Las catas apreciadas se recuerdan singulares por la diversidad sensorial que el producto excita. Si, además, añadimos un paisaje de geografía variable, el éxito de la experiencia está garantizado. Esto es lo que sucedió al mezclar estilos musicales complementarios gracias al distanciamiento en su ejecución. El músico y vocalista Raúl Abreu es la personificación del nervio almacenado en ecos de sonoridad tranquila, el portador de un mensaje poético que no puede separar el contenido de la furia e intimidad que regala. Acompañado por una tranquilidad cordófona, sus letras se sintieron melódicas pero no nostálgicas, cargadas de emotividad reproducida con la suavidad del verso libre.
Las paradas en la manera de cantar, quizás intencionadas, hacían poner más interés en ellas. Son como la aguja el surco del vinilo a las revoluciones correctas. El contenido primó sobre un continente tan sencillo que abundar en su importancia con calificativos barrocos desprestigia la fuerza de una música escrita para ser acariciada a través de la escucha atenta.
Wakame representa movimiento sin descanso, impulso de las cuerdas bocales, guerra sin cuartel, savia nueva, intensidad de la parte eléctrica, fusión vocal e instrumental. Los latidos del disco presentado, Revolución Industrial, se escucharon limpios, sin altibajos. La voz de Toni Bastida avaló la garra de lo que quiso transmitir. El bajo es el elemento que trabaja en la sombra sin renunciar a su brillo presencial, la extremidad que está sin destacar, la parte sin la que el sonido Wakame se quedaría cojo. Álvaro Sánchez fue certero, constante, con protagonismo puntual. Un clásico. En el otro extremo de un escenario, a caballo entre lo románico y la bodega, Lolo Walls se ensañaba con su guitarra eléctrica a la que parecía regañar. Este empeño quería fusionar la carnalidad de sus dedos con las cuerdas tersas. A esto se le llama entrega. El cuarteto murciano, que nace de las cenizas de Funicular, no para de innovar en cada acorde sin romper el ritmo endiablado que se metió hasta el tuétano.
El material nuevo ojalá despierte al mercado nacional anquilosado en nombres y canciones que se escuchan para olvidarse rápidamente. La textura roquera se aleja del sonido complaciente sin querer emular a la apisonadora del rock vallecano. El rugido eléctrico superó con creces al timbre humano. Los colores armónicos duros defendieron una frescura novedosa que se mantiene en los orígenes cañoneros. Su identidad alternativa fue potente y directa.