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CINE Y ESPECTÁCULOS
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AMOR CLANDESTINO
Película Primavera en Beechwood


J. G.
(Madrid, España)

Primavera en Beechwood
Ficha Técnica Video    
La corrección con que el séptimo arte británico trata el drama no deja de sorprender. El listón elevado de sus producciones, a parte de educar espectador en la mirada, destaca por la constancia a la hora de abordar elementos comunes. Este tratamiento porta una sensibilidad capaz de sostener delicadeza y la dureza, sin que esta característica resulte destructora. La elasticidad que alarga el tiempo es una bocada de frescor o una bofetada que, sin resultar perjudicial, sabe a cine agradable. La adaptación a la gran pantalla de una novela pende de las sensaciones que el formato literario ha dejado en el público. La conjugación del elemento cinematográfico con el gramatical estimula la imaginación. Aquí, el recuerdo del pasado abraza una negrura que, lejos de convertirse en ciénaga empantanada, quiere salir del túnel a través de la rabia. La intensidad de las imágenes congenia con la fuerza de un texto cautivador, que participa de una compenetración artística entre personajes y acontecimientos, capaz de dar movimiento a las palabras dentro y fuera de la mente descubridora.
La aparición de dos mundos, conviviendo bajo el mismo cielo, ilustra la estratificación de la Inglaterra clasista que no puede separar el barniz jerárquico de una época. Primavera en Beechwood remarca este escalafón por un entorno laboral excluyente. El descanso, vivido con intencionalidad de festejo elitista, trae desconcierto acompañado de sinceridad mientras Jane se funde por primera vez en el dormitorio de Paul. El abrazo esperado está lleno de mímica aterciopelada. Este día de los amantes tiene su principio y fin con cuerpo de mariposa. La intensidad carnal se asienta. La distancia comunica el acercamiento con códigos secretos propios de adolescentes. El agasajado rompe las normas de lo correcto para encontrarse con un amor prohibido por los convencionalismos, recordado durante toda la película. Las pinceladas de dolor público se mezclan con la pulsión en la intimidad sensual.
 
La señora Clarrie Niven (Olivia Colman) y Jane Fairichild (Odessa Young)  
La doncella Jane Fairchild (Odessa Young) junto a su señor, Godfrey Niven (Colin Firth)
Los britanos, como apasionados de las costumbres, convierten determinados días del calendario en situaciones de singularidad colectiva. El instante se viste con galas que se apropian de la desgracia, esconde secretos que necesitan ser aireados para soportar su desasosiego con la participación de los demás. Sin sobreponerse al percance, la angustia aristocrática lleva el peso de una reunión anual conmemorativa, aprovecha para hacer de la aflicción un factor distintivo. La pena se exhibe en un contexto selecto; se hunde en el fango de su infortunio, siempre bien vestida y bien alimentada. El mal focaliza una rabia que, lejos de encontrar soluciones, no despierta el interés humano de los reunidos sino que los distancia dentro de una cercanía campestre artificial. La dirección de Eva Husson no opta por el ambiente relamido sino que desnuda las miserias del ser humano sin atender a la categorización social. La ociosidad de las clases adineradas no llama tanto la atención como la subyugación de la servidumbre a la rutina convertida en trabajo. Su protagonista, vestida de doncella durante la semana, alcanza una libertad creadora impulsada por vivencias frustradas. El guion, fiel al estilismo anglosajón, circula a través de una carretera sinuosa que compagina tramos lisos con sendas más pedregosas. La desembocadura del trayecto final fluye sin perseguir metas, no espera nada del presente excepto mantener viva la energía del viaje, compartido con el espectador.
Primavera en Beechwood es un ejemplo de la vulnerabilidad humana frente el destino de quien posee todo lo material. La angustia espiritual de Olivia Colman exterioriza su miedo con reproches que no pueden cambiar el mundo. A su lado, el personaje que interpreta Colin Firth ha envejecido con rapidez ante una soledad monótona. El alejamiento de la intimidad matrimonial se tapa con una cercanía física al cumplir la tradición del Día de la Madre en el verano de 1924: un acto que tiene tanto de obligación como de formalismo amargo. La evocación al pasado se llena de tormento en un marco pictórico. El vacío martirizador devuelve seriedad a una atmósfera propicia para dejarse acunar por los brazos del culebrón de época pero la película no cae en su trampa. Las huellas de la Primera Guerra Mundial están presentes en forma de heridas sin supurar que la machacan.
Los amantes: Jane Fairchild (Odessa Young) y Paul Sheringham (Josh O’Connor)  
El matrimonio Niven está formado por la señora Clarrie Niven (Olivia Colman) y el señor Godfrey Niven (Colin Firth)

La jornada festiva proporciona horas libres a una criada que las emplea en investigar lo desconocido, muestra el destello del aburrimiento en un círculo elegante mientras toma el te con rigurosidad metódica. El despertar de la vocación literaria vive el momento sin dejar de ser joven; se abre paso con firmeza, en silencio. Lo emocional descubre la naturaleza de la pérdida que unos pueden mantener mejor que otros. El secreto estrecha los lazos de complicidad amatoria sobre lo ocurrido y el deseo de lo que hubiese sucedido, más allá de lo platónico. La continuidad de un hombre para quien el entretenimiento es su respiración choca con el espíritu libre de una mujer atada al trabajo, ilusionante; dueña de un alma que admite la pérdida, consagrada a crear mundos nuevos a través de la literatura: alguien que aguanta los golpes del destino.
La vida de Jane descubre a la mujer que fue y en lo que se convierte más allá del romance compartido por miembros de capas sociales distantes. Esta joya estética y conceptual, marcada por las pausas, rezuma tragedia y cariño sin perderse en quimeras. La burbuja emocional atrapa gracias a su ternura, mantiene viva la llama de la memoria hacia alguien que no pudo ser retenido. La campiña inglesa lanza soplos de placidez exclusiva con individuos que necesitan expansionar sus angustias. El fondo teatral termina aceptando la amargura del presente imposible de cambiar. El valor estético se mantiene fiel a la narración dramática donde admitir el paso del tiempo, como herramienta para superar el abatimiento, es la llave que cierra un recorrido personal basado en la nostalgia y la aceptación. Glenda Jackson es la guinda convertida en embajadora de la edad disfrutada; alguien que reclama suyo el descanso en el silencio. El tiempo de la pasión y la tristeza vive tranquilo el valor de aquellos tesoros que han fosilizado la huella de su camino.

J. G.


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