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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL
Histórico
 
 
 


DEL MITO A LA INTELECTUALIDAD
Película Música


J. G.
(Madrid, España)

Música
Ficha Técnica Video    
El estilo narrativo en esta modernización de Sófocles es tan abrupto como la vegetación inicial de las montañas griegas que se apodera de la pantalla. Su rocosidad suaviza las formas orográficas mientras endurece las maneras conceptuales hasta la extenuación. Del lamento que da a luz, metafóricamente hablando, al grito posterior, fruto de una indigestión o de una agresión no consentida, hay un vacío que plantea una alerta interesante. El diálogo presencial entre un coche de policía y una ambulancia o la aparición de un vehículo fúnebre salido de la nada forman parte de la muerte y la vida, se dan la mano sin mediar palabra en una continuidad que debe asimilarse de forma forzada. Este interactividad de formas no humanas expande sus tentáculos con el acercamiento de la cárcel al montaje teatral. La plasticidad se transforma en rugosidad de la fábula. La interpretación personalísima de los clásicos se hace teorema de la vanguardia muda, cripta de la particularidad impersonal más deforme que rompedora.
 
Simbologia de vida y muerte  
Jon (Aliocha Schneider)
La directora Angela Schanelec, amante de las provocaciones abstractas, reduce el lenguaje a la mínima expresión al convertirle en pegatoste que ensucia. Las frases son emplastos que ensucian, y banalizan, una trama cómoda en una intelectualidad romántica con rasgos de tragedia. Siempre desconcertante con propósitos más cercanos al disgusto que a lo inaudito. Para quienes no hayan sabido trasladar el mito de Edipo a la cinta de Schanelec, o no lo hayan creído oportuno, su película es tan insulsa como neblinosa. La comunicación verbal, como se ha apuntado anteriormente, huye de la escena; los planos saltan de Grecia a Berlín; la Naturaleza es un hogar desangelado, el resto: un escenario desubicado. La realizadora y guionista de Estaba en casa, pero... revisa el texto sofocleo vaciándole de enfrenamiento dialogante. Los personajes ásperos y desvaídos son poco dados a congraciarse con la simpatía del espectador que quiere ser guiado, y de aquel que busca un hilo de Ariadna para no perderse en este laberinto. En vez de desnudar su alma para captar adeptos, aburren entre mundos perdidos e inframundos de dolor penitenciario mientras sus guardianas juegan al pimpón: toda una insinuación surrealista para el Picasso más inspirado. En vez de acercarnos a la historia narrada, este cine, marcado por los planos largos y un estatismo aburrido, golpea como su paraíso hostil para la compartición, árido y egocéntrico en el relato.
Las vigilantas de la cárcel donde Jon conoce a Iro (Agathe Bonitzer)  
'Música' se traslada a las calles de Berlín
Música es una obra de concepción onírica donde la erudición especulativa quiere llevarse todo el protagonismo, quiere acaparar el placer de los silencios, la potencia de canciones suaves, el arrullo de sonidos que no necesitan introducción: dista tanto de la expresividad del cine mudo como de la solemnidad de Pasolini. Su fotografía expresa humildad en el encuadre junto a una paleta de colores tan ascética como vaga. Resulta difícil adentrarse en lo orgánico de vísceras que palpitan entre la dulzura de Farinelli y la suavidad de un Jon melódico que le impide sacarse los ojos como Edipo. Los momentos musicales creados por el canadiense Doug Tielli elaboran una carta de ajuste que hace honor al título, son el corazón de una rara avis que revisa la mitología griega bajo un estilo personal. Lo nuevo de la cineasta germana se olvida con facilidad. Su intensidad teatral agobia con un propósito agotador firme. El precio de la innovación en la narrativa fílmica sale caro. ¿Acaso debemos etiquetar como mediocre a quien no la ha entendido? No empatizar con su simbología es fácil. Las secuencias, inundadas de basamento filosófico, distancian el interés.
'Música', el encuentro  
Cantar antes que arrancarse los ojos, el deseo de un nuevo Edipo
Angela Schanelec no es como Bresson ni Robert Cappa, maestros capaces de trasmitir lo que no se ve. Lo críptico de este trabajo expulsa más que invita a la reflexión mientras la inapetencia gana la partida al respeto por imágenes bien talladas y mejor explicadas. El dominio del reduccionismo verbal es el marchamo de una cineasta inclasificable. El puzle desatado pone a la defensiva en vez de acercarnos al disfrute visual y mental. Música es un cine interpretativo gris al que fácilmente se le pierde el respeto. Las lecturas del pasado mítico, aquí, son postes que oscurecen una carretera pedregosa. Sin atracción no puede existir intuición.

J. G.


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