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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL
Histórico
 
 
 


ENTRE EL DRAMA Y LA TERNURA ESTÁ LA VIDA
Película Heimat, La otra Tierra


J. G.
(Madrid, España)

Heimat, La otra Tierra
  Ficha técnica Video Premios
No porque Heimat, La otra Tierra sea larga ha de resultar aburrida. Los 230 minutos que dura esta precuela están más que justificados. Sus casi cuatro horas de duración, justificadas hasta el ultimo segundo, nos acercan al alma de la Alemania oscura que no siempre fue la locomotora de Europa. Deberíamos de agradecer a Edgar Reitz el poder disfrutar de un regalo tan poético como realista, repleto de elementos que engrandecen al Séptimo Arte. Su obra maestra posee una humildad aplastante, tan poderosa como su perfección. La época en que se desarrolla (mediados del siglo XIX) supuso para el pueblo alemán un punto de inflexión en su expansionismo migratorio, obligado. Fue una salida de la patria cargada de optimismo por lograr un mundo mejor pero desconocedora de lo que, en realidad, esperaba más allá del océano. Muestra a unos personajes y entorno social cargados de actualidad. Un guiño a la necesidad e ingenuidad; fueron balseros engañados con una tierra prometida inexistente. Una salida de su país que les obligaba a convertirse en dueños de un territorio virgen a cambio de renunciar a su nacionalidad prusiana para encomendarse al vasallaje de un gobernador brasileño, desconocido. Confianza desesperada en toda regla.
 
Peregrinos alemanes siglo XIX  
Comienzo del éxodo
Su temática pide a gritos la necesidad de una narración visual en blanco y negro, matizando tanto los sueños que aletean como mariposas nerviosas en la cabeza de Jakob Simon como el realismo cruel que sufre un pueblo obligado a dejar todo en busca de un mundo más próspero. Se trata de un colorido con personalidad, igual que en la polaca Papusza, donde luces y sombras se integran en la construcción del diálogo entre las personas, llegando a convertirse en actores de esta despoblación progresiva. Son figuras sombrías e iluminadas que irradian sentimiento, advierten peligros, se enfrentan a la vida sin miedo y nos abren los ojos ante la pobreza material, integrándose con las miserias de sus almas. El color espontáneo sirve de juego metafórico, desde el verde floral hasta el resplandor áureo de una ágata que se antoja brasileña, en referencia al viaje tan deseado de sus protagonistas.
Jakob Simon
 
Heimat, La otra Tierra
La belleza del encuadre fotográfico hace de esta odisea una obra artesanal que reconforta el alma y alimenta el intelecto con sus planos llenos de profundidad. La cámara se convierte en ojo espía al examinar cada rincón con su presencia silenciosa; remarcando el valor de los sentimientos donde no hay personas: sólo sombras, camas vacías o ventanas semi abiertas.
El poder dicromático de los fotogramas descubre otra patria no reflejada en los libros de Historia; se acerca al corazón del pueblo y se convierte en cronista de un época donde el hombre, dentro de su bondad, vivía subyugado por el temor a la religión. Se dejaba manipular por esas ideologías del alma que recortan los horizontes morales. Las frases son perlas personalizadas en un guión de exquisita belleza, capaz de saborearse con los ojos cerrados. Algunas como “Las religiones han sido inventadas por el diablo para sembrar entre los hombres la discordia.” son verdades como puños. El miedo a un dios, impulsado por dogmas, es la mayor expresión de integrismo fanático. El poder de sometimiento de la religión doblega al hombre para convertirlo en siervo de su endiablada existencia.
Gustav Simon (izd), su madre y su hermano Jakob (dch)
 
