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| LA MUERTE LENTA DEL TAXISTA VERSIÓN 0.0
Cuando algunos dicen que Internet está aniquilando al taxi
JGS
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En pleno asalto de la última batalla del taxi, las declaraciones echan más leña al fuego. Sin llegar a un acuerdo a cerca del carácter restrictivo o expansionista de las licencias, la culpa la tiene Internet.
Un alto representante de la Federación Profesional del Taxi de Madrid. El taxista lo lanza entre cabreo y contundencia, a micrófono abierto. Si Tim Berners-Lee, el padre de la criatura, levantara la cabeza colapsaría todas las redes sociales con sus carcajadas. Por lo visto, la mutación de Arpanet es culpable del último desaguisado abierto en el mundo del taxi. |
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El mismo que no duda en echar mano de Google Maps y el GPS para conducirse por cualquier ciudad dice que Internet ha dañado al taxista. El que hace de las apps, o aplicaciones, su segundo corazón, después del vehículo. El que ve a las plataformas competidoras en la Red un adversario feroz. Antes, echaba mano de su navegador particular y su satélite cerebral que no dependía de una conexión rápida o lenta. Si la memoria resultaba traicionera, no faltaba el chiste ingenioso que sintonizara con el cliente por su vaguedad o su finura. Llámese don de gentes. ¿Será que el taxista, hoy, empolla el callejero 4.0 que no requiere memorización? En este caso, ¿Internet también ha hecho daño al taxista? Si el invento que ha marcado el siglo XX lo ha perjudicado, el descuido de muchos está triturando su figura. Normal que las VTC, con sus defectos legales, estén robando clientes de manera ordenada y creciente.
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A veces, pisar uno de estos vehículos es atreverse a visitar la Cueva de Alí Babá o enfrentarse a la picadura de un mosquito desconocido del que intuyes su efecto letal. El asiento delantero, sobre todo, es una reunión de monedas, papeles y trastos inútiles concentrados en un círculo de amigos anónimos solitarios, cazados en pelotas, atrapados en su intimidad, convertidos en mercadillo. Es como meter la pezuña en un establo sudoroso y revuelto. Cuántas veces tenemos que dar conversación al conductor charlatán desfogándose con terremotos futboleros, quejas contra el Ayuntamiento, subida de impuestos o mil y una pestilencias que, como viajero, ni te van ni te vienen. O aguantar el volumen chirriante de una radio torturadora con decibelios desagradables. Todo es tan cibernético que la emoción de los discos dedicados se lanza a través de Spotify o tuiteando un mensaje de grafía ilegible para los egipcios en forma de papiro electrónico. Seguro que algún taxi cobra en bitcoins. Esto también es Internet.
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Como ocurrió con Telefónica, la entrada de operadoras tipo Cabify y Uber ha roto este monopolio. ¿Donde está el gobierno español para poner cartas en el asunto y ordenar este cambalache? Falla la conexión a Internet.
P.D. O los taxistas madrileños se ponen las pilas y actualizan su versión de acercamiento al cliente o el servicio técnico dejará de prestarles ayuda.
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