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LA VULGARIDAD DEL POLÍTICO INVOLUCIONISTA
El machismo de Miguel Arias Cañete destapa su inferioridad moral
JGS
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La última polémica machista del ex el ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete han levantado revuelo. Sus palabras sobre la inferioridad intelectual femenina suenan a quejido de elefante perdido en el cementerio de la ignorancia. ¿Se le puede pedir más?... En su miopía moral, sí: la precaución que caracteriza a una persona inteligente. Desacertado y amo del chiste negro: ese es el canditado del PP al Palamento Europeo. En el cara a cara con Elena Valenzuela (PSOE) parece que el sintrom se le disparó hasta límites críticos, confundiendo la sinceridad con su testosterona moral. No es la primera vez que hace gala de su masculinidad empitonada. Que si “debatir coon un a mujer es complicado, si la acorralas te acusan de machista”, que si “el regadío hay que utilizarlo como a las mujeres, con mucho cuidado, que le pueden perder a uno”, son un ejemplo a seguir de la memez pregonera que acompaña a algunos machos de la Derecha más extrema en su corral de vanidades incendiarias. Sus palabras, propias de un energúmeno lingüístico, son un insulto y una falta de respeto hacia el género que le parió. Un ejercicio de henchida vanidad machista que busca protagonismo mediático. Hay que reconocerle buen talante de predicador mediático y seductor del escándalo circense que no le exime de arrogancia payasa, ansiosa de una explicación. |
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Con la naturalidad que otros se tiran un pedo, Arias Cañete vomitó los restos de una talla moral esquelética por su boca ensuaciada de complejos. La retirada instantánea de su comentario en el mejor estilo napoleónico no hubiera magnificado su melopea senil.
Las palabras descubren mucho del interior de una persona. Son sabias y traicioneras, un espejo de la cordura y el desequilibrio mental. Un labrador, hombre de agricultura, como este madrileño presume, sabe que un borrico es más terco que una mula porque lo lleva en los genes. Fiel a sí mismo, el aspirante a parlamentario euopeo sigue tirando del mismo carro.
Él es la constatación de que el hombre no proviene del mono sino de un zigoto marciano unisexual. El sobrenombre “homus cañetus” ofende a los homínidos, es un apelativo demasiado ligero para hacer de un insulto grave un chiste rápido.
Sus opiniones sobre el intelecto femenino sitúan su masa cerebral en la entrepierna. No se merece más tiempo ni interés.
No sólo ha puesto patas arriba la estrategia del PP sino que también
ha vuelto loco al PSOE.
En el otro lado del cuadrilátero, tampoco ha sido nada acertado el papel de Elena Valenciano. Siguiendo otra doctrina de catecismo electoral, se ha dedicado a exhibir la porquería del contrincante bajo el argumento de y tu más, como siempre. El incidente de Arias Cañete se ha convertido en argumento electoral, donde la figura del contrincante ha tenido más peso que las preocupaciones del pueblo.
Infantil ella, le ha seguido el juego a él en vez de desmarcarse con propuestas innovadoras. Ninguno de los dos han estado acertados a la hora de manejar la figura femenina, destapando la caja de los truenos con sus excesos. Valenciano, has caído en la trampa del tramposo.
No hay hombre ni mujeres, sino personas eficientes y patanes ineptos, pertenecientes a ambos sexos.
El político inteligente es aquel que utiliza la palabra como instrumento para expandir sus ideas sin ofender; el vasto: la otra cara de la moneda, deforme y maleducada. La mesura en el comentario es la piel del personaje público.
“Soy dueño de mi silencio y esclavo de mis palabras.”
Las disculpas ofrecidas, una semana después del incidente verbal, quedan huecas de sentido, lanzadas a destiempo para salir del trance.
Un escalofrío recorre el cuerpo pensando que alguien como Miguel Arias Cañete busque la representatividad de una nación ante Europa y el mundo. Me escondería de alguien que utiliza la machada sonora para crear polémica.
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Cañete, la que has montado; Valenciano, que mal le has seguido. Has podido reafirmarte en tu sintonía popular y le eriges en un pedestal propagandístio de incalculable valor. Erróneos los dos. |
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