La tradición del Día de los Inocentes se está perdiendo. Hoy toca lavarse las manos con galas benéficas en donde caras famosas se apuntan al carro de la carcajada con fines benéficos. Hoy toca reír ante cualquier broma gastada porque es la jornada señalada. Hoy, la burla es una tarta lanzada con ganas. Lo que en otros momentos se hubiera interpretado como agresión, durante unas horas forma el tejido de un gesto llevadero que saca el lado más compasivo de la persona. Pero, en el fondo, quizás se estén cagando en tus muertos con saña. Si el incidente de Ortega Smith contra Eduardo Fernández Rubiño, concejal de Más Madrid en el Ayuntamiento, hubiese ocurrido un 28 de diciembre, su interpretación no habría sido tan agresiva. Si el mismo día, el concejal socialista Daniel Viondi hubiera acariciado la cara a José Luis Martínez-Almeida con suavidad de pañal, el gesto habría quedado en una caricia romántica sin ánimo perturbador. ¿Qué hubiese sucedido si Isabel Díaz Ayuso hubiera confesado su gusto por la fruta un 28 de diciembre?… Todo habría quedado en un fandango rapeado sin más mérito que la falta de rima e inventiva. Los polvos de pica pica y pólvora que se han esparcido durante el calendario político lo han convertido en una tomadura de pelo constante. La actualidad ha transformado esta fecha en un paraíso para la chinchetas que señalan los días como encontronazos sin gracia. Penosos.

Si la celeridad informativa nos avisa de que Gaza está siendo masacrada un 28 de diciembre, nadie se habría sorprendido. Si ese día, Rusia lanza la bomba atómica contra Ucrania, tampoco nos hubiera pillado de sorpresa. Incluso la resurrección de Bin Laden o Milosevic hubiera sido graciosa. Serían inocentadas humorísticas. Pero nada de eso ha ocurrido. El mundo se desmorona y esto no es un pronóstico caótico que de discursos trumpistas ni del Hare Krishna. Es la verdad, no una inocentada y, siguiendo la tónica anterior, nadie se inmuta. Somos conscientes del camino que hemos tomado sin querer ver la magnitud del meteorito que cada vez está más cerca. Las migraciones, los fanatismos, las guerras, las hambrunas, el odio o el racismo están acelerando una segunda desaparición de los dinosaurios. La inteligencia artificial pronostica un cambio morfológico en nuestra convivencia.

Ojalá que el anuncio de otra patera naufragada hubiera sido una bigardía. Lo habríamos criticado porque con esas cosas no se juega. Al saber que era falso, un masaje relajante nos habría tranquilizado. La indiferencia de los gobiernos español y marroquí no hubiera sido tan irresponsable, tampoco su connivencia. El endurecimiento de las políticas internacionales sobre la migración significa un jarro de agua fría sobre el futuro de la dignidad humana. Y esto no es broma. Si me dicen que el mundo es un combustible fósil, por lo tanto finito, me lo creo a pies juntillas porque según como lo dirigimos, el tortazo está asegurado. Seguir con la muletilla de que estamos a tiempo de frenar un suicidio colectivo sí que es una gran mentira. ¿Luego dicen que la tradición del Día de los Santos Inocentes se está acabando?