La emancipación es un fenómeno con el que muchos jóvenes, si no todos, sueñan. Pero, ¿qué sucede cuando el proceso se invierte? ¿Y si es la madre quien se presta a ser acogida por los hijos durante un tiempo ilimitado? La situación llevada al cine produce un caos y un nerviosismo característicos del humor risible, alejada del ingenio aunque deja caer carcajadas sin intención innovadora. La vida entre adultos disfruta decorando pisos, con reformas y cambios estructurales que hagan de la vivienda un lugar más habitable. El lado femenino de esta convivencia lo disfruta como una enana decorando su casa de muñecas. Ojalá que alguna feminista no se ofenda con esta opinión pero es lo que ocurre en
Vuelta a casa de mi hija. La comedia francesa menos interesante se fija en unos tortolitos de edad avanzada que buscan redecorar su vida. El estereotipo del hombre boquiabierto ante la hiperactividad femenina produce ternura. La mujer madura, cargada de preguntas sobre los gustos decorativos que luego incumple, apena y divierte.
Eric Lavaine, experto en estas lides, se deja llevar por el chiste situacional repetitivo, descansa en la simpleza del
si tu te enfadas, yo también mutuo. El acaloramiento huye de la pareja para refugiarse en el maternalismo familiar sin saber lo que le espera. La alegría del terremoto inicial se convierte en la calma chicha de una pesadilla que devora todo y a todos. La comicidad manida no sorprende, fiel a la linea esperpéntica de una película superficial. Se envuelve con ropajes de andar por casa, al calor de la manta y las palomitas, la pereza dominguera que aprovecha el tiempo para no hacer nada. La acogida se convierte en tutoría desquiciadora de una madre alocada que encuentra el momento para mostrarse como es.