Las desgracias son detectadas antes en la piel ajena. Cuando la distancia las convierte en noticia lejana nos pertenecen menos. Su protagonismo no va con nosotros. Aunque veamos cómo la amenaza se acerca, la ignoramos con gesto escéptico si no nos chamusca las narices. El agua se está convirtiendo en un bien escaso. Este beneficio común se ha trasformado en el oro de los ricos nuevos que, adelantándose al momento como especuladores ejemplares, comercian con la vida de otros.
Mientras los árboles se queman a una distancia prudencial observamos la avalancha informativa de las hectáreas calcinadas, criticamos a los políticos y, de paso, culpamos a la climatología por una incomodidad imprevista. La ola de calor asfixia mientras alguna voz se escuda en la fortaleza del pasado, con temperaturas elevadas y momentos superables. La contaminación no existía en la proporción actual, la emisión de gases nocivos para el medio ambiente era más reducida, los aparatos de aire acondicionado no creaban islas energéticas con carácter individualista, la Naturaleza seguía su curso amigablemente. No habíamos hecho del progreso una vaca explotada de manera egoísta. Al Gore pronosticó en 1992 lo que hoy está ocurriendo. Se le llamó loco, como en la canción de Mocedades pero con el sexo cambiado.

La España que se queda sola es relegada al programa electoral mientras los servicios sociales de este territorio se abandonan por desidia política. Atajar el problema en esas zonas donde la población abandonada crece como champiñones es una cuestión de voluntad consistorial. Nuestros bosques son dejados a la suerte del cambio climático. Deberíamos aprender de la minga ambiental que la sociedad sudamericana tiene impuesta como tradición moral. Al otro lado del charco, nos autoproclamamos limpiadores de basuraleza. Siempre han existido amantes del campo que recorrían sus senderos con una bolsa para recoger los desperdicios abandonados por la gente insolidaria. Antes, las ovejas y cabras eran guardabosques del monte. Ahora transitan más hidroaviones y brigadas de bomberos por su paisaje. El ser humano es experto en su abandono a la vez que crea un ecosistema imparable en insalubridad. La jungla del exterminio ecológico es una realidad cada vez más constante. El reino de la chicharra, la tierra agrietada y el río fantasma se apodera de la vida biológica y social como arenas movedizas. Todavía afloran mentalidades que no llevan bien reciclar ni reciclarse, comenzando por sus hábitos de consumo energético.

La sequía actual es una gestación lenta que hemos protegido durante décadas, y puede terminar en un parto doloroso para todos. Creemos que algo tan sencillo como ahorrar agua es innecesario si este recurso nada en su abundancia. Mientras el chorro del grifo salga caudaloso puedo dejar que esta catarata artificial brote incesante. Cervantes escribió El Quijote a la luz de un candil por imperativos históricos. El hombre moderno, que olvida con rapidez su condición cavernaria, puede consumirla sin límite, amparado por el tecnicismo tarifa plana-libre-regulada que reduce el gasto sin aumentar el ahorro. Además, puesto que se paga la energía que se contrata, el despilfarro está justificado. Y, añado, siempre bajo el paraguas de las eléctricas que protegen el recibo mensual con esa bonificación. La conciencia de ahorro energético y su aprovechamiento, comenzando por la gestión personal ordenada, no existe cuando suponemos que sobra de todo. Quienes, en vez de cargar una lavadora completa, lavan dos prendas en un ejercicio de lujo derrochador, me ponen de los nervios. Aunque se presuma de usar el programa corto en esta operación doméstica.
Da igual que varias ciudades hayan recortado servicios públicos como piscinas, regadío de parques o alumbrado exterior si los hábitos consumistas siguen su curva ascendente. Cuando todo el mundo acepte la sequía como una generalidad extensible, y preocupante, echaremos la culpa de su presencia a Vladímir Putin y el desaguisado de Ucrania. Así son va.
No me importaría morir si frenara el colapso al que nos dirigimos. Lo mantengo porque puedo vivir tranquilo para contar el desarrollo fatalista de las palabras. No es oportunismo ni imaginación literaria. Que todo quede bien claro sin lamentaciones lloronas y con mucho dolor, y que cada uno asuma la parte de culpa que nos corresponde.