El calendario se alimenta de fechas que el hombre almacena y revive con el recuerdo. Nostalgia, fetichismo, información. La vida es una concatenación de momentos que da sentido al presente. Se dice que no podríamos existir sin memoria. El descubrimiento de América, la llegada del hombre a la luna, el cumpleaños de un familiar, el nacimiento de nuestros hijos, la muerte de Franco, el año de las primeras elecciones democráticas en España, el último recibo de la hipoteca son fechas que permanecen vivas. Sin embargo, hay otros momentos que preferimos olvidar. Los guardamos en el cajón de las anécdotas que abrimos durante alguna charla familiar apara demostrar nuestra cultura: las dos guerras mundiales, la Gran Depresión, la Guerra Civil Española, el 11S, el 11M, el 23F, el nacimiento del 15M o la caída de Lehman Brothers. Y, si es posible, soltamos aquello de yo estuvo allí que tan bien queda. Encasillamos las fechas en puntos de estrategia comercial generados por la sociedad consumista. El Black Monday, el Black Friday o el Cyber Monday son anglicismos que definen epidemias momentáneas aceptadas con júbilo en una explosión de gasto oportunista.

La serie de películas marcadas por la franquicia Viernes 13 es otro ejemplo de la idolatría macabra con que emborronamos el calendario. En Madrid, el viernes 13 de marzo se sube al carro de la reminiscencia fácil como sinónimo de jornada fatídica. Jamás se olvidará; quizás sea recordado como el día que secuestró la libertad de nuestra convivencia. Hoy, se ha decretado el cierre de Madrid por la extensión del coronavirus sobre la capital. Se blinda con un cinturón que pretende atajar la pandemia sujeta a la tiranía de su presión. La plaga nos ata en silencio, asistimos con incredulidad a ver cómo se pone la última piedra de un cerco inimaginables hace semanas. Europa se está convirtiendo en un mapa lleno de cercas fronterizas por razones de salud. El coronavirus que anda por Madrid, como el que se pasea por el resto del mundo, ataca sin aspavientos sobre el pánico. Los virus que corren por internet en forma de bulos son mutaciones peligrosas que hacen más daño que el propio COVID-19. No hay que tomarlo como algo apocalíptico sino como incidente.

El No pasarán que defendió Madrid durante su resistencia republicana contra las tropas golpistas se corea en singular mientras depositamos la esperanza en los soldados de la ciencia. El bombardeo es invisible; los drones de Afganistán son juguetes prenatales frente al COVID-19. Cuando hacemos de su presencia el motor de la vida, algo falla. La emergencia nacional y el confinamiento están aquí, enfoquemos su convivencia como una incomodidad necesaria en vez de una pesadilla maldita.