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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL
Histórico
 
 
 


LA REVOLUCIÓN DE LOS FOGONES
Película Delicioso


J. G.
(Madrid, España)

Delicioso
Ficha Técnica Video    
La comida, además de haber facilitado decisiones clave en la historia, ha formado parte del placer sublimado para la nobleza europea a finales del siglo XVIII (y lo sigue siendo en la clase política actual). El cine la utiliza como tema recurrente para enseñarnos el mundo sin academicismos: desde el puritanismo decimonónico de El festín de Babette hasta la modernidad de Bon appétit pasando por el egocentrismo profesional de Jean Reno en El chef: La receta de la felicidad o la frescura underground de Soul Kitchen. Todas esas formas de abordar el universo del puchero explican la amplitud del concepto culinario en el tiempo y su influencia en nuestras vidas. Los franceses son maestros tanto en el terreno cinematográfico como en el cuchillo y tenedor, capaces de alcanzar la sofisticación del confit de pato y la sencillez de la ratatouille, considerada alimento para pobres. Eric Besnard se sienta en una mesa repleta de manjares presentados con solemnidad palaciega. El ceremonial expositor del menú conforma un escenario arquitectónico concebido para ser admirado antes que dejarse engullir por el apetito estomacal. Los reyes habían perdido su carácter militar durante el absolutismo de Luis XVI para dedicarse a menesteres menos belicosos. Los estómagos se saciaban con frases tan barrocas como pueriles a cerca de las viandas degustadas. Los eructos verbales de una lírica pedante disfrazaban a los comensales de pseudopoetas gastrónomos. Se valoraba el nivel celestial de una paloma guisada al vino tinto frente a la deficiencia del tubérculo como acompañamiento del bocado más exquisito.
 
Pierre Manceron (Grégory Gadebois), a la izquierda, frente a Hyacinthe, el intendente (Guillaume de Tonquédec), en las cocinas del palacio del duque de Chamfort  
Manceron en el comedor de palacio, frente a los degustadores de su menú
El jefe de cocinas era el dueño de los fogones, el personaje destinado a conectar la espiritualidad ilustre del amo con la exquisitez terrenal. El guardián de este fortín estaba destinado a reproducir los menús facilitados para paladares apalancados en la suntuosidad repetitiva. Su figura corpulenta estandariza la sombra de ogro bueno con alma de niño y creatividad adulta. Las rupturas drásticas con el presente facilitan el reencuentro con la tierra para comenzar desde cero. Manceron, a pesar de sus ganas por servir al rey en París, instala la residencia en el campo para fusionar innovación con proximidad a los alimentos. El estatus nuevo vive la realidad a pie de calle, fomenta el espíritu solidario hacia el débil. El nutridor de los buches burgueses se convierte en el cocinero del pueblo. La carestía social se vive de cerca bajo el convencimiento de que un país con la panza llena piensa mejor. El emprendimiento empresarial, mezcla de perspicacia y desafío, conoce de primera mano el acoso de tributos exagerados.
Manceron y Louise (Isabelle Carré) haciendo pan en su hogar convertido en posada-restaurante  
De izquierda a derecha: Benjamin Manceron (Lorenzo Lefèbvre), Louise y Pierre Manceron

Los caminos nuevos son allanados por la aparición de una mujer obstinada y constante en la travesía impredecible. El largometraje está marcado por el exceso y el hambre en capas sociales distanciadas. La fidelidad a uno mismo se impone ante el individualismo cortesano. La comedia tiene pizcas de dramatismo en el contexto personal, firme en el objetivo de acercar lo comestible al disfrute sin distinción de linajes. El modelo gastronómico nuevo se ajusta a la variedad del menú ofrecido y una presentación novedosa, alejada de la exclusividad ilustre. Esta revolución reafirma el ingenio perteneciente al Siglo de Las Luces. El encanto de Delicioso reside en su campechanía, en la composición pictórica de las escenas (sus paisajes y bodegones), en las tonalidades de la iluminación exterior conforme la meteorología cambia, en diálogos cercanos y visuales. Grégory Gadebois, recordado por su labor en Mal genio, de Michel Hazanavicius o El oficial y el espía, de Roman Polanski, es de un grosor dulce que le cuesta suavizar. La paciencia de Isabelle Carré, recordada por la suavidad emocional de La historia de Marie Heurtin, o su entereza en De Gaulle, le moldea sin alterar la esencia de la fuerza masculina. Sus interpretaciones, sin ser memorables, sintonizan con el alma popular. La armonía formal presenta el guiso como entremés, entre los refinamientos ostentosos y una digestión compartida con la socialización accesible a todos.

J. G.


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