La final de la Champions entre Real Madrid y los del Cholo Simeone ha abierto frentes políticos. Su repercusión ha trascendido hasta la Puerta del Sol, donde una pantalla gigante espera ansiosa hermanar Lisboa con la almendra central madrileña. La alcaldesa ha decidido meter un gol en su propia meta sumandose a la propuesta ingeniada por la Comunidad de Madrid. Ignacio González, el fantasma, da unos leves toques al balón propagandístico de cara a la galería. Y Doña Botella, como una Nancy casi sexagenaria, da vueltas encantada en su patio particular. Hasta ahí llega su grado de egocéntrica satisfacción popular. El fútbol sirve de reclamo publicitario para anticiparse a una campaña electoral (la de las europeas) que se aproxima. ¿Cuándo la final de un enfrentamiento deportivo se ha convertido en fenómeno que trasciende a lo político? Ana Botella lo ha convertido en perroflauta electoral: ¡adelante con el fair play, chicos!, que mientras tanto me tomo un relaxing caffé en la capital lusa.

Juntar a las dos aficiones en un mismo receptáculo es mezclar en la misma pecera a dos especies antagónicas de pirañas. Habrá un vencedor y un perdedor (crueldades del deporte llamado profesional); sólo un sobrevive, igual que en Terminator. Los madrileños pagarán con sus impuestos el visionado de esta lucha deportiva retransmitida para todos. La mente del ciudadano inteligente recibe la propuesta Popular extupefacto mientras se indigna con garbo isidril. Habría que colgar del reloj más famosos de Madrid a la lúcida mente que se le ha ocurrido este magnicidio deportivo. La afición siempe tira para sus colores y pese a que la copa se quede en Madrid, la vitrina nunca será la misma. La derrota el 24 en Lisboa será más amarga para el perdedor porque la tendrá lejos de su museo futbolístico pero dentro de la misma ciudad. La rivalidad siembra discordias a pesar de que la fraternidad juntará a ambos equipos en esta contienda futbolística. ¡Que sea fuera de un entorno público!

El riesgo de enfrentamiento campal pulula por el aire cuando se habla de este choque deportivo. El meollo de la polémica se encuentra en que este evento ensalza las manifestciones colectivas, prohibidas hace tres meses por Ana Botella, sumándose a las intenciones del Gobierno Regional, limitando el derecho de manifestación en la Puerta del Sol.

Esta idea de juntar churras con merinas, que no peras con manzanas, sólo puede ser fraguada por una mentalidad circense, anclada en lanzar pan y circo al pueblo. Son las migajas de una gestión municipal anclada en el inmovilismo recalcitrante. Ahora, pretende usar el corazón de Madrid, suelo público, en lo que ella tanto denosta: la concentración popular. Y los comerciantes, que no han abierto boca, ¿se estarán frotando las manos ante la presunta avalancha?
Ana Botella vuelve a meter la pata hasta el fondo de su propio fango. Por qué no crear una tasa por pisar tantas veces la misma caca, de aplicación exclusiva e instantánea al consistorio; mejor, a su representante máxima.
Es la mosca cojonera gata, se lo está trabajando bien.

Si Atlético y Real Madrid tienen ganas de fiesta, que lo hagan en propiedad privada con seguridad privada. ¿Por qué no celebran esta fiesta para unos, tristeza para otros, dentro de sus campos de fútbol? Que se paguen sus propias fiestas, que destrocen sus pertenencias, que lloren y rían a tumba abierta... sin molestar al vecino. Tienen la obligación de dejar tranquilo al resto de madrileños. La rivalidad entre Ana Botella y Cristina Cifuentes queda abierta, ¿se impondrá la cordura?, ¿cada oveja pastará en su propio pastizal?
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