Las pantallas de la discordia no se instalarán, para bien del sentido común y la justicia social. El gobierno de Ignacio González ha reculado en su intención de convetir la Puerta del Sol en un fiestódromo futbolístico con pantalla gigante ¿de regalo? La cordura ha imperado entre los dirigentes políticos en un malentendido de extrema inocencia. La penosa imagen que hace días ofreció Ana Botella ha sido eclipsada por Cristina Cifuentes, al pie del cañón en materia de seguridad ciudadana y amante del desalojo. La fiesta del deporte no se lleva en grandes pantallones sino en los corazoncitos de la afición. Estas iniciativas, en un deseo de hermanar entusiastas enfrentados, buscan más réditos políticos que el fomento de una convivencia pacífica. |
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La novedosa, e indesperada, decicisión de Cifuentes ha reabierto las fricciones entre la Comunidad de Madrid y la Delegación del Gobierno, que intentaban cerrarse con un partido de fútbol. Mientras Ignacio González rechina sus dientes, la sensatez resplandece en la Puerta del Sol con la sonrisa amable que tanto aprecia el foráneo y sabe cultivar el oriundo.
Al final, como todo en política, este incidente se ha convertido en un cruce verbal que no ha aclarado el por qué de este malentendido. Ignacio González y Cifuentes son como dos niños tirándose piedras con puntería desviada a propósito. Ambos disfrutan con el fútbol luciendo posturas cuando despejan balones de su portería: “Pretendíamos simplemente hacer una fiesta del deporte ese día, es la primera vez en 60 años en la historia de la competición que tenemos la suerte de tener los dos mejores equipos del mundo y las dos mejores aficiones del mundo”, ha explicado Ignacio González. La Delegación del Gobierno se escabulle de otra manera: “¿A alguien se le ocurriría concentrar en la plaza de Mayo de Buenos Aires a las aficiones de River y de Boca, o en cualquier plaza londinense a los seguidores del Arsenal y del Chelsea para ver un partido?” Lo que mal empieza, mal acaba.
Si ambas aficiones se invitaran entre sí a disfrutar del partido en su estadio, se produciría una confraternización sin precedentes. Nadie sería enemigo en tierra hostil sino invitado en casa amiga.
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