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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

O TODAS O NINGUNA
El recuerdo accidental del 8M a las mujeres ucranianas

JGS

Este 8M también se recordó a la mujer ucraniana
 

William A. Wellman nunca pensó que su largometraje Caravana de mujeres llegaría a calar con fuerza en la España que ahora llaman despoblada. El 7 de marzo se cumplieron 37 años de la primera expedición de féminas organizada por los solteros oscenses de Plan. Esta iniciativa comenzó como un fenómeno esperanzador aunque asociaciones feministas la tacharon de machista, reclamo publicitario, reunión ganadera o de iniciativa que busca un amor igualitario falso. Otras voces se afirman en su valor positivo como dinamizador del campo desértico. El protagonismo de la mujer con potencial demográfico no puede ocultarse. Su presencia forma el epicentro de una repoblación explosiva de exhibición carnal, según el ojo que la mire. Se convierte en el foco de muchas miradas a favor y en contra de una práctica convertida en tradición con conexiones emocionales y económicas. Que las personas se emparejen para alcanzar una plenitud vital, alejada de la soledad indeseada y construir futuros provechosos es bueno para todos.

La sociedad vive arrastrada por el ímpetu de la información y los sucesos que mueven su tejido sensitivo más modificado por la catástrofe que la bondad. La guerra en Ucrania, dirigida al derrocamiento del presidente Zelenski sin importar las vidas arrasadas, también ha sido tomada por la mano feminista. Mientras las esposas huyen de la barbarie, los hombres han sido movilizados para defender la tierra con las armas. Las carreteras ucranianas se trasforman en senderos poblados por hormigas asustadas, sus calles son desiertos amenazantes. La escapada sólo permite abandonar el hogar con lo puesto y una maleta vacía como símbolo del adiós mientras los recuerdos y las personas amadas quedaban en un frente, asediado por una invasión orquestada en los salones del Kremlin. Los caminos se llenan de mujeres obligadas a cargar con una casa sin tejado ni cimientos. Es doloroso observar cómo la huida adquiere la forma desencajada de un avance hacia mundos menos salvajes, llamados civilización, en donde la igualdad entre el hombre y la mujer es una lucha sin cuartel. El miedo a la guerra puede ser atrapado por la hermandad mediática del dolor.
Como el Día de la Mujer ya está aquí se oyen voces que intentan iluminar el flujo de migrantes forzosos, encabezadas por la afluencia femenina masiva. Se ensalza la valentía como icono de una resistencia improvisada, forzada a aguantar y se apoya con aplausos solidarios a individuos expulsados de su tranquilidad. La parte civilizada de un mundo desigual despierta el recuerdo pre-8M con palmoteos de aliento inconstante a las compañeras ucranianas, lanza ecos de resiliencia que no condena. Nombres anónimos están en boca de todos, maltratados por la celeridad de la barbarie. ¿Antes no existían, por qué carecían de nuestra preocupación? La camaradería es un valor a tener en cuenta; el juego a espectáculo, un peligro que nos gusta relamer. Ahora, las pobrecitas han abandonado la invisibilidad y son carne de las lamentaciones occidentales sin culpabilizar la mala conciencia del agresor. Tampoco nos planteamos el alcance de una lucha pacífica en forma de boicot económico a las empresas rusas que operan en España. Y si el conflicto ucraniano, que se podía intuir, no hubiese surgido, ¿nos habríamos preocupado tanto por ensalzar a sus ciudadanas indefensas, víctimas de la desgracia política? Me niego a aplaudirlas sólo cuando son pasto de la noticia mientras arrinconamos a las afganas, las iraquíes e iraníes, las uigures, las sirias, las hindúes, las birmanas, las tunecinas, las gitanas, las atacadas por su origen racial o aquellas que se extinguen en el odio conyugal de una relación dañina. Hoy es el día en el que muchos políticos, y quienes se visten con el nombre tan bonito de actores sociales, posan para la foto, se cuelgan medallas mientras cifras escalofriantes retratan a la mujer como perjudicada principal de una cacería entre débiles y abusadores. Me niego a darles mi fraternidad hoy y aceptar su tragedia con resignación (¡mientras no me toque!).

Es fácil criticar, lo asumo, pero más cómodo resulta cruzarse de brazos, secundar la táctica del avestruz, para no mover ni un dedo aunque sea creando malestar a través de palabras que escuezan y generen diálogo crítico. Las bombas siembran de dolor las inmediaciones de Kiev y el corazón de Mariúpol, Járkov, Jersón o Mykoláiv sin distinguir el sexo de sus objetivos humanos. En el mundo libre, que cada vez da muestras mayores de debilidad, hacemos del 8M estandarte del jolgorio callejero. La solidaridad femenina se envuelve en batucada por el asfalto de una ciudad más interesada en la diversidad sexual de los semáforos que en las discriminaciones laborales por cuestiones de género. Mañana sólo quedará una resaca futbolera con pancartas de titular periodístico. Putin seguirá aniquilando Ucrania con saña y el desastre humanitario cebado en mujeres (junto a niños y ancianos) volverá a ser noticia de portada.

 


JGS

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