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VIAJE OSCURO A LA NIÑEZ
Película Nana


J. G.
(Madrid, España)

Nana
  Ficha Técnica Video Premios
No existe nada tan apacible, y feroz, como la vida integrada en la Naturaleza. Hablamos de un espacio natural agreste, sin medias tintas; indómito. Un entorno al que el hombre debe acomodarse con su ingenio y la ayuda de los recursos que dicho espacio ofrece. Lugar de hábitat y descubrimiento.
En la ópera prima firmada por Valéria Massadian las imágenes se suceden como una pieza de curiosa cinematografía. Descubrimos, a modo de documental naturalista, rural y espacioso, la capacidad adaptativa de una niña en una fábula campestre. Se nos abren las puertas de un ambiente que crece en su lentitud e improvisación. Hay belleza en unas imágenes que no persiguen la inmediatez sino que se recrean en su desarrollo, preámbulo de un desenlace imprevisto. Estamos ante un entorno natural y vívido, cincelado por la espontaneidad de unos personajes que no ostentan la función de figuras cinematográficas. La cámara es testigo inmóvil de la escena.
 
Nana (Kelyna Lecomte) junto a su abuelo (Alain Sabras)  
Nana
El afecto por la tierra, una casa aislada en Île-de-France y una atmósfera amiga van ubicando un ambiente atenuado por la ternura infantil.
La imagen en movimiento se presenta arriesgada, apostando por la narración realista de un cuento, sin intervención de una mano que obligue a interpretar planos y confeccionar escenas.
La dirección se pone al servicio del actor y la cámara actúa como elemento receptor de imágenes que luego serán ordenadas en el estudio. Porque si algo caracteriza a Nana es su montaje. Detrás de cada plano existe un trabajo de edición ejecutado con bisturí preciso. Se ha parido en la sala de edición, bajo la penosa labor de desechar horas recogidas con cariño, eligiendo entre la objetividad del plano y el amor del director en el momento de encuadrar. Lente y micrófono penetran la soledad infantil hasta llegar a la secuencia definitiva.
Se ha impuesto la lejanía que obliga a respetar la actuación de una niña tan pequeña -cuatro años- sin la injerencia de observaciones adultas. Juego de gestos y monólogos en el que las localizaciones tienen un papel decisivo. La voz se convierte en movimiento de escena; la cámara permanece estática.
Mientras la madre representa la frustración y la huida, la hija, abandonada, en vez de ponerse a llorar, afronta la vida como un juego campestre. El bosque adquiere el rol de hogar: una casa de muñecas que hay que cuidar. Un guiño a las teorías vertidas por Rousseau en el Emilio, que nos plantea lo que sucedería si dejáramos crecer a un bebé en un marco salvaje, aislado, sin vínculo familiar ni contacto humano alguno.Nana recuerda al caso de Marcos Rodríguez Pantoja, obligado a integrarse en la naturaleza animal. Supervivencia y abandono definen esta fábula que sabe a drama documental.
Nana  
Nana
La fuerza de lo imprevisto se desata en secuencia inesperada. Las reflexiones sobre la vida y la muerte se mezclan con el vacío de una madre incómoda en su labor. Una loba asustada que siente a su hija como al cachorro que no necesita vigilancia: crisálida inocente dentro de su cápsula.
Nana junto a su madre (Marie Delmas)  
La vida campestre de Nana

No existe un guión que rompa espontaneidades. No hay sometimiento a los moldes de dirección. Pero nada es fruto de la casualidad aunque todo parezca casual. Protagonista y directora han convivido durante varios meses en un proceso de adiestramiento. Kelyna Lecomte, con apenas cuatro años, aprende a ignorar la cámara: se apodera de ella. Sus movimientos y palabras dirigen las escenas.
Estamos ante un cuento tierno de áspera rudeza ambiental. La vida respira junto a la muerte. Planea la imagen de Ofélia.
El naturalismo documental impregna de color una parte de la vida que analizamos mucho pero no nos paramos a contemplar: la infancia. El comportamiento infantil emulando a adulto está ante nuestros ojos.

J. G.


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