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CINE Y ESPECTÁCULOS
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LA VEJEZ COMO LUJO DESAPROVECHADO
Película "La juventud"


J. G.
(Madrid, España)

La juventud
  Ficha Técnica Video Banda sonora
La nueva película de Paolo Sorrentino muere en la comparación con su anterior cinta: “La gran belleza”. Esta actitud equiparativa sobre trabajos distintos, que no es de obligado cumplimiento, se ha convertido, por desgracia, en un elemento fetichista de perversión enfermiza.
Cada metraje, aún viniendo del mismo director, es diferente; tiene su propia personalidad y, por lo tanto, resulta improductivo someterlos al juicio comparativo, en ocasiones inexistente. Cierto que “La gran belleza” ensalza su título pero lo nuevo del napolitano es una conjugación de hermosura paisajística y frivolidad, mezcladas en un vodka sin alcohol destinado a paladares selectos. La juventud que Paolo Sorrentino analiza en su obra homónima tarda en llenarse de magnetismo atrayente aunque tampoco puede pasar desapercibida por las pantallas. Es tan barroca como minimalista; tan preciosista como descarnada (sobre todo en los planos protagonizados por Melanie, la esposa de Fred Ballinger). Es Sorrentino trabajando con la cámara cercana, haciendo de su ojo el visor de las realidades humanas convertidas en miedos y frustraciones, enjauladas en un idílico paraíso burgués.
 
Waldhaus hotel  
Un balneario paraíso permitido a pocos
El exquisito Waldhaus hotel se presenta como el escenario bucólico de unos privilegiados que pueden reencontrarse con sus dudas rodeados por este silencio paradisíaco. Es un gran confesonario lleno de lujo, un mausoleo de la conciencia humana, una jaula para tigres abatidos y elefantes que se resignan a morir. Un gran gueto elitista donde la vida se ha detenido para una minoría afortunada y los problemas se disfrazan de broma glamurosa repleta de inseguridades. El ensayo que Sorrentino propone sobre la edad no es provocativo; al revés, puede resultar aburrido por su falta de ingenio.
Lena Ballinger (Rachel Weisz) al fondo, en la tumbona  
La juventud
Este espléndido cementerio da cobijo a personajes que se debaten entre la necesidad de la tranquilidad sibarita para olvidar el pasado y aquellos que buscan en la emoción una forma de perversidad existencial. Fred Ballinger y Mick Boyle son dos amigos colegiales, dos compañeros de travesuras entregados a la sabiduría que concede el mal de la próstata: encontrar un salvavidas a su continuidad. Fred Ballinger y Mick Boyle, soberbio Harvey Keitel, persiguen, entre neblinosos paisajes, la serpiente de Maloja que reconduzca unas vidas erosionadas por el tiempo encargado de envolverlas con el acogedor forro irónico del hastío llamado cansancio.
Excepto para los amantes del director italiano, la película carece del hechizo inicial capaz de atrapar la atención del espectador para convertirse en paraíso interpretativo del plano.
Fred Ballinger (Michael Caine), a la izquierda, con Mick Boyle (Harvey Keitel)  
Jane Fonda en el papel de Brenda Morel
Sorrentino es maestro describiendo ambientes poblados por una fauna tan dispar como dispersa, rodeada de paredes áureas en este palacio de cristal. Hay niños que aprenden a tocar el violín, niños que dan lecciones a los mayores, niños fantasmales; y niños grandes, poseedores de una fragilidad que no quieren reconocer. Algunos, cargados de exceso, se regocijan en el recuerdo a su pasado glorioso como un Maradona tan obeso como decadente. El director, con esta aparición, marca un gol a la estupidez humana en un ejemplo de iconografía obesa.
Roly Serrano es Diego Maradona  
La vida en una burbuja
Michael Cane sobresale en la interpretación de alguien que abraza la senectud negándose a abandonar la losa del pasado. Boyle, el cineasta soñador, alcanza unos de los momentos más sinceros de la película con frases inocentes cargadas de significado: “el hombre sin emociones no es nada”. Son palabras que tras proponer un salto al vacío cargado de adrenalina (James Dean), se convierten en la nueva gran belleza de Sorrentino. Los guiños al cine protagonizan una crítica abierta a la muerte del celuloide en forma de epitafio colorista.
“La juventud” es la belleza femenina de Madalina Diana Ghenea entrando en la piscina, portada de un Penthouse lujoso, y el deseo carnal convertido en volcán provocativo. Fred y Mick son voyeurs de una vida tan insulsa como trágica. El trío: la corrosión del tiempo. El personaje fantasma se llama Melanie, la esposa de Fred que vive presente en su memoria. La aparición fugaz de Sonia Gessner destapa un dramatismo hasta ahora no visto en “La juventud”. La fuerza de su mirada inmóvil y sentenciadora, muda, no necesita justificación. Tan escalofriante como tierna y emotiva, su fuerza asusta, su expresividad impacta; la soledad que desprende, respira. Es la realidad de una juventud que existió y se ha convertido en esqueleto de la agonía espeluznante.
Fred Ballinger frente al paso del tiempo  
Madalina Diana Ghenea como Miss Universo

“La juventud” es un collage de metrajes coqueteando con el preciosismo visual. En este reino de la exclusividad, tanta pulcritud ambiental carece de la ironía bohemia que Gambardella inmortalizó. El final, cargado de música maravillosa, es un punto de cierre que navega tranquila por la dulzura sonora que provoca la caída de alguna lágrima relajada. Su delicadeza constituye el hilo conductor de este existencialismo selecto. “La juventud” es más un atractivo de guía turística que una reflexión sobre el miedo con que el pasado carcome la vida y hace de la vejez preámbulo de la muerte anticipada.

J. G.


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