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BONEY M. SABE A NAVIDAD
(La música de Boney M. en los supermercados)

J. G.
(Madrid, España)

Boney M. Christmas

La crisis actual ha minimizado el alcance de la frase "el consumismo se dispara por Navidad". Este año, los supermercados no se encuentran atestados de sangre compradora. Su magia ha perdido efectismo, respira en las catacumbas del recuerdo; subsiste a ritmo de frías, y artificiosas, melodías navideñas. Lo que antes era maestro de ceremonias para el gasto compulsivo se ha convertido en acompañante mudo de nuestra resignación. La actividad comercial duerme a ritmo de chill out masajeante. Este año, más que otros -siguiendo una tónica ascendente e imparable-, trineos y camellos vienen cargados de ilusión en el sentido más inmaterial de la palabra.

Los centros comerciales han dejado de ser templos masificados para convertirse en avenidas desérticas. La aglomeración deja lugar a la tranquilidad de una vacuidad repleta de carestía. En su interior, los pasos suenan límpidos mientras los paseamos en silencio, cargados de inteligencia ahorradora. Pocas cosas han cambiado en la sinfonía navideña de estas catedrales mercantiles: los antiguos éxitos musicales convertidos en himnos para de época dejan escapar un camuflado “pasen y vean”, “compren barato dos por uno”. Hipnosis.
El hilo musical que se zambulle en sus pasillos tiene un nombre: villancico. Un canto navideño en versión tradicional, pop y melódica. Raphael y su tamborilero triunfaban hace décadas por estos lares: hogareño, con sabor a turrón y olor a incienso. Notas de sensibilidad comprensiva con el bolsillo del consumidor.

De unos años a esta parte, como impronta milenaria, la voz de Linares ha sido destronada de la pull position por los alemanes Boney M. El octavo disco de su carrera, "Happy Christmas" (1991), se convirtió en sonido estrella de las gramolas con sabor a crisma. Ha marcado un antes y un después en el marketing navideño.
Ávidos de consumo, envueltos entre sus canciones, niños y mayores hemos caminado hermanados en un mundo fantasioso sin cabida para la tristeza. Las notas de "Feliz Navidad" suenan igual de risueñas y cantarinas que el primer día: apetece seguir su ritmo mientras ojeamos los saldos ocasionales de tres euros y cincuenta céntimos. Queda su recuerdo. Corrían tiempos de bonanza, la Navidad era sinónimo de centros comerciales amenizados por su música.

La tele se ha encargado de alimentar el recuerdo de estas melodías año tras año, emborrachándonos de repetitiva tradición. La presencia de “My Little Drumer” en los programas de Noche Vieja y Año Nuevo era obligada; incluso "Rivers of Babylon" se colaba en este aire festivo: fue un grupo veraniego y navideño, apreciado por el momento y recurrente en el tiempo. La memoria de la música disco recuerda cariñosa "Mary's Boy Child / Oh My Lord" junto a las voces de Maizie Williams y Marcia Barrett, los movimientos compulsivos de Bobby Farrell.
En los programas de humor maratoniano, las jotas se mezclaban con "Christmas-Mega-Mix": otro guiño para la memoria del pop navideño.

Los supermercados, ahora, se encuentran vacíos: da gusto perderse en ellos sin agobios, con Boney M. de fondo, meciéndote en un mar de sueños. La crisis ha suprimido sus rutas turísticas de nuestros itinerarios domingueros; los fantasmas de antaño siguen presentes en los pasillos vacíos. La música del combo germano no envejece, representa una época de sabor discotequero y belleza de ébano. Entrar en una gran superficie sin escucharlos se hace extraño.

El sonido Boney M., y en especial el de sus trabajos "Happy Christmas” (1991) y "Christmas Party" (1999), despide una melodía que se deja querer, vendedora y afable. En Navidad, el hábito de consumir nos embarga, su música continúa fiel a la cita pastoril: toda una lección de mercadotecnia musical. Boney M. forever.

 

 

J. G.

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