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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL
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ENTRE LA INVASIÓN Y LO CONTEMPLATIVO
Película El mal no existe


J. G.
(Madrid, España)

El mal no existe
Ficha Técnica Video    
Hay un neologismo que aquí, nunca mejor dicho, campa entre prados de aire limpio y maqueta con intenciones capitalistas. El glamping se convierte en la pesadilla de la turistificación que promete alterar la paz en un pueblo cercano a Tokio. Ryûsuke Hamaguchi experimenta entre lo poético y lo prosaico de la vida colectiva. Las imágenes reposadas son acuarelas del silencio mientras el paisaje humano se debate entre la tranquilidad y una alteración inesperada de su equilibrio. Su dimensión verde invita al sosiego mientras lo contemplativo es un ejercicio de belleza ilimitada y esfuerzo simplificado. Para cerrar este monumento a lo idílico, la música de Eiko Ishibashi, habitual del cineasta kanawaense, marca la andadura por un sendero que disfruta el momento en vez de buscar su final. Es la apoteosis de la imaginación sin palabras, la vegetación perenne, la sincronización de la eufonía en un pentagrama vegetal: una Amazonia con el cielo como única frontera. La creatividad del director que comenzó como publicista sigue la línea de la sencillez vista por todos y apreciada por muy pocos. Sin embargo, sobrevalorar a quien disfruta haciendo cine no es beneficioso para él ni para el espectador. Sería una traición al respeto de los errores y aciertos del creador. El cinéfilo tampoco se merece el encumbramiento de nombres gracias a la inercia de una fama volátil. Los apuntes del crítico cinematográfico no deberían influir en la decisión de ver o no una película. El mal no existe en palabras orientativas sujetas a la interpretación.
 
Hana (Ryô Nishikawa), la hija de Takumi (Hitoshi Omika)  
Hana internándose en el bosque

Hamaguchi no crea para ser ensalzado, tampoco sestea en la consagración que títulos anteriores le han facilitado. Su obra supera el listón del juicio que le ayuda a ganar premios o elevar la consideración internacional. Su obra es personal e irrepetible. El mal no existe cumple los requisitos de la narración cabal dentro de la rima audiovisual delicada. Parte de su riqueza radica en la lectura de su significación. El título es un aperturismo a la interpretación, el resumen de una filosofía que no discrimina culpables de inocentes sino que antepone el bien general a actitudes individuales. El sello de la mentalidad nipona rubrica un encuentro sin ofrecer hostilidad. Los rasgos occidentales aparecen como identificativos del interés comercial que los habitantes de Mizubiki no entienden ni comparten. Estamos ante una apuesta por la resistencia y la persuasión, por defender intereses opuestos, por definir al hombre junto a sus circunstancias. Hamaguchi las enlaza con su entorno. El hábitat actúa como columna vertebral de un cuento a caballo entre el drama y la poética visual. Extraer una primera conclusión de lo ofrecido cae en lo fácil del análisis. Apellidarle de ecológico o dejar todo el peso a la intromisión del capitalismo son recursos inevitables para su entendimiento. No debe etiquetarse como la energía de una fuerza no contaminante capaz de lesionar en su defensa. El disfrute sano del entorno oxigenado no ve lo invisible, la aparición de un desarrollismo con dueños privados pone en tela de juicio hasta qué punto el beneficio empresarial está dispuesto a respetar el medio ambiente.

Mayumi (Ayaka Shibutani) y su compañero de trabajo, Takahashi (Ryûji Kosaka)  
Takumi y su hija

La fotografía de Yoshio Kitagawa, presente desde la extensa Happî awâ, sostiene esta historia silvestre que no rechaza la tensión entre sus participantes. Un trávelin en contrapicado emula la mirada angelical de Hana como espejo de su observación. La desnudez de los árboles dibuja versos mudos. Es un homenaje aéreo a la arquitectura musical de Andréi Tarkovski, capaz de congelar el tiempo. La finalidad de El mal no existe pone voz a la generosidad de la Naturaleza, su reposo, avisa sobre el daño que podemos hacer si abusamos de su altruismo. El amor por este entorno puro se adentra en un ambiente que lo da todo a cambio de respeto. La intromisión humana propone un proyecto de fosa común que unos ocuparán y otros pisotearán en su entierro. La discusión del límite entre el abuso y el disfrute de los recursos medioambientales está servida.

Takumi junto a su casa con Mayumi y Takahashi  
Entre Takumi y la Naturaleza existe una comunión especial

Los planos secuencia iniciales esculpen amor por el momento, ilustran lo cotidiano de un lienzo con insistencia cansina. El estiramiento de su armonía destroza el peso de la intriga que late fuera de foco. Tanta explicitud rompe los poemas más bellos. El mal no existe es amor por la aventura, introducción en los tesoros autóctonos, educación de un corazón tierno que aprende a amar a los árboles o a distinguir las huellas de los ciervos que vigilan sin dejarse ver. El mal no existe termina siendo agresividad cérvida mostrada en tonos defensivos con pinceles artísticos. El ecosistema muestra sus uñas con una delicadeza que no perdona pero avisa. Su hechura final fascina e interroga.
¿Qué significa la palabra mal?, ¿no seria más interesante dilucidar el alcance de sus lindes antes que lamentarse de su existencia? La ironía forma parte de un título que invita a la meditación con nuestro entorno campestre. La sencillez de la narrativa oriental está por encima de los personajes. Su falta de emoción forma parte de la serenidad japonesa frente al destino de la Naturaleza. El poema que aborda lo cotidiano resulta metafísico.

J. G.


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