Mariano Rajoy fue, y posiblemente lo siga siendo en la intimidad, el rey del humor galaico. La intención disimulada en las frases magnifica su ironía cuando no se emborrachan de rusticidad explícita. Poco hay que contar de una película que se devora a sí misma como la vaca que pasta mientras mastica una repetición viscosa. El salto al formato grande de Toño López se viste con el armazón de escaleta televisiva, presente desde sus pinitos en la dirección televisiva con la
serie Nada es para siempre (1999-2000). La empanada gallega con que se estrena en el cine parece una ruta gastronómica y enológica por tierras galicianas. Cuñados aliña lo doméstico con lo detectivesco y deportivo, enreda el secuestro entre los tentáculos del contrabando de pulpo, un ascenso a la
Liga ACB, un divorcio y una pítima redonda. Lo autóctono está presente a través de situaciones majaretas cuyo hilo conductor es la tontería con sabor a
octópodo orensano. El intento por acapara varios géneros (policiaco, cómico, algo de drama consanguíneo, relaciones sentimentales) en un plato comestible, regado con buen vino de la tierra, no sorprende por su textura; aburre al bocado que disfruta paladeando acción y diversión sin aditivos artificiales.
El negocio familiar se mezcla con chanchullos internacionales que llevan hasta México y se dan un garbeo por Portugal. Esta comedia hogareña no tiene el cuerpo mafioso de Italia ni el romanticismo color burdeos de Francia. Es nerviosa en su retorcimiento, vitalista e imparable como un tren dispuesto a colisionar contra un muro visible: su insensatez. La elaboración de un vino con alma ecológica,
Fillas do Ribeiro, es el vínculo entre las personas y una normalidad que, para algunos, se presenta caótica.