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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

HUELE A PEDO
Las declaraciones del ministro Alberto Garzón sobre las macrogranjas originan una diarrea política en cascada

JGS

Alberto Garzón saca los colores al PSOE sobre las macrogranjas
 

Los españoles somos tan machos que enseguida nos ofendemos por cualquier cosa engrandeciendo las menudencias. No gusta que nos llamen la atención sobre algo que puede dañar una imagen confusa con la que se hace negocio. Los políticos disfrutan tergiversando el significado de las frases para sacar provecho con el cabreo popular. Las advertencias de unos se convierten en palabras asesinas por parte de otros. Se arremete contra las personas descontextualizando frases. Unos se consideran ofendidos directos (léase ganaderos), otros atacan participando del posible agravio (entiéndase oposición política). Lo sencillo es atajar las críticas con expresiones peregrinas que defienden votos y asustan a quienes no las comprenden. Se echa un capote al compañero de partido que se sale del redil a través de opiniones personales. Algunas de estas señorías serían más productivas ordeñando cabras que tocando las ubres de una población cabreada. La ministra de Educación Pilar Alegría no entiende a Alberto Garzón o lo quiere demasiado. La manipulación informativa abre venas ajenas con la misma facilidad que Moisés separó las aguas del Mar Rojo. Para opinar, y lanzarse a la yugular del contrincante, hay que saber leer e interpretar sin intenciones dobles lo que se ha dicho.

La cruzada contra el ministro de Consumo por parte del sector ganadero se desató en 2021. Se puso en el punto de mira al aconsejar una ingesta moderada del consumo de carne roja española, no su prohibición. Algunos lo interpretaron como una llamada al veganismo con énfasis ecologista y animalista. Reducir no es sinónimo de suprimir, por si no ha quedado claro. El ministro, ahora, se ha limitado a exponer los daños de las macrogranjas en nuestra economía interna, el problema poblacional, su agresividad contra el medio ambiente y la existencia de una permisividad encubierta hacia el daño animal. Y no le falta razón. En estas explotaciones intensivas se maltrata, se contamina en exceso y se aniquilan puestos de trabajo. En definitiva, se abona el terreno de la España vaciada con más perjuicio que beneficio para todos excepto para los bolsillos de seudorancheros que no aman a sus animales.

Pedro Sánchez, en una entrevista radiofónica, ha lamentado los comentarios de Garzón sin querer/saber pronunciarse al respecto. ¿Es tan difícil apoyar con firmeza postulados de otros compañeros en vez de esquivarlos? ¿O admitir su equivocación? En un ansia por arañar apoyos, la defensa de la ganadería española estuvo fuera. Lo que se trataba era el abuso de macrogranjas que pretende enmascararse como dinamizador económico. Y si de verdad son beneficiosas, que se diga. Sánchez no supo aclarar las dudas para zanjar un asunto que es comidilla en sus mentideros cercanos, donde el pienso es gratis. Pedro Sánchez se decapitó en un acto de lealtad inoportuno mientras creyó proteger del insulto potencial al injuriado. Sánchez debería optar por la aplicación del correctivo correspondiente a Garzón o defender su postura a favor de la ganadería tradicional y pronunciarse en contra de estas macroinstalaciones. Escabulló el asunto como una gallina acorralada. Es penoso, errático y pazguato que el presidente de Gobierno lamente una situación que no quiere afrontar. Se ha convertido en el jardinero desmañado de un vergel que no sabe si podar o mantener intacto. Lo que resulta deleznable es atribuir a locuciones ajenas mensajes equívocos, destinados a la excitación irritante que llena de pestilencia el establo de la política doméstica.

Había una vez un gallinero habitado por tres inquilinos: una gallina charlatana (Alberto Garzón), otra más bocazas que alentó el revuelo entre sus vecinos (Pilar Alegría) y un gallo que se escondió en su incompetencia como gobernante del clan gallináceo (Pedro Sánchez). Pilar Alegría salió a calentar una polémica innecesaria. Actuó como un paraguas roto ante un chaparrón que veía venir, sin saber que desencadenaría otra tormenta mayor. Fue una voz desafinada que no le correspondió capitanear. Luego, llegaron los cacareos de gallitos oportunistas, como Pablo Casado, al que siguieron una manada de vaqueros alborotados mientras los dueños del corral explotador callaban.

La carne española no es de mala calidad. Algunos políticos, llamados a ser ordeñadores de la vaca sagrada de los votos, exigen destituciones como buenos arribistas. Tienen pedigrí. Si hay que pedir responsabilidades a alguien por el alcance de unos comentarios no es al señor Garzón sino a un presidente nacional hundido en opiniones desacertadas que huelen a flatulencia plebiscitaria, dirigida a Castilla y León. Algún día estaremos ante la disyuntiva de consumir carne artificial o carne fresca, crecida en pastos verdes, a precio de manjar hialurónico. Y si no, tiempo al tiempo.
La piel de toro ibérico se ha puesto de gallina al escuchar a Pedro Sánchez lamentando una objetividad que no pide lamentos. Menuda pedorreta se ha tirado delante de todos y nadie le ha culpado por contaminar una atmósfera podrida políticamente.
Posdata.- El ganadero extensivo que cumple con la legalidad no debería preocuparse. Creo.

 


JGS

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