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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

LOS CAMARADAS OLVIDADOS
Los otros trabajadores del Primero de Mayo

JGS

Los vínculos entre los trabajadores de las calles y los trabajadores de la guerra
 

Hoy, desde 1886, es un día de celebración, más allá de lo puramente festivo. Hoy se recuerda el nacimiento del movimiento obrero, conmemorando la huelga en Chicago que reivindicaba una ley a favor de la jornada lectiva de ocho horas. Hoy se conmemora la manifestación conocida como la Revuelta de Haymarket. Los trabajadores se levantaron contra el abuso de una clase económica dirigente que todavía mantiene las riendas del poder. La presencia del optimismo apoyado en el grupo tenía sentido. Los egoísmos se dejaban a un lado para caminar en un abrazo multitudinario al grito de que ‹‹un mundo mejor sí es posible››. Hoy era un día para despertar esperanzado. Las calles, las charlas, los bares, las terrazas se hacían proletarias aunque sólo fuera durante horas. El ciudadano comprometido se apropiaba de los derechos colectivos. La palabra compañero trascendía del sintagma, saltaba del diccionario para desfilar con intención reivindicativa. Esta fecha siempre será manipulada por quienes no desean que las cosas cambien, por los seguidores de un Visconti sin estilo, por el apoyo a una reforma laboral que no toque su precariedad. Quienes vean innecesario el diálogo entre patronal y sindicatos, o aquellos que hacen de un día para la dignidad un logro patriótico, entran en este saco de la vergüenza.

En la guerra no hay horarios, permisos de trabajo ni, mucho menos, un sueldo para recompensar el tiempo dedicado a producir (muertes). El odio instigador no permite la igualdad de fuerzas. En este escenario, el machismo existe con las violaciones hacia el débil, la expansión de las redes de trata más que en el exceso de testosterona proporcionado por un Kalasnikov, un rifle Malyuk o el UAR-15. Las mujeres ucranianas se han quedado defendiendo el fortín casero mientras que los varones han tenido que salir a proteger la dignidad empuñando lo que encontraban a mano. ¿No es esto discriminatorio? Todos somos hipócritas corporativos.
Hoy, por mucho que a alguien le pese, el calendario se escribe con mayúsculas tintadas de rojo. Un encarnado manchado de sangre. No es carmín sino el colorado de un líquido que estalla en las venas de trabajadores invisibilizados, durante la defensa de su país, para que esto no vaya a más. La sociedad industrializada no les ha reconocido su estatus proletario, tampoco tienen sindicato ni legitimidad blindada por el asociacionismo profesional. Los soldados en combate son operarios que mantienen las fronteras entre el círculo bélico y la paz inestable, la vida y la muerte. El Primero de Mayo, en el mundo civilizado, supone defender las líneas rojas que separan la explotación de la dignidad. Su sacrificio demanda personal no necesariamente cualificado, esclavos de ideologías supremacistas.

Nadie se pone en huelga para detener las fábricas de armamento, nadie quiere luchar contra la falacia de quitar el pan a quienes ayudan a mantener los enfrentamientos en Ucrania, Siria, Yemen o Palestina. No es fácil, pero ¿alguien ha pensado en su posibilidad, aunque sólo sea con términos filosóficos? Nadie quiere oír hablar de soldados excepto cuando necesitamos su defensa, nadie los desea al lado, nadie quiere ser pasto del fuego cruzado. Los últimos en incorporarse a este gremio sin representatividad sindical son los ciudadanos ucranianos, obligados a defender sus tierras contra el asesino de Moscú que dice proteger a la madre Rusia. Su megalomanía empresarial desoye las voces de quien pide tranquilidad, respeto y camaradería. Hitler, Stalin, Pol Pot, Franco, Musolini, Trump, Putin o cualquier dirigente autoproclamado autócrata, con indecencia moral, no debería haber nacido. ¿Quién los ha alimentado? es la pregunta que nadie quiere responder porque la culpa es colectiva. Adolf Eichmann declaró ante el Tribunal de Jerusalén, en 1961, que había ayudado en la planificación y la realización de las deportaciones de millones de judíos obedeciendo órdenes. Seguro que Vladímir Putin tiene al militar Karl von Clausewitz como lectura de cabera de una biblioteca reduccionista antes que a Sun Tzu. Quien afirme que defender un país invadido con las armas o guerrear para aplastar al débil no son trabajos, miente.

El ejército ucraniano lucha contra el ruso, no es una cuestión de buenos y malos sino de esclavitud belicista. Las tropas del putinismo pelean bajo las órdenes de un patrón en la conquista de Donetsk o Járkov. Las bombas sigue cayendo sobre escuelas, se ceban en búnkeres de resistencia compacta como la acería de Azovstal. Las deserciones existen en sus filas a pesar de la censura informativa férrea. Si te despides del engranaje laboral, se corre el peligro de que el nombre desertor engrose la lista del monumento al soldado desconocido. ¿Quién reconoce a estos obreros movilizados forzosamente? Nos referimos a ambos lados de la contienda como entidad abstracta, destinada a defender intereses opuestos. Sólo los mercenarios comercian con el dolor ajeno a cualquier precio y hacen del Primero de Mayo una fiesta del trabajo malinterpretada. No están todos los que son en la marcha de una celebración que abre más la herida en un derechos sociales rocosos como papel de estraza.

 


JGS

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