El festival eurovisivo es como los resultados de unas elecciones políticas: al final, todos ganan cuando el desenlace no ha sido nada favorable o no ha respondido a las expectativas triunfadoras. Entonces, toca trabajar como se dice desde las trincheras que el ojo televisivo invade. Después de la gesticulación esperanzadora muy elaborada, y su envalentonamiento pertinente, las resacas y taquicardias se miran enfrentadas. Ahora, el corazón impulsivo ha sido aplacado por laa evidencia del jurado profesional y del público; es hora de probar el sabor de la realidad envuelta entre mieles y arena. Los momentos de soñar con el éxito finalizaron, es hora de confiar en el triunfo de la constancia. Los escenarios posibles no contaban hace unos minutos porque sólo había un horizonte: ganar. Ganar es sano. Ansiar éxito es positivo pero la modestia y la moderación pertenecen a los sabios que, en los festivales, normalmente, describen la cautela del perdedor. La mediocridad disfraza el orgullo a las ilusiones cegadoras del aspirante que no ve más allá de sus pulsaciones (por lo menos de cara a la galería). Y los periodistas tienen mucho que ver en esta situación. Ellos, que lo saben todo, son comparsas del espectáculo. Son los cómplices que aúpan un final desastroso, capaces de convertir una derrota fulminante en laureles, hacer de un resultado patético la responsabilidad de los votos populares que no han entendido una propuesta innovadora. Con Blanca Paloma, la representante española en Eurovisión 2023, ha ocurrido esto. Quien se oculte tras la máscara de que una idea musical no ha triunfado por su incomprensión, ¿es un cínico inocente, un iluso o un decepcionado rabioso? En unas declaraciones radiofónicas aseguraba ir a por todas, que estaba ahí para ganar y que el fracaso no era para ella. Asumiendo el final, animaba a arrimar el hombro para evolucionar; antes, la cantante y escenógrafa valenciana era un toro bravo que se iba a comer el mundo. Cuando ha pasado el ruedo del escenario aparece mansa, acurrucada en el resultado pobre, pero importante, porque lo significativo es participar y hacer de su presencia un aprendizaje sin fin. Igual ya ha despegado hace tiempo, ¿esta cita ha significado un batacazo electoral?
Estos concursos, más allá de las actuaciones, responden a unas votaciones que esconden mucha política en una tumba abierta. Todos lo saben pero nadie lo dice, ¿Por decoro, por miedo, por aburrimiento a lo conocido, por desilusión aunque participar es ilusionante?… Esta celebración sólo la gana quien recoge el micrófono de cristal aunque todos se fabrican el suyo propio. Como en la jornada de reflexión política, ¿como en el próximo 28 de mayo? ¡Como siempre!
El segundo anterior y el milisegundo posterior de conocer el ganador se viven en un estado de bloqueo similar, en blanco. El miedo y la ilusión intercambian fluidos amistosos que esconden rivalidad. ¿Alguien recuerda la escena final de Instinto básico cuando Sharon Stone y Michael Douglas hacen el amor mientras Catherine Tramell hecha mano del punzón que esconde debajo de la cama? Así es Eurovisión. Soñar es gratis pero algunos sueños cuestan caro. Las declaraciones de Blanca Paloma tras conocer la votación obtenida en la fiesta europea de la música lo demuestra.
