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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

REGALO DIGNO DE UN REY
La ilusión nunca se pierde un día como hoy

JGS

El regreso a España del emérito Juan Carlos sería un buen regalo para finalizar la Navidad
 

Todos los años, en estas fechas, una frase ingeniosa ronda nuestra cabeza obsesivamente: por pedir que no quede. La llegada de los Reyes Magos despierta el espíritu de niño que llevamos dentro. 2021 no ha sido un año próspero para un mundo relocho: unos lo han sufrido más de cerca que otros pero todos hemos sentido la angustia de la incertidumbre. Quizás esas penurias estimulen alargar la carta que cada 6 de enero espera respuesta con nerviosismo. En 2022, acorralados todavía por la crisis económica y un azote vírico descontrolado, no resulta sorpresivo volver a ajustarse el cinturón. Los más afortunados han podido seguir estirando la hucha engordada con esfuerzo. La mayoría rebaña su oquedad con pan duro. La sombra de las economías familiares se ha estilizado en colas que no esperan comprar un rato de ocio mientras los pudientes se hacen más ricos y la pobreza aumenta. El azote sigue acordonando al sector sanitario en un callejón con salida doble: la muerte por agotamiento de los profesionales y su rearme con personal jubilado. Esto también forma parte de la huella de carbono acumulada por la irresponsabilidad política.

No quiero solicitar a los sabios de Oriente algo novedoso ni deseos imposibles de cumplir en esta misiva anual, como se hace la mayoría de las veces. Nada de exclusividad ni sueños inalcanzables que una cuenta bancaria mísera no pueda mantener. Eso sólo lo hacen los defraudadores o quienes conocen los puntos flacos de la Justicia española. Tampoco me propongo incluir todo el borrador mental que alimenta la ilusión de un día, redactado con pereza y alentado por la tradición. Deseo ser escueto, sin pretensiones grandiosas ni cuantiosas. Los anhelos de paz, armonía y todo eso quedaron para las uvas. La necesidad de recibir suplanta la obligación de dar tras meses marcados por la tragedia. No voy a mendigar que el volcán de Cumbre Vieja se duerma para siempre (con que no aparezcan otros, vamos bien); tampoco demandaré que el hambre y las guerras se acaben porque sería iluso creer en una humanidad tan utópica; con que la violencia de género se reduzca me conformo; si la brecha salarial se queda en recuerdo malévolo me doy por contento; que la pérdida de poder adquisitivo no hunda más a los hogares sería un síntoma de que unos pocos no se están enriqueciendo a costa de muchos. Que no haya noticias negativas equivaldría a habitar un mundo artificial, donde los acontecimientos siguen un trazado hipnótico para que todo funcione sin incordiar a quienes dirigen el sarao. Mi intención acaparadora tampoco busca el obsequio de que el cambio climático desaparezca: con modificar la atmósfera de crispación ambiental dentro de una sociedad cada vez más aislada me doy por satisfecho. Aunque digan que de ilusión se vive, no deseo asfixiar de trabajo al trío viajero que lo tiene cada vez más difícil en fondo y forma. Creo que un regalo solamente no es pedir mucho.

La lucha contra el coronavirus es cuestión de paciencia, paciencia llevada con buenas medidas que sólo la población sana mentalmente puede combatir (no digo vencer). A más de uno que siente agotamiento por el impacto del bicho llamado ahora ómicron, por el mareo de variantes y la sucesión de vacunas tan esperadas como odiadas, a esos que los expertos les han diagnosticado estrés pos-COVID19, les ponía a cavar zanjas con 40 grados bajo el sol alquitranado o a recoger fresas 17 horas diarias y veríamos si también se quejaban de fatiga. Esta pandemia, si tiene algo de justa, es que ataca a todo el mundo sin atender al rango dinástico de las víctimas. El rey emérito no se ha escabullido de su compañía por mucho que quiera refugiarse en paraísos orientales. Se escapó para no volver y sólo deseo su retorno para no marcharse. Se le ha visto compartiendo menú de lujo junto a Rafael Nadal en Abu Dabi, sin mascarilla. Durante décadas de reinado, se ha escondido tras el antifaz de la honradez y todos a tragar por confianza institucional. El virus optó por la madurez del tenista antes que la vejez del monarca retirado (con nacionalidad extranjera, por mucho que Vox defienda su españolismo). PCR negativa, según Casa Real, que certificó Zarzuela, y a vivir la vida loca. La inmunidad lujosa que disfruta en los Emiratos Árabes no le ha obligado a guardar aislamiento de seguridad. Rafa se confinó en su paraíso mallorquín al acabar el partido contra el británico Andy Murray. El emérito sigue de picos pardos por el extranjero. Su reaparición pública coincidió con el carpetazo a las investigaciones que la justicia suiza comenzó en 2018 por el cobro presunto de comisiones en las obras del AVE a La Meca. Juan Carlos re-posó para la foto preparada en el Centro Internacional de Tenis Zayed Sports City de Abu Dabi junto al vicepresidente del Círculo de Empresarios, José María López de Letona (de cuna franquista), y el empresario Borja Gervás, no se sabe si en calidad de guardaespaldas, pajes de honor para la ocasión o amiguetes de la infancia.

El vestigio borbónico debería volver a España y cederse al estudio de su genética robusta: todo un detallazo con el que su octogésimo cuarto cumpleaños sería recordado para la posteridad como fecha ilustre. ¡Quizás guarde el secreto de la lucha contra una pandemia mutante! Que regrese para una investigación judicial aclaratoria de cómo propinas millonarias originan lagunas mentales. Y si tiene que ser con presencia médica, se acepta. Que regrese sin privilegios y con responsabilidades. Nada de esperar los brazos abiertos del hogar abandonado como los turrones vuelven en Navidad, nada de una buena jubilación a costa del erario público, nada de rencor y todo por explicar sin un ‹‹Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir››. Mi petición para cerrar las fiestas es que esta ex-Majestad en la reserva vuelva para dar la cara y esclarezca sus culebrones financiero-sentimentales a la democracia que le permitió hacer carrera. Que regrese y, ahora que el teletrabajo ha triunfado, se ofrezca para impartir clases de estrategia empresarial basada en las amistades peligrosas. Que sepa lo que significa bregar a pie de obra, que conquiste la cercanía popular perdida convirtiéndose en streamer o influencer, sin despachos privados ni seguridad pagada con los impuestos públicos.
Sólo pido a Melchor, Gaspar y Baltasar que el ex-rey no aparezca en su camello saudí con porte de monarca medieval, bronceado por unas vacaciones en el exilio. Ojalá que los tres personajes bíblicos consideren acertado mi deseo y no deba encomendarme a las artes de Juan Tamatiz o David Copperfield.

 


JGS

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