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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

SI HUBIERA NACIDO EN 2000, HOY, SERÍA MAYOR DE EDAD
La pertenencia a una generación mendiga de su sombra

JGS

Siglo XXI: la generación perdida
 

El poeta y escritor estadounidense James Russell Lowell decía que ‹‹Si la juventud es un defecto, es un defecto del que nos curamos demasiado pronto››. El reloj de la Puerta el Sol ha dado la bienvenida a la mayoría de edad del siglo XXI: una época que, durante años, se imaginaba como el primer paso hacia la prosperidad. Entrados en él, esa visión fantástica, atractiva, futurista que nos dejaba boquiabiertos se ha convertido en rutina que aspirante a seguir viva. En el año 2000, veíamos el comienzo la centuria como una etapa hermosa, dispuesta a sorprendernos. Nos abandonamos al momento sin pensar que éramos los escultores de aquel periodo que comenzaba entre pañales de realidad virtual. Borrachos de curioseo, no advertimos que faltaban 2 años para la verdadera innovación en nuestras vidas: la entrada del Euro en un bolsillo acostumbrado al color de la peseta. En esa noche vieja de 2000, la perra chica corría desaforada por las barras de los bares, entre caña y caña, cuando el champán competía con el cava y al cava se le llamaba indistintamente champán.
La Puerta del Sol, sin fallar a la tradición, latía abarrotada; una criatura desconocida nacía sin que nos diéramos cuenta de nuestra paternidad. Quien iba a pensar que este hijo se nos subiría a la chepa de forma inesperada. Todo eran risas, bullicio, jarana y embriaguez. El presente se despilfarraba a velocidad de vértigo; el futuro no existía. El pasado, víctima de un Alzheimer provocado, quedaba arrinconado en la memoria; aparcado en el baúl de los recuerdos particular. Han transcurrido 18 años y nada sigue igual desde aquel 1 de enero, cuando la alegría y la confianza en la posteridad eran superlativas: todos nos creíamos Hércules, nadie esperaba lo que se venía encima excepto quienes urdieron la tela de araña que luego enredó España.

La política no interesaba tanto como hoy, la economía era para economistas, la sanidad no tenía lepra, la cesta de la compra se llenaba con pocas monedas, las hipotecas eran nuestro segundo DNI hasta que la crisis del ladrillo las mutó en único identificador humano. La brecha entre ricos y pobres era un hilo fino que tensaba una clase media potente y aceleradora de la economía. El porvenir se encaraba con el optimismo que deja las puertas abiertas a la esperanza; dieciocho años después, la tónica general es desesperanzadora: la población envejece y la natalidad se precipita en picado. El patrón familiar ha cambiado, los hijos ya no se traen al mundo con tanta alegría como hace décadas. ¿Quién se anima con la que está cayendo? Las cotizaciones a la Seguridad Social son tercermundistas.

Hoy, la mayoría de edad del siglo XXI en España acusa vejez. Somos ancianos prematuros sin ganas de un horizonte mejor. La supervivencia resiste en gerundio; incluso su percepción temporal ha variado. El mañana es ahora, ayer fue una continuidad del presente. Envueltos en artefactos informáticos, la juventud levita en un karma impuesto; vivimos dentro de una burbuja egoísta que nos controla a impulso de bit y emoticono. La violencia es algo cotidiano buscado por el hambre noticiero de la infoxicación. La educación como derecho es un privilegio. La generación ni-ni se ha estandarizado, esclava del progreso minoritario. Las catástrofes naturales han invado nuestros bosques, los ríos agonizan por una sequía previsible. Los ecologistas ya no son criticados con el fanatismo de hace dieciocho años, ahora ellos nos recuerdan que tenemos lo que nos merecemos. La climatología se ha adaptado a los tiempos en un ejemplo de mimetismo sobresaliente. Integrarse no es morir.
Vivir por encima de las posibilidades es el deporte nacional de este siglo XXI mientras que alterar el presente con la bola de cristal llamada corrupción, el abuso de unos pocos que manejan y controlan el timón universal. El látigo esclavista nos manipula en silencio mientras asistimos, pasmados, al estallido de sus atropellos. Una minoría selecta y repulsiva se ha construido refugios blindados por las argucias de la justicia basada en el poder del dinero. Ocurrió en el siglos anteriores y se ha sofisticado en el actual.

El acné del momento social se esparce sobre una piel rugosa dejando que los migrantes naveguen a la deriva de un destino forzado. Se los deporta a campos de concentración, alejados de su familia; la miseria moral convive con la física en el estercolero que de la Europa sin fronteras. La lucha vive en las calles mientras se pelea contra el desahucio; los abuelos son yayoflautas que mantienen muchas economías familiares. Por eso, no quiero tener 18 años; prefiero seguir siendo el niño del tambor que inventó Günter Grass. El abandono de la adolescencia, según como pintan las cosas en España, no se sabe si es una ventaja o un escollo. Exijo mi derecho a rebelarme contra la flacidez externa de una sociedad donde la imagen impera superficial. El caos ha desenvocado en una nueva Guerra de las Galaxias y la estirpe de los baby boomers está dando sus frutos: primero llegó la Generación X, luego los Millennials, los mileuristas... hasta perder el sentido de la procedencia.

Las campanadas se convierten en sonidos huecos de tacto oxidado. ¿Llegará un día en que las uvas de Nochevieja sean aplicaciones tecnológicas de smartphones inteligentes que controlen el momento?

 


JGS

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