Dicen los entendidos en la materia que el cine nació oficialmente el 28 de diciembre de 1895, día en que los hermanos Lumiére proyectaron públicamente en el Salón Indien de París la salida de obreros de una fábrica de Lyon, la demolición de un muro, la llegada de un tren y un barco saliendo del puerto.
En una de las primeras emisiones, "La llegada de un tren a la estación de Ciotat", el efecto de una locomotora que parecía salir de la pantalla fue enorme. La gente salió corriendo despavorida creyendo que el tren iba a atropellarlos, o al menos eso cuenta la historia. El aparato con el cual consiguieron el efecto fue bautizado como Cinematógrafo. Ese día nació la cinematografía.
El éxito de este invento fue inmediato, no sólo en Francia, sino también en toda Europa y América del Norte. En un año los hermanos Lumière creaban más de 500 películas-documento.
Los Lumière no se plantearon el cine como obra artística, simplemente se limitaron a fotografiar la vida real, lo que pasaba por delante del ojo de la cámara. Sus películas carecían de argumento, de actores, de montaje; los decorados eran naturales; el rodaje con cámara fija. Los espectadores acabaron aburriéndose por lo monótono de las tomas.
Ese aburrimiento estuvo a punto de dejar al Cine olvidado en el baúl de las ideas abandonadas. Sin embargo, el polifacético Georges Méliès consiguió que eso no ocurriera. Con su fecunda imaginación, creó el uso de efectos especiales e introdujo argumento en sus obras: el público quedaba definitivamente atrapado en las redes del cine.
En "La salida de los obreros de una fábrica", se puede apreciar que los trabajadores están previamente avisados del rodaje y se dirigen disciplinadamente a derecha o izquierda, dejando un gran espacio central, para no atropellar al operador. Quizá con esto asistamos a un ligero indicio de actuación, pero, a la vez, esa misma consciencia de estar siendo filmados quita espontaneidad a la acción. Posiblemente haya también un tanto de guionización en los fotogramas con el perro y en la diligencia en el cierre de las puertas.
Detalle absolutamente delicioso y espontáneo el de la mujer, que sabe perfectamente hacia dónde tiene que encaminarse, pero, que ve cómo su amiga se despista y llama su atención dándole un tirón al pico del mandil; la otra se monta en orgullo y, sin querer reconocer su error, sigue hacia el lado contrario.