Las películas bélicas llevan el atractivo del suceso histórico mientras dan acceso a la crítica sosegada. La huella de sus actores, el halo de los personajes o la responsabilidad del director definen su interés.
Emperador entra en el huracán de una época negra para la cultura japonesa. El resplandor de una cultura milenaria aguanta la humillación de la derrota militar mientras el honor protegía a su caudillo. Los Estados Unidos se han convertido en fuerzas de ocupación buscando criminales de guerra a quien juzgar y ajusticiar. El viaje del
general Douglas MacArthur a un país devastado encuentra una situación política deshilachada. La inviolabilidad del emperador se pone en tela de juicio mientras los crímenes de guerra lo rondan.
En la Segunda Guerra Mundial, que los americanos han ganado y no parecen controlar, quedan asperezas por limar. Los americanos buscan asesinos que paguen sus crímenes, los japoneses están a merced del destino. El ganador olfatea pruebas incriminatorias contra su persona, el pueblo asume el fracaso. Antes de reconstruir una nación, MacArthur busca a los culpables militares. Occidente se topó con el muro de la lealtad y el sacrificio.