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NOTICIAS Y NOVEDADES 2015

Histórico

 

GOLEM: ENTRE MITOLOGÍA Y TECNOCRACIA

"Golem"
(Teatros del Canal, Madrid)


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Golem
 
 
 
Golem, música hipnótica

La palabra es aventurera y cosmopolita: un viajero intemporal que se deja mecer por el ritmo de los momentos. Su unión con la imagen mantiene vivo el presente que recrea, su recuerdo, su futuro. El Golem es uno de esos conceptos polimorfos. Construye la leyenda y alimenta nuestra imaginación. Sirve para identificar imágenes, aclarar ideas y manipular actitudes. Es un gigante y un dios con pies de barro. Su nombre nos induce a pensar, de manera automática, en el cine (“El Golem” de Carl Boese y Paul Wegener), el mundo literario de Gustav Meyrink o el arte asquenazí. Según Gershom Scholem, uno de los historiadores israelíes más importantes, el Golem aparece cada 33 años en la ventana de un cuarto sin acceso en un gueto de Praga. Los primeros relatos sobre Golems se remontan a los inicios del judaísmo. El Golem, sea metáfora o ser mitológico utilizado por la religión, es en el mundo pagano lo que Adán para el cristiano.

El Golem del siglo XXI, siguiendo con un innovador juego interpretativo, lo apadrina la compañía teatral 1927 -año clave para la historia del cine, en el que se estrenaron clásicos como “Metropolis”, “Amanecer”, “Sunrise” (todas de F. W. Murnau); “Declive”, de Alfred Hitchcock o “Berlín: sinfonía de la gran ciudad” (Walter Ruttmann)-.

La presentación de la formación londinense viene cargada de simbología semántica inspiradora. Su aportación estética camina junto al mensaje directo, sin segundas intenciones. Abierta y punzante, se ceba con las heridas que carcomen al hombre actual. Arremete, sin perder la compostura crítica, contra una sociedad resguardada entre el caos de sus miedos. Una esquizofrenia en la que hemos cobijado, por solidaridad progresista, a nuestro maniquí de barro. Hemos menospreciado los riesgos de alienación contagiosa que asomaban al dejar entrar en nuestras vidas a este gigante arcilloso y, ahora, nos asusta lo que hemos construido desde el légamo que cubre su figura.

La dirección de Suzanne Andrade nos transporta de un ambiente ajado y obsoleto a un espacio futurista dentro de una jaula cibernética en donde el mundo simplista y feliz se torna en pesadilla. Se revela como un manual para hacer de la persona un ser no pensante, una máquina del progreso esclavista. Denuncia un caos, cuya cercanía asusta, tendente a facilitarnos la vida pero a convertirse en escaparate de lo superfluo. Su Golem nos empuja a confiar responsabilidades a un ente, manipulador sistemático de la mente humana, que dirige una sociedad dedicada al ocio efímero y virtual; el hombre se trasforma en un algoritmo.

  El Golem nos enseña a disfrutar de la vida

Las personas son maniquíes


La estética de neones y destellos sugerentes, dibujando un ambiente artificial y presentando al ciudadano transmutado en reclamo publicitario de una democracia tirana y prepotente. Este círculo, sumergido en la anarquía, abraza con pasión el recuerdo del cine expresionista alemán. (Seguir leyendo).
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