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CINE Y ESPECTÁCULOS
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LA PESADILLA INFANTIL SE REPITE
Película "Intruders"


J. G.
(Madrid, España)

Intruders
  Ficha Técnica Video
El entrante pinta atractivo. El coco se vuelve más sofisticado con el paso del tiempo. En esencia, conserva los mismos tics inquietantes de antaño. Los miedos de la infancia serán siempre los mismos aunque cambie el plumaje del buitre que los abanica. Igual de oscuros, igual de inexplicables; escondidos en la mentira de quienes los esparcen. Igual de negro. Las pesadillas que alimentan “Intruders” conectan su peso tétrico en la distancia. El silencio se apodera de los planos como un intruso que entra de puntillas en mente del espectador. La intención: capturar su subconsciente con el objetivo de hacerte pasar un rato incómodo. Igual que un guiso apetecible, sus ingredientes nos atrapan por la vista. Invasión deslizante dirigida por la luz de planos oscuros y el sonido metálico de sus primeras escenas: casi monosilábico. El terreno de las pesadillas se siente en su salsa. ¿Otra actividad paranormal llevada a la gran pantalla?
 
Clive Owen como John Farrow  
Susanna (Carice van Houten) junto a Juan (Izán Corchero)
El ambiente oscuro que se respira (exteriores londinenses repletos de armazón metálico y frialdad arquitectónica) manda sobre una película prolongada en exceso. Londres sin lluvia, Madrid irreconocible. Planos cenitales, ciudades impersonales, banda sonora del terror psicológico. La presencia arquitectónica quita protagonismo al individuo; más carga inquietante de sosiego y vacío. Una iglesia convertida en objeto de diseño: espacio abierto, cilíndrico, suave, de iluminación terrosa. Las sombras y los tonos oscuros son personajes motores de las escenas. La opresión religiosa del entorno desaparece, la simbología eclesiástica se niega a permanecer en segundo plano.
La labor fotográfica de Enrique Chediak exhibe una cuidada elaboración. Es la tabla de salvación a la que Clive Owen se agarra para no ahogarse en el fondo de su confusión. La imaginación acerca mentes en el espacio.
El mundo lóbrego se convierte en un estanque ponzoñoso sin fondo. Su manto cubre la la oscuridad de “Intruders”. El silencio se va apoderando de corazón y mente, nada cambia; crece la fabulación alucinógena. El hombre el saco es despertado de su letargo como geniecillo maligno, alimentado por nuestros miedos de niño. Shock traumático, se crean fisuras en la relación de pareja. El cariño paterno-filial se convierte en paranoia persecutoria, egocéntrica, cargada de intencionalidad protectora. Enfermiza. Se pierden los papeles, los miedos del adulto eclipsan los temores de hijos asustados. Agobio carcelario. El símbolo materno se convierte en refugio de la infancia. Un hijo busca respuestas en su pasado.
La religión curiosea sin exorcizar; es un ornato que ni quita ni da peso al argumento. Venía al pelo, hace reír.
Intruders  
Intruders

Se quiere desterrar a los miedos de la infancia. Nos han educado a transportarlos de generación en generación. Crecemos rodeados de espectros tétricos: monstruos que nos harían daño cuando no queríamos conciliar el sueño. -¡Si te portas mal (no te duermes) vendrá el coco y te comerá!- Engendros psicológicos que nunca desaparecerán. Las sombras tiene entidad, su identificación permanece en el misterio hasta materializarse, ¿atemorizarlas o plantarlas cara? Miedo intentando proteger de la muerte. El desarrollo de “Intruders” desinfla este interés inicial de una manera inteligente, con lentitud y mortífera; sin rectificaciones. Poco convincente.

J. G.


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