La familia Simon
Más allá del trasfondo histórico, los personajes forman el eje central de una trama perfectamente encajada. Cercano al espectador, Jakob representa al visionario que todos llevamos dentro: es el principio de un sueño y la cúspide de una frustración. La relación entre él y su hermano Gustav se trasforma en pugna al sentirse traicionado con el arrebato de Jettchen. Obligado a convertirse en el hombre de la casa, atado a la rutina doméstica, estamos ante una historia de amor truncado por un desliz cargado de testosterona núbil. Es el ejemplo más puro de la adaptación a las circunstancias, de cómo la vida castiga, cercenando planes. La dominación del sexo masculino en el mundo de Schabbach resulta evidente, y, una vez más, se cepilla las aspiraciones de una vida para traer otra. En el fondo, el nacimiento de Margarethe es fruto de una fecundación no deseada, de un “ya nos conoceros por el nombre de Dios”, de un bombo bien visto bajo el paraguas de la bendición matrimonial. Heimat, La otra Tierra es belleza y desgracia, vida y muerte; rebelión y sacrificio. A pesar de todo, la historia de amor entre Jakob y Jettchen está presente en la sombra junto a una infidelidad deseada.
La compasión de esta sociedad resignada nos hace repensar la humildad de los más pobres cuando el materialismo no había entrado en la sociedad. Dan chispa con su personalidad a este juego de sombras: desde el hijo del Conde, tan engreído como analfabeto, hasta la ruda sinceridad de Johann Simon, el padre de Jakob. Su tozudez, de rocosa impenetrabilidad, tiene muy clara la misión del hijo en un mundo donde sólo se ha nacido para trabajar. Es alguien que ha desterrado a la palabra perdón de su vocabulario, alguien tan intransigente como orgulloso. Un personaje árido que, a la vez, inspira dosis de ternura cómica.
El trabajo es duro en los campos de Schabbach
 
Jakob con Jettchen y Florinchen
La crónica del día a día se mezcla con el poder de los sueños, personificado en Jakob. Se trata de un alma libre que sabe lo que quiere y entiende que su mundo no está en lo conocido sino que hay otros territorios dispuestos a dejarse descubrir, más apasionantes que su civilizada sociedad protestante. En alemán, Heimat significa patria; aquí, el director lo sustituye por hogar. Aparece como un concepto móvil del que las personas huyen, empujadas por las miserias con las que su trabajo recompensa.
Edgar Reitz ha construido un relato en la línea del Ken Follett más clásico. Su historias forman una saga familiar que vaga vapuleada por el tiempo. Admite que el destino es dueño de su presente y, algunos miembros de esta colectividad, se plantean su capacidad de cambiar su futuro, enfrentándose a su sino marcado por la tradición. El sacrificio de dejarlo todo para comenzar desde cero les convierte en colonos de un terreno virgen donde el sol brilla más tiempo, no hay invierno y los campos producen dos cosechas al año, algo inalcanzable para los habitantes de Schabbach, un pueblo fantasma.
Este drama histórico muestra el tránsito generacional entre poesía, desamor, luces y sombras con elocuencia y humildad.
Enterrando a la hija de Gustav y Jettchen
 
Jakob
La historia del progreso también posee su espacio, debatiéndose, igual que los personajes, entre lo incierto de una prosperidad futura y la continuidad de unas tradiciones que hasta ahora no han funcionado mal. Todo cambia cuando esa normalidad entrecomillada varía fruto del azar o la Historia, del que participa a partes iguales la inteligencia de Jakob y la casualidad de que Humboldt (Werner Herzog) recalara en Schabbach.
Flores azules  
El barco de la libertad

El ritmo pausado de Heimat, La otra Tierra la convierte en movimiento contemplativo de una sinfonía coral tan dulce como dramática. Su banda sonora, sencilla y brillante, acentúa el grado de contemplación metafórica que el director impone con un resultado sobresaliente: como un bálsamo donde el dramatismo de las imágenes, musicadas, lo convierte en belleza. Es pausada, no lenta.
El hombre se enfrenta al poder indomable de sus sueños y frustraciones en el drama nietzscheano de la vida, obligado a enfrentarse a sus temores para convertirse en león o niño. De nuevo, la excepción confirma la regla; y de manera épica, con la cinta dirigida por Edgar Reitz.

J. G.


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