El grupo de rock Freewheel, por asociación lingüística, se emparenta con Los Rolling Stones ya que, de un plumazo, pasamos de la rueda libre a las piedras rodantes. Mientras que The Pretty Things, grupo al que telonearon, ha sido calificado como los primos feos de la banda capitaneada por Mick Jagger. En este concierto, todo queda en casa. Es verdad que los madrileños tienen ese punto de irreverencia que siempre ha caracterizado a Jagger, sin embargo, sólo es un dato anecdótico a pesar de que estos chicos se esmeren en conseguir ese aspecto de niños traviesos. Son del montón; su actuación no aportó novedad para que puedan ser identificados como elemento emergente de nuestra música actual.
Cayeron en las redes de un sonido sucio, demasiado estridente como para apreciar su estilo; suficiente para seguidores pero exiguo para quien busca en los sonidos diferencias tonales y, sobre todo, claridad auditiva. Quizás la riqueza de su sonido resida en la fealdad con la intención de confundir música letra y música. ¿Sonarán igual en el disco recién editado? A Freewheel no se le puede negar chispa ni ganas de comerse el escenario hasta apropiarse de él con alboroto. La suya fue una posesión que no dejó huella, momentánea y ruidosa.
El aura que proporciona un pasado glorioso se cernía sobre The Pretty Things como una carga en vez de un halago. El paso de los años no perdona al grabar su huella sobre el territorio que pisa. La felicidad del público respondía más al recuerdo de canciones emblemáticas (Bracelets of Fingers y álbumes inmortales (Parachute, 1970) que al ímpetu de sus intérpretes. El rostro de Phil May, adherido a la leyenda viva, compartía protagonismo entre el micro y el inhalador. ¿Hecha mano del artilugio para coger aliento embargado por la emoción o es que el ambiente sofocante de Gruta 77 se le puso cuesta arriba? Así varias veces hasta cosechar una impresión triste y tierna a pesar de que las canciones satisficieron al público. El recuerdo mantenía su figura, la música sonó demasiado alta, con fuerza incontrolada; sin compás pero correcta.
The Pretty Things dejaron la estela de un grupo con ritmo en las canciones. Sólo cabe inclinarse ante un Dick Taylor infatigable en el bajo, que, siempre en segundo plano, fue la estrella. El bajista septuagenario es historia viva aunque pareciera un músico de orquesta ceñido al libro. La nostalgia se impuso a la realidad y la audiencia gozó la letra de canciones convertidas en recuerdo en vez de aplaudir un espectáculo mediocre. No te pierdes nada si desapareces antes de que el concierto acabe.