la guerra tenía 36 años.


JGS

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