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¿QUIÉN NO PUEDE SER POLÍTICO?
Película Crónicas diplomáticas


J. G.
(Madrid, España)

Crónicas diplomáticas
  Ficha Técnica Video Premios
El espectador que busque en Crónicas diplomáticas un drama sobre la cotidianeidad escondida del político, no disfrutará de la película. La intención de Bertrand Tavernier es hacer llorar de risa. Él es el culpable de esta joya humorística en forma de sátira hacia la burocracia francesa. Una crítica extensible a la internacional. El director de Lyon se ríe de los políticos con la frescura de aires juguetones. El chiste y la bufonada, reunidos en un cóctel tan disparatado como correcto, no escapan a la moraleja. Este formato cómico se hace entendible sin esfuerzos; se solidariza, en su carcajada, con el sentir popular. Los políticos no son dioses; al contrario, se sienten curritos privilegiados en la obligación de justificar su talento. Alexandre Taillard de Worms (Thierry Lhermitte), con desesperación infantil, es un figurín político envuelto en elucubraciones más ociosas que prácticas, un mandatario paranoico y seudointelectual que inspira compasión.
El entorno ministerial se transforma en un búnker bajo alerta constante, donde el significado de las palabras muere con la misma facilidad que nace. La tarea de un asesor se basa en improvisar, adelantarse al momento sin perder los papeles. Dialogar con el lenguaje, aceptar que la incompetencia tiene rangos. El lenguaje está a punto de salvar el mundo.
 
El Ministro de Exteriores francés Alexandre Taillard de Worm (Thierry Lhermitte) junto al asesor Arthur Vlaminck (Raphaël Personnaz)  
Reunión ministerial
Lo caricaturesco define a personajes que se ahogan entre el bucle de la rutina mecánica. Forman parte del engranaje gubernamental destinado a matar el tiempo, incapaces de cuestionarse la estupidez de las órdenes superiores. Taillard es un tipo neurótico, receloso del mundo, espadachín; maestro en hacer la pelota (para algunos, diplomático). Un Charlot modernizado. Un títere de los acontecimientos, alguien que sufre hiperactividad verbal y mímica inaguantable. Un Quijote, un poeta fracasado, un estadista inmaduro.
Crónicas diplomáticas es una delicatessen electrizante. La burocracia mira con humor pero sin desprecio. Es una parodia política, enemiga del lenguaje que no es suyo, incapaz de redactar sus propios discursos.
La soledad del ministro  
Arthur Vlaminck escribe los discursos del ministro caricturesco

Lo ácido subyace en el mensaje si nos ponemos a pensar en el talento de quienes nos gobiernan. Niels Arestrup encarna al personaje que maneja los hilos desde la sombra de la prudencia. Raphaël Personnaz, otro lado de este triángulo, ha salido de una telecomedia. Se convierte en escribano de discursos políticos que aprende a fuerza de golpetazos.
Tavernier hace una dirección de actores excelente dentro de la libertad que el desenfado concede. Todo un logro propio de su veteranía. El tratamiento de cámara es fresco; su continuidad atrapa al espectador. Es momento de relajarse y no perder detalle sobre cada palabra, cada gesto. La duración está a punto de jugar una pasada a este circo emblemático. Por suerte, de la misma forma que parece decaer, se levanta.
La diversión aparece como una realidad desnuda. Su sencillez es portentosa y enamoradiza. El título original es muy descriptivo: Quai d'Orsay hace referencia a otra de las denominaciones del Ministerio de Asuntos Exteriores galo. Lugar donde transcurre la mayor parte de esta locura político-cinematográfica. La política de Crónicas diplomáticas mantiene una sonrisa permanente.

J. G.


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