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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

¿UN POCO MÁS LIBRES?
Jaime García

(2008)
Recordando a los muertos
El fenómeno ¿sociológico o patológico? de las guerras ha tenido estudiosos y personas encargadas de llevar a la práctica esos análisis, muchas veces asimilados a su causa ególatra e injustificada. El general prusiano Karl von Clausewitz, historiador especializado en temas escala más amplia”. “La guerra constituye, por tanto, un acto de fuerza que se lleva a bélicos, afirma que “la guerra no es más que un duelo en una escala más amplia”. “La guerra constituye, por tanto, un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad".

¿A quién hace libre? ¿Quién pierde y quién gana en una guerra?... ¿Quién la escribe?... ¿Quién la juzga? ¿Qué juicios seguir? ¿Una guerra no es un genocidio ya de por sí? Demasiadas preguntas para una disyuntiva maquiavélica: matar o sobrevivir. Sigue Clausewitz: “En las luchas entre los hombres intervienen en realidad dos elementos dispares: el sentimiento hostil y la intención hostil”. ¿Asesinar es sentimiento o intención? ¿Acaso hay ocasiones en las que no sea hostil?

Las guerras se hacen por y para los políticos y los militares. Estos no dudan en poner al pueblo como escudo humano de sus intenciones. Un pueblo que algún día se verá liberado de la persecución, cuando lo único que cambia es la piel del lobo. Señores del exterminio. Exterminio de despacho, exterminio de trinchera. Los nombres, las fronteras, son modificables, las costumbres que enriquecen a una etnia, no. Tradiciones que la guerra en ocasiones radicaliza y llega a convertirlas en armas de odio en vez elementos de concordia. El territorio de la extinta República Federal Socialista de Yugoslavia (RFSY) todavía tiene abiertas esas cicatrices. El Espacio Schengen aboga por la ruptura de fronteras, los Balcanes se convierten en aspirantes al olimpo de la europeización. En esta región, se ha utilizado la guerra como único camino para conducir los ideales hacia la victoria y el fracaso. Las conversaciones de paz son posteriores, una vez que los inocentes ya han muerto, les han asesinado, y, por ende, todos confundimos culpabilidad e inocencia. Es verdad, sin guerra no existen intenciones de paz: un pequeño desliz de este romántico pacifista. Perdón.

Casi hemos conseguido acabar con la pena capital, sin embargo la guerra sigue campando a sus anchas. Muchas veces de forma justificada por organismos internacionales y grandes potencias que alimentan esas mismas luchas. Sólo varía el entorno geopolítico. ¡Qué irónico!

Culpable es el genocida, el mercenario, el opresor, el belicoso, el violador, el que predica la fuerza por la fuerza, el francotirador que está apostado en un balcón de Sarajevo esperando un blanco móvil. El traficante de armas, las naciones que encubren golpes de Estado y conflictos bélicos. Culpable es también el ejecutor político. Quien, más o menos disimuladamente, se encarga de trazar las directrices intelectuales de la guerra. ¡Maldita frase, hija bastarda de cualquier confrontación! Son culpables las ansias desmedidas de políticos y militares con guante ensangrentado que manejan las guerras.

La sociedad mediática nos ha educado a perder el interés por el genocida cuando ya no está en su punto de mira. Cuando ya no es noticia diaria.

¿Son los Medios de Comunicación francotiradores?

Cuando se ausenta de las trincheras porque ha llegado una seudopaz. Entonces se desvanece. El hedor que dejan sus víctimas abandonadas en las cunetas hasta que se pudren, no. El matarife se convierte en recuerdo, roba identidades y se esconde tras las barbas de un falso espíritu pacífico y santero. Amante de la poesía, los buenos consejos y la medicina natural. Frecuenta garitos donde su iconografía guerrera aún vive, rodeado por los retratos de jefes políticos a quienes tuvo que obedecer, y a quienes en más de una ocasión les hubiera rebanado el gaznate.

En las grandes recepciones de las conferencias internaciones se fraguan los pactos entre demonios. Es en las trincheras, con el fuego de mortero escupiéndote, donde la guerra parece tener un sentido. Muchas veces, la paz es una tregua de diez minutos producida por el cansancio entre los ejércitos enfrentados. Se acercan, incluso toman una taza de té o rakija juntos, y luego vuelven a su trabajo. Cada uno es rey de su infierno.

La guerra de la antigua Yugoslavia no ha muerto. La sangre ha vuelto a removerse dentro unas tumbas que no tenían que existir. Se ha visto otra vez el rastro de un rencor al que jamás debió de invocarse.

El carnicero de Sarajevo, el terror balcánico, el poeta de Casa Loca, un bar ultranacionalista y decadente frecuentado sobre todo por ex militares y policías serbios, ha sido capturado. “¡Por fin!” dicen muchos. “¡Ya era hora!” susurramos otros, entre la vergüenza y la alegría. Toca depositar la confianza en la justicia. En esa que ha tardado en tanto en capturarlo. Que lo juzguen, que lo castiguen, que pague por lo que ha hecho. Que se pudra en la celda del ostracismo más lapidario, del holocausto menos piadoso. En el recuerdo de la bestia parda que manchó la ya sucia historia de la moralidad humana. Que los muertos que causó le visiten cada noche en sus sueños grises, para que no se sienta tan marginado. La detención de Radovan Karadžić se ha producido tarde, ante la resignación de los supervivientes a sus matanzas y de los muertos catalogados como simple objeto de análisis histórico o estadístico. Además de Srebrenica no se pueden olvidar Zepa, Kunjevic polje, Cerska, Tuzla, etc. Srebrenica siempre será un número: 7.500 bosnio musulmanes asesinados a manos de la milicia serbobosnia, según Amnistía Internacional. Y una fecha: 11 de julio de 1995. Un azote para la sensibilidad humana.


JGS

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