La calle es una fuente de información inagotable, los comentarios de quienes alimentan su existir llenan la vida de esperanza y sonrisas. El pulso político se mide más entre las gentes que en los pasillos parlamentarios o a través de palabras inventadas por líderes que aspiran a gobernar un país antes que llevar a buen puerto los intereses de la gente. Ellos son remeros solitarios en una barca donde todos empujan en la misma dirección que el jefe manda. En este bote, las ideologías no se cuestionan, se ponen como estandarte supranacional de una intención cívica supeditada a requisitos morales que miran el interés del partido, camuflando el beneficio general.

El ambiente forma parte de una climatología que trae de cabeza al termómetro social. Ana, una señora entrada en edad, y Luis, posiblemente su yerno, caminan por una calle de Madrid haciendo frente al calor bochornoso de un julio revuelto. Arrimar la oreja detrás de ellos, acoplándose a su paso lento y peripatético es una aventura que recomiendo. Ana ha llenado la mochila de la vida con la ropa ligera de la experiencia, camina junto a Luis, versado en la madurez que está descubriendo las cicatrices de la rutina, dibuja pasos más enteros. Es un cabeza de familia desentendido de la estructura piramidal enseñada por sus ancestros. Ambos pasan junto a un local que, hasta hace poco, era taller: Atelier rezaba en una entrada previa a su interior vacío y destartalado. Ana asegura que ayer lo vio reluciente, Luis no recuerda. Las cosas cambian, los negocios cambian, las personas van y vienen. Todo es alterable. Luis lo ratifica con monotonía convincente. ¡Sí!, la política en primer lugar, afirma sin complejos. Ana, conocedora del signo de los tiempos, apuntala con una afirmación taxativa que nos hacemos mayores... hasta nos volvemos más locos. ¡Mira que no hay locos!

Hace horas que la campaña electoral comenzó aunque el pistoletazo de salida se dio con anterioridad de manera individual: quizás el 29 de mayo, un día después de las elecciones del 28M. Nadie lo decía pero ¿qué aspirante a desmantelar la coyuntura sanchista, convertida en terminología arrojadiza, no tenía en mente un adelanto en otra cita con las urnas? El anticipo presidencial pilló a muchos con el acelerador pisado a fondo. Algunos jugaron a ser Fernando Alonso en un circuito diseñado coches locos donde el asfalto quemaba llanta por los calores de Lorenzo y el rodaje forzado hacia una meta no contemplada.
Igual que en la conversación de Ana y Luis, las elecciones nacionales han pillado de sorpresa. Su presencia ha cambiado. La pegada de carteles que marcaba el inicio de una carrera suicida es una meta volante que apenas simboliza un momento para la reflexión. Semanas atrás ya se había procedido a iniciar informalmente esta competición, centrada en acusaciones contra un contrincante que se lo merece. El final feliz que todos vaticinan se consigue a costa de una guerra sin cuartel que no admite prisioneros; a pesar de que sus decisiones conviertan a los ciudadanos en rehenes de intereses con nombres y apellidos. La duración del periodo electoral es una veda abierta todo el tiempo en el cortijo de barones y siglas que han contribuido a una alfabetización con acrónimos, cada vez más familiares. Las redes sociales dirigen decisiones y la pegada de carteles ha sido suplantada por memes que se fabrican diariamente sin intención reflexiva. La inmediatez del periodismo que golpea con titulares jugosos empuja a que la normalización del insulto y las acusaciones se sienta cómoda. El mensaje será más cercano al votante cansado contra más trastos se tiren a la cabeza del contrincante. ¿No es una maldad que aleja esperanza a la ilusión de la Democracia sostenida por el sufragio libre?
La cuenta atrás para el 23J, lejos del ritmo que Ana Torroja pone en la canción Un año más se ha convertido en un San Fermín lleno de cornadas mortales que pretenden abrirse camino hacia la ocupación de La Moncloa.