La tarde respiraba multicultura y curiosidad a pesar de que el calor hizo mella entre los asistentes que ponían punto y final a la 82.ª edición de la cita con la literatura más importante de Madrid. La tarde dio paso al cierre rítmico de Las mil y una noches de la Feria del libro en Casa Árabe con un concierto particular que, para abrir boca, comenzó con la atracción de Ioca Academy. La percusión y la flauta, junto a la danza oriental, recordaron que estas iniciativas son bienvenidas allá donde se ejecuten por innovadoras o por desconocidas. El Nilo, Éufrates y Guadalquivir confluyeron en este concierto con entidad didáctica. El nombre Sinouj define a una semilla curativa, Sinouj entendiendo a una formación musical posee connotaciones terapéuticas. El grupo dirigido por Pablo Hernández Ramos, a pesar de que en sus filas no existan jefes, es la panacea sin aditivos que acerca personas y hermana pueblos a través del ocio. El aire del desierto comenzó con Essaouira y su instrumentación ventosa, acompañada por la erótica del saxo junto a la palabra del batería Akindimeji Onasanya e identidad africana étnica. Después de despertar al mago ambiental, la voz del violinista tunecino Larbi Sassi, uno de los mejores especialistas en música oriental de todo el Magreb, suavizó una atmósfera marcada por la métrica sonora. La pujanza saxofonista se juntó a la sedosidad cultivada por el teclado electrónico para descansar sobre sonido oníricos y voces reposadas.
Los gemidos del violín protagonizaron Majazz, perteneciente al primer disco Were, con Larbi Sassi de nuevo a los mandos. La intro del bajo y contrabajo Javier Geras, músico de Anaut, Muchachito Bombo Infierno o Vinila Von Bismark, trasmitió intriga cinematográfica sin separarse de lo autóctono. El resto de los instrumentos (ney persa, bansoori o la trompeta) siguieron en la misma línea misteriosa. Todos entablaron un diálogo sonoro y melancólico. El violín siguió llorando lágrimas de oro. La guitarra de Jerónimo Maya entró a cantar su lírica arábiga con sones de delicadeza. Este momento especial se coló entre el bajo, el teclado enérgico y la batería alegre con la finura de un piropo que sonaba a poesía. Otra sorpresa vino desde Marrakech con la fuerza que los músicos gnawa Mohammed el Bouzidi (voz y gembri) y Hassan Lahjari impusieron a Soudani Malayo, una melodía que entra sola. Las qraqeb, castañuelas metálicas típicas de su entorno polifónico, aparecidas en la película Divertimento, se unieron a la fiesta. Los aromas occidentales estuvieron representados por 15 pasos acercándose al jazz convencional, alejado de lo experimental, con importancia de la parte electrónica. La voz de Larrison y el castañeteo de crótalos armónicos dinamizaron el tema Hak Dellali, otra canción tradicional norteafricana. El encantador de serpientes acaparó momentos con proyección cinéfila y turística. La diversidad sonora fue protagonista transfronterizo con la música como pasaporte universal.