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| POR QUÉ A DONALD TRUMP NO LE ASUSTAN
LAS ENCUESTAS
La impopularidad de Donald Trump se ríe de los resultados negativos que recogen las encuestas sobre su figura política
JGS
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La carrera por ser presidente en Estados Unidos se ha convertido en la carrera de las encuestas: encuestas de popularidad, sobre la impopularidad, encuestas que pronostican esperanza, encuestas que conculcan nubarrones; en el fondo, encuestas especulativas. Porque, ¿de qué sirven las encuestas?, ¿qué utilidad reportan a una nación, a los ciudadanos desencantados y a los simpatizantes con color militante? Sólo los agnósticos lo tienen claro. El mundo se mueve bajo el impulso de Donald Trump, a dos días de ser investido como el hombre más poderoso de la tierra. Mientras, la encuestas sobre su figura sobrecogen a una población, no sólo norteamericana, asustada y confundida. ¿Será Trump buen presidente; será malo?, ¿naufragará en la incompetencia, flotará su populismo ante el asombro de quienes le secundan con su silencio.
El cuadragésimo quinto Presidente de los Estados Unidos sale al mercado político con el índice de popularidad más bajo de la historia norteamericana: es un hecho irrefutable pero, al mismo tiempo, sólo se trata de un resultado volátil de cuya fiabilidad nadie cabal puede confiar porque las opiniones van y vienen con más fuerza que el huracán Katrina. En un pequeño ejercicio de memoria cercana, las encuestas electorales de 2016 daban vencedora a Hillary Clinton frente a un Trump desprestigiado por las payasadas de su espectáculo. Y el vecino de Queens (cuya demografía afrodescendiente llega hasta el 58.2%) ganó; mejor dicho, el pueblo le aupó: esa mayoría desencantada que confía en voces populistas, ruidosas y pigmentadas de nacionalismo pedorro. Las encuestas también son una serpentina de colorido carnavalesco capaz de otorgar poderes plenipotenciarios a los números. La opinión se transforma en una cifra más, engrosando el mundo del Big Data del que las empresas de opinión se lucran. La tiranía tecnológica es la verdadera ganadora de las encuestas al comerciar con el criterio de la gente, tratándole como objeto matemático de valor momentáneo, porcentual y estimativo. |
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La encuestas, aunque muchas veces lo pretendan, no pueden imponerse al componente humano del sondeo, y las encuestas de popularidad en Estados Unidos dan como perdedor al ganador de las elecciones. La fama de Donald Trump se debe a la impopularidad cosechada entre los ciudadanos estadounidenses mientras esperan que lo haga bien, ¡por la cuenta que nos tiene a todos!
Las encuestas se hacen para no fiarse de ellas y el político no debe de entenderlas como un índice bursátil que le permita especular a sus antojo.
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El mandatario más mediático que ha tenido Estados Unidos asume la presidencia perfilándose como un gran payaso vestido de patriota populista. Las encuestas pueden mentir, el tiempo no; veremos si dentro de cuatro años éstas siguen viendo a Donald Trump con los mismos ojos que hoy porque, si es así, menudo futuro nos espera. Obras son amores y no buenas encuestas.
Las encuestas que le daban perdedor tuvieron que admitir su fallo sin responsabilizarse de semejante actitud. Las mismas mediciones que se asustan ante los recortes en derechos humanos, o el patriotismo exacerbado, muestran el miedo de la población mejicana ante la creación, de un muro que, según Trump, ellos mismos pagarán.
Dentro de dos días, encuestados y no encuestados, van a ver la coronación de alguien que, enfrentándose a las encuestas, ganó contra todo pronóstico. ¿Riéndose de ellas? |
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