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UN CASTILLO: FUENTE DE TESTOSTERONA Y SANGRE MEDIEVALES
Película "Templario"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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Banda sonora |
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Las recreaciones históricas que estrena el cine gustan de repetirse en el purismo de su contenido. Se convierten en reproducciones de un acontecimiento con distintas caras y mismos nombres. La violencia sanguinaria de Jonathan English marca su película desde el primer blandir de tizonas mercenarias hasta el final de corneta blanca sobre la tierra galesa. Su singularidad reside en la aportación de una nueva óptica a la leyenda de los siete magníficos, trasladados en el tiempo. La vena épica de “Templario” está en su belicismo, el chiste lo forman unos vikingos metidos a capón sin rigor histórico.
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La lucha ejercida por Juan I de Inglaterra no es sólo un asedio moral contra la Carta Magna, también un himno hacia el Castillo de Rochester, un icono de defensa numantina. El alma visible de “Templario” desenvaina la furia monárquica, y estúpida, del soberano que se siente ultrajado en un baile loco de mutilaciones y tripas huérfanas. Imágenes que transmiten una repulsión amplificada por cámaras 5D. El muestrario de tanta sangre derramada resulta cargante. La violencia explícita, y colorista, de la que “Templario” abusa, incomoda a los ojos del espectador que no suele vomitar en público. Las vísceras se convierten en pus que revienta lleno de testosterona malévola.
La epopeya que rodea a dicha fortificación es sinfonía nauseabunda. Tanta mutilación cansina encuentra reposo en la corrupción metal que interpreta Paul Giamatti (Rey Juan I), quien se mete en la personalidad trastornada del regente hasta ahogarse en sus entrañas. Una soberbia interpretación de rey desposeído le convierte en pelanas de su ego. Giamatti respira como lo hubiera hecho Juan, sediento de poder e impotente ante la resistencia de sus adversarios. Se enfrenta a James Purefoy (Marshall), el templario sin patria, en un papel diseñado para Russell Crowe, con la adrenalina de una heroicidad atormentada internamente. La historia se escribe con muerte e infamias.
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La defensa y caída de Rochester fue bastión de la Carta Magna y testigo de flaquezas templarias ante la sombra femenina de Lady Isabel (Kate Mara). Se escupió contra esta fortificación la ceguera que el ensañamiento humano esculpe cuando está sediento de ambición corrupta. La placidez paisajística que disfruta el Condado de Kent apaciguan este ambiente hostil; su calma es tétrica. “Templario” abunda en rudeza, algo que por suerte choca con la música hermosa de Lorne Balfe, unos decorados excelsos, un vestuario cuidado en el detalle y un trabajo fotográfico sobresaliente. Esperando una ayuda que se hace esperar, los días se consumen con agonía en el Castillo de Rochester, de aspecto calcificado y sobrio; descampado y vigilante.
Jonathan English se enfrenta a una fortificación convertida en símbolo de la corona. El realismo compacto de este decorado, construido en doce semanas en medio de la campiña galesa, ha sido posible gracias al diseñador de producción Joseph C Nemec.
Mención especial al equipo técnico que trabaja detrás de cámara, sólo visible en los créditos finales, a quien se debe mucho del éxito o fracaso de una película. |
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Su independencia de las grandes industrias elogia “Templarios”, recordada como una súper-producción indie. “Sólo los débiles creen que lo que hacen en la batalla les convierte en hombres”. |
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Texto: www.photomusik.com
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