La celebración de las uvas de fin de año suele venir precedida de un examen de conciencia que repasa lo vivido. Solemos revisar lo negativo para no repetirlo. Queda en papel mojado como memorando de nuestras barbaridades. Decimos que, a partir de ahora, todo va a cambiar, nada será igual: desde un acercamiento al gimnasio hasta una suavización en nuestra forma de ser. Queremos olvidar lo anterior como si nada hubiera sucedido. Pensamos en el comienzo de una nueva era para una vida barrigona y complaciente. Nada más lejos de la realidad porque nos encanta tropezar con la misma piedra. Nos negamos a rechazarla como compañera de viaje. Luego dicen que el ser humano no es un animal de costumbres.
Nos hemos apuntado con voracidad navideña a comer menos dulces. Las ganas de ser mejores personas son un subterfugio para engañar a nuestra maldad. Nos proponemos desbancar a la polarización como palabra del año para sustituirla por otra más amable. También decidimos gastar menos en cosas inservibles que utilizamos para complacer un ego materialista, enganchado a la droga del consumismo. Somos de naturaleza rápida. No disfrutamos del tiempo sino que lo devoramos sin apreciar el placer de la frase bien articulada, la mirada sosegada, el agradecimiento a lo conseguido con honradez. Queremos hacer un punto y aparte sin concesiones, marcado por un cambio con tanto radicalismo que, si lo piensas, asusta.
Los propósitos para el año que empieza son una cirugía estética que barruntamos en nuestra agenda de buenas intenciones. Esa que nos gusta escribir como diario que nunca repasamos. El ultimátu que hemos dado a los kilos de más, a la apatía o a la falta de honestidad es un punto y seguido sobre comportamientos elásticos. Las guerras seguirán ocupando titulares que nos gustaría cambiar. La confrontación política perpetuará la especie del disenso y la fobia al extranjero renovará su vigencia. La fotografía más envejecida es lo único que modifica el carné de identidad. Seguiremos atrayendo el interés del mundo subdesarrollado, las mafias ganarán terreno dentro de una sociedad competitiva. La aparición de una raza laboral nueva convertirá al robot en inquilino del SEPE. El cambio generacional viene marcado por la intensificación del corazón tecnológico entregado a las redes sociales como dios supremo. Monoteísmo.
2024 será un punto y seguido a la desigualdad, con más gente soportándola. Arrancamos el año superando los 8000 millones de personas. A principios de año se esperan 4.3 nacimientos y dos defunciones cada segundo a nivel global. La lucha demográfica entre las cifras y los objetivos alcanzados se recrudecerá. Los drones invadirán las cifras de caídos en combate mientras las masacres crecen. La vulneración de derechos humanos será una rutina ascendente. Ya lo es y no pasa nada. Lo fue en 2023 y su acromegalia avanza. Lloraremos, amaremos, nos decepcionaremos, la depresión y la baja laboral se aparearán. Los ataques políticos serán estrategias para tumbar acuerdos. Los calificativos grises despertarán fantasmas. El guerracivilismo intensificará la fuerza del bando frente al consenso político. Todo esto ocurrirá en un ejercicio de seudolimpieza sometido al punto y seguido que el día a día irá cosiendo. |
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