Ponte a temblar cuando se anuncia un disco de versiones. La sospecha suele convertirse en realidad, salvo en el caso de Peter Gabriel, de quien se puede esperar todo excepto sonidos repetitivos.
El tembleque corporal se convierte en mental cuando el cantante británico no ha dado signos de vida en ocho años. Su larga trayectoria le permite vivir de las rentas, algo incompatible con una ocurrencia musical fuera de pronóstico.
“Scratch My Back” se presentó en marzo como un proyecto innovador con cuerpo orquestal y sentido metafísico. Es un artista genial que no ha conseguido, y dudo que lo alcance, liberarse del peso que arrastra el recuerdo de Genesis.
Hace tiempo que Gabriel se despidió de la banda aunque su nombre continuará adherido a ella.
Su particular estilo clow sobre el escenario le ha convertido en un talento musical camaleónico y colorista, con cara de solitario apenado. La tranquilidad que acompañaba a sus movimientos sobre el escenario no era un síntoma de envejecimiento sino de intencionalidad plana.
La última producción luce una gira de alto riesgo y bajo tirón promocional con la incertidumbre de no alcanzar saturación taquillera.
La gira “New Blood Tour 2010” le hace regresar con un nuevo formato acústico, acompañado de agrupación clásica: 54 músicos que integran la New Blood Orchestra, sin guitaras ni bajos, el piano de Jason Rebello junto al coro formado por Ane Brun y su hija Melanie Gabriel. Peinaron con sus voces temas de Arcade Fire (“My body is a cage“), de confitura inquietante o la ternura infantil desatada por las imágenes de “The book of love”, The Magnetic Fields. El momento épico apareció en “Apres moi” (Regina Spektor) donde voces, instrumentos y visuales alcanzaron su mayor esplendor.
Fue un concierto extraño en el que las escasas 4000 personas, la mayoría dispuestas en sillas dentro de un gallinero pacífico y frío, aportaron un aire fúnebre a la música que desde los primeros ataques se encumbró en lo más alto de la perfección sonora.
Apareció el aire étnico con “Boy in the bubble” recordando a la época de Paul Simon.
Caballero de ronca garganta llena de sobriedad lánguida, Peter Gabriel envolvió a “Heroes”, clásico de El Duque Blanco, en un halo de misticismo impropio de la versión original. El timbre de su voz inconfundible permanece inalterable.
Tema a tema, fue desgranando la sensualidad habida en “Scratch My Back”, ocupando la primera parte de un concierto bondadoso en su duración. La gentileza de este disco, elaborado en forma de tributo, no olvida a nadie. Las seis primeras composiciones dedicadas a los talentos jóvenes (Radiohead, Arcade Fire, Stephin Merritt, Bon Iver, Elbow, Regina Spektor) comparten sitio con las seis restantes que se dedican a artistas consagrados como Bowie, Paul Simon, Randy Newman, Neil Young, Lou Reed y David Byrne. Los textos adaptados a la dirección de Ben Foster y voz de Gabriel minimizan su valor cuando los escuchamos en boca de sus autores.
Las canciones estuvieron envueltas en una producción visual meticulosa y sencilla. Bañada en el rojo sangriento de una gira minimalista, la sobriedad se encuentra en la sencillez clásica de una orquesta que logra la elegancia a través de un sonido muy refinado.
La segunda parte despertó el olor nostálgico de sus
temas
consagrados, abriendo con “San Jacinto”. Se rompió el intimismo de la primera viendo como el ambiente comenzó a bullir con “Red Rain”. “Solsbury Hill” anunció un final faraónico donde convencidos feligreses renovaron su fe con poses de adoración santera. Liturgia pagana que finalizó con la rendición del público ante su melodía, resbalando en lo ordinario al introducir reminiscencias de Beethoven en una canción que ya es universal per se. Asomó el chabacanismo cultivado por “Europe's Livin' a Celebration”: reprochable mezcla de churras con merinas.
Faltó la sobriedad de “Biko” y el acompañamiento de Kate Bush en el bis “Don't Give Up”.
Peter Gabriel y su orquesta emocionaron con el intimismo de una música que ocupó los espacios vacíos con disimulada elegancia. Le queda mucho músculo por sacar.