Los nombres propios, en La fría luz del día, son el papel de plata que envuelve esta chocolatina embaucadora. Dentro, aire comprimido que esconde indigestión, cefalea y somnolencia. El thriller, por homogeneizar su denominación, que dirige Mabrouk El Mechri no aporta nada nuevo al género, con un argumento insulso; apadrinado por caras consagradas (Bruce Willis, Sigourney Weaver), envejecidas debido al normal paso del tiempo y otras más jóvenes a las que la industria cinematográfica pretende convertir en estrellas a toda costa. Es el caso de Henry Cavill (Immortals), destinado a convertirse en un rostro familiar, resultón y fenómeno taquillero. Dentro de una trama farragosa, el joven actor busca una oportunidad a pesar de que la fortuna no acompañe esta producción desafortunada. El director francés, de orígenes argelinos, dirige otra cinta de espías que han querido pasearse entre la sofisticación y la doble identidad sin éxito para ninguna de las dos facetas.
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Se agradece la escasa presencia de Bruce Willis (Martin), domesticado en una jungla peligrosa; acostumbrado a darse de tortas con todos; por una vez, no tenemos que vomitar ante sus hazañas de boy scout patriota, dirigidas por neuronas brutas. En esta ocasión, su dramática presencia salta las lágrimas bajo un espía paternal con doble fondo. Es un figurante lujoso con escasa presencia y rápida extinción. La persecución de una maletín misterioso se convierte en pesadilla y tortura para el espectador inteligente. Sigourney Weaver se merece mejores papeles, alejados del marimacho en que la han convertido. La complicidad a la que juegan su sonrisa y mirada pierde la sensualidad del encanto gestual al que nos tiene habituado.
Teatralidad circense en el personaje de Will Shaw, interpretado por Henry Cavill, con caídas mal resueltas y poco convincentes salvo para el amante del golpe fácil y la espectacularidad ruidosa.
Entre tanto actor famoso, destaca la presencia oscura y elegante de Roschdy Zem, poseído por la ira de una inmolación que se llevó a su familia por delante. Todo pasa entre conspiraciones gubernamentales y secretos paternos.
El espectador queda descompuesto y sin novia. |