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LAS VOCES DEL SILENCIO
PALABRAS SOLIDARIAS

Histórico

 

EN SECRETO Y A LA CARA

"EL ENCUENTRO"
(Teatro Español)


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El encuentro (Luis Felipe Blasco Vilches)
 
 
 
Invitación y desconfianza

La Historia no dicta sentencia hasta que el tiempo hace mella en sus cicatrices. La muerte del dictador Francisco Franco, en 1975, dejó una España desorientada ante la obligada transición democrática y políticos enfrentados abiertamente que debían anteponer el triunfo de la libertad a cualquier interés partidista. El espíritu nacional cambia de color mientras el fantasma asustadizo y enérgico de un aire menos tóxico planea entre los que se disputan el poder. Aquella fue una época de desbandadas políticas y fontaneros más o menos duchos, curtidos en bandos distintos con dispares ideas acerca de la paz social. Un encuentro era necesario entre la legalidad y la clandestinidad. ¿Acaso para deshacer ese halo de ilicitud que no debía existir en la nueva España?
 

El 27 de febrero de 1977 tuvo lugar una reunión clave para nuestra joven Democracia que enrutó el destino de su sendero político. Esta fecha forma parte del imaginario teatral gracias a "El encuentro", una obra que, sin aspirar al revisionismo histórico, homenajea los inicios del proceso democrático español. Eduardo Velasco y José Manuel Seda, los protagonistas de esta trama, desvelan cómo en la intimidad también se alcanzan pactos que incumben al colectivo popular. La entrevista entre Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, alejados de micrófonos y cámaras, intentaba levantar los cimientos de una próspera estabilidad política gracias a la legalización del PCE: algo que los dos compartían y cada uno estaba dispuesto a conseguir con sus argucias. El pulso ideológico se conduce, a modo de pelea sin sangre, sobre un escenario minimalista. Los protagonistas fictícios de esta reunión no recuperan el asentado poso de la figuras que representan, pero son creibles. Hubo fuerza en sus palabras, aunque faltó chispa a una interpretación mas que correcta. Algo se quedó en el aire con los gestos y con la rapidez de un lenguaje, que quizás necesite de más pausas para ser digerido con la atención que merece.

Los dos se vigilan, pasean sus movimientos con precaución felina sobre un escenario que debería regalar tensión. Nada se da gratis en esta contienda cívica sin admitir más cercanía que la prudencia mostrada por un distanciamiento diplomático. El ambiente distendido, de familia parlamentaria, asienta la norma de perder el miedo a sincerarse, mirándose cara a cara. "El encuentro" es la reflexión de dos Españas: una, deseosa de pasar página, y otra, reivindicando la existencia de sombras latentes en las pesadillas del pueblo. Suárez y Carrillo son dos históricos difíciles de interpretar dentro de su sencillez. El texto de Luis Felipe Blasco Vilches exige una inmersión en la idiosincrasia del personaje; algo de lo que cojea, acaso intencionadamente.

  Planeando la estrategia frente a la reflexión
La palabra, encargada de acercar posturas y limar asperezas dentro de un lucha entre titanes, se convierte en la huella que construye el camino dibujado por Machado.

¡Y Usted lo sabe!

La realidad española en 1977 era convulsa, dirigida por una cúpula militar ante la que Suárez se sentía atado; Carrillo, acostumbrado a caminar entre muertes fratricidas, en aras de la paz nacional, no le tuvo miedo. Sorbo a sorbo, el grueso de esta reunión lima posiciones y acerca a los dos politicos. Salen a la luz épocas anteriores: el pasado oscuro de dos personajes que se sienten molestos frente a ese recuerdo, cada uno a su manera, escudándose, ambos, en las circunstancias.
El fuego de la conversación se aviva con esta nostalgia. Santiago Carrillo es hombre que no ignora el presente ni olvida el pasado; Adolfo Suárez mira hacia el mañana para lavar una imagen desacreditada de España, flamante Democracia europea. Ambos representan la llave que despejará el actual clima de confusa libertad, sin llegar al dolor sufrido en época anteriores.
Tras la muerte del dictador, España se disponía a abrazar la estela de un fantasma borracho llamado Transición. Suárez y Carrillo impidieron que besara el suelo en su resaca. La misión de estos dos interlocutores fue la de apartar militantes intereses en favor del bien común, algo difícil de conseguir cuando las ideologías se interponen en el camino de las decisiones. La conversación secreta mantenida entre dos enemigos políticos, condenados a entenderse, orquesta los movimientos y palabras de unos personajes que supieron enfrentarse a la Historia, única conocedora de los vocablos reales.
Este contexto enfrentó la testarudez de Santiago Carrillo, llena de ironía verbal, contra el dandismo, mas encorsetado, de Adolfo Suárez. Tecnócrata estatal el último; militante convencido, brote de las clases trabajadoras, desconfiado, crítico y áspero, el primero. Dos animales de raza en un enfrentamiento que sabe polemizar: ansioso uno por llegar al pacto que mantenga la estabilidad nacional; sin sentirse el otro rehén de nadie ni buscar una legalidad que lo convierta en prisionero de decisiones pactadas por conveniencia.
  Miradas enfrentadas
Cara a cara ante la Historia
La mentalidad obrera de Carrillo se enfrenta al optimismo burgués de Suárez. La excitación de un presidente gesticula ante la estabilidad de un líder perseguido. "El encuentro" habla del pasado, presente y futuro de una España que está componiéndose. Suárez y Carrillo son dos personalidades antagónicas: si Suárez representaba la garantía institucional, Carrillo llevaba marcado el símbolo de la solidez que proporciona la lucha clandestina contra una ideología golpista. Las palabras de Santiago Carrillo se deben al Partido; Suárez aparece como una marioneta del pasado y el momento, a caballo entre la monarquía parlamentaria y la democracia popular. (Seguir leyendo).
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