La combustión es un proceso reactivo que necesita de un combustible y un comburente para estimular su fuerza explosiva. La última película de Daniel Calparsoro posee intensidad incendiaria: esa potencia indomable ejercida por un pedo sobre una cerilla mojada.
Este impulso fulminante se convierte en visión flatulenta de un thriller aburrido y amante de la velocidad. La intensidad trepidante de escenas basadas en la rapidez conduce unas carreras asépticas, dueñas de adrenalina embotellada. Bostezos. Una aceleración que no logra esconder fallos de maqillaje carrocero. ¿Que tendrá que ver la velocidad con el tocino?
Bajo todo este contrachapado de lujo late una apariencia somnolienta, deseosa de lozonía erótica. Calparsoro se ha condenado a convertirse en un fraquiciado de “Fast and Furious” sin presentar nada nuevo, hundiéndonos en el tópico de una juventud que sabe manipular al sexo femenino. Es trivial y sincero en este aspecto, aparcando dudas existencialistas sobre la naturaleza salvaje del amor: una damisela que no se casa con nadie y pierde el corazón por el primero que se cruza en su camino.
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La fotografía brilla con su cuidado paisajístico; las localizaciones tienen mucho de fashion y arrabal ferroso. Los sonidos de Carlos Jean se pasean por el viaje hipnótico de sustancias alucinógenas y lo selecto de la música pinchada en el MOMA. Un ambiente exclusivo, amante de los excesos carnales: lo mejor, sin lugar a dudas. El olor a garaje que respiran chapa y pintura convive con el glamour de la velocidad lujosa.
El atraco es el móvil en un deficiente planteamiento de suspense. Un submundo en el que el chulo la paga, los imprevistos rompen corazones amantes de la fidelidad y el despistado de turno se pierde en un cuelgue de compostura novelesca. La simpleza barriobajera enfrenta, cual triángulo sentimenal, los corazones de una vampiresa arrastrada, un chaval corto de miras y un tipo duro. El amor por la velocidad se usa como gancho.
Flojera actoral y clichés argumentales en un ambiente que eleva lo tórrido a melodrama de orgasmo juvenil. El parné es el parné y punto. Típico producto de taqillazo fácil con futuro en el top manta callejero. El final es miserable para una trama deseosa de engatusar la adrenalina más tonta. Mario Casas se lo hubiera pasado bomba haciendo de chico rompecorazones y amante de la velocidad. |